El aborto y el mundo eclesiástico
Alberto
Moncada
UCR
11 de Marzo de
2009
El dominio de la mujer sobre su
determinación fisiológica, "la máquina de fabricar niños",
parece creciente e inevitable. A medida que los sistemas
educativos y sanitarios se generalizan, y se perfeccionan las
técnicas anticonceptivas, las mujeres pueden organizar su
biografía amorosa, profesional y maternal, cada vez con mayor
libertad.
La Humanidad lleva toda su historia tratando de desenchufar el
placer sexual de la procreación y parece que ya lo ha
conseguido. Queda pendiente un tema desagradable, el aborto. No
conozco ningún grupo feminista favorable a usar el aborto como
método anticonceptivo pero cuando se produce un embarazo no
deseado, la sociedad tiene que legislar para resolver un
conflicto de intereses. Las sociedades europeas han decidido dar
un plazo a las mujeres para interrumpir su embarazo no deseado,
catorce semanas, que se amplía en casos especiales y ha
despenalizado su realización. España lleva camino de unirse a
esta tendencia europea que requiere complementos tales como el
acceso fácil a medios anticonceptivos y la organización de una
sanidad pública efectiva que evite la lacra del aborto furtivo,
cáncer de la maternidad tercermundista. Porque hay algunos
médicos que objetan interrumpir embarazos en la sanidad pública
pero los llevan a cabo en la privada. Siempre ha habido médicos
inmorales pero, en mi opinión, los médicos objetores deberían
optar por ejercer su profesión fuera de la sanidad pública.
El consenso democrático ha resuelto la cuestión pero la Iglesia
católica, que parecía haber asumido, al menos en Europa, el
carácter secular de la opción, vuelve a las andadas,
demostrando, una vez más, los estrechos límites en que se mueve
hoy su influencia y la obsesión morbosa que hacia el sexo siguen
teniendo sus solteros jerarcas.
El carácter de agencia cultural de la Iglesia jerárquica se ha
transformado sustancialmente. Cierto que la Iglesia católica,
que en esto recibió la influencia del judaísmo
veterotestamentario, ha sido, es, natalista, en el contexto de
los Estados nacionales, donde parte del patriotismo, de la
grandeza nacional, tiene que ver con los números. En su día, los
líderes judíos trataron de aumentar las dimensiones del rebaño
elegido, para no ser absorbidos por las tribus circundantes.
El control del comportamiento sexual femenino es un tema
favorito de la predicación eclesiástica aunque las últimas
encuestas revelen que, en los países occidentales, España entre
ellos, las mujeres católicas, en su gran mayoría, no aceptan los
consejos vaticanos al respecto ni identifican su fe con ellos.
La posición eclesiástica sobre el aborto no fue siempre la misma
y el tema del aborto no era tan central a su predicación. De
hecho, en la doctrina clásica de la Iglesia, el tomismo, se
afirma que Dios insufla el alma al feto un cierto tiempo después
de la concepción, aproximadamente en esos tres meses en que la
mayoría de las legislaciones europeas permiten el aborto sin
motivos. Pero la Iglesia no se conforma con condenar cualquier
aborto sino todos los métodos anticonceptivos y es incluso
renuente a la información sexual, algo que también afecta a la
posición eclesiástica respecto al SIDA.
Ante semejante actitud, muchos observadores fundamentan la
obsesión sexual vaticana en ese celibato eclesiástico que hace
tan inseguros psicológicamente a los pastores del rito romano.
Como ha explicado recientemente Elaine Pagels (Adam, Eve, and
the Serpent. Editorial Ramdon House, 1998), la tradición de la
Iglesia occidental se ha decantado del lado del agustinismo en
términos de pesimismo antropológico, con importantes
consecuencias políticas y psicológicas, curiosamente
entrelazadas. Como es sabido, para el obispo de Hipona, el deseo
sexual, la líbido, es un desorden, consecuencia del primer
pecado de desobediencia, que se transmite con el semen, y del
que sólo Jesucristo, concebido virginalmente, está exento y nos
puede exonerar vicariamente. Por tanto, cada vez que sentimos su
impulso, se nos recuerda nuestro estado natural de desequilibrio
y nuestra inclinación perniciosa, el que "no somos de fiar". De
ahí, San Agustín extrae nada menos que la legitimidad del poder
político para enderezar a sus súbditos, siempre que lo haga de
acuerdo con la Iglesia. Por eso, en la indoctrinación del
emparejamiento destaca la estricta subordinación a la fecundidad
de un acto que debe practicarse sin satisfacción. Es algo que
late en la educación cristiana de la mujer, espléndidamente
ejemplificado en el consejo victoriano de las madres a sus hijas
casaderas:" EL ABORTO Y EL MUNDO ECLESIASTICOALBERTO MONCADAEl
dominio de la mujer sobre su determinación fisiológica, "la
máquina de fabricar niños", parece creciente e inevitable. A
medida que los sistemas educativos y sanitarios se generalizan,
y se perfeccionan las técnicas anticonceptivas, las mujeres
pueden organizar su biografía amorosa, profesional y maternal,
cada vez con mayor libertad. La Humanidad lleva toda su historia
tratando de desenchufar el placer sexual de la procreación y
parece que ya lo ha conseguido. Queda pendiente un tema
desagradable, el aborto. No conozco ningún grupo feminista
favorable a usar el aborto como método anticonceptivo pero
cuando se produce un embarazo no deseado, la sociedad tiene que
legislar para resolver un conflicto de intereses. Las sociedades
europeas han decidido dar un plazo a las mujeres para
interrumpir su embarazo no deseado, catorce semanas, que se
amplía en casos especiales y ha despenalizado su realización.
España lleva camino de unirse a esta tendencia europea que
requiere complementos tales como el acceso fácil a medios
anticonceptivos y la organización de una sanidad pública
efectiva que evite la lacra del aborto furtivo, cáncer de la
maternidad tercermundista. Porque hay algunos médicos que
objetan interrumpir embarazos en la sanidad pública pero los
llevan a cabo en la privada. Siempre ha habido médicos inmorales
pero, en mi opinión, los médicos objetores deberían optar por
ejercer su profesión fuera de la sanidad pública.
El consenso democrático ha resuelto la cuestión pero la Iglesia
católica, que parecía haber asumido, al menos en Europa, el
carácter secular de la opción, vuelve a las andadas,
demostrando, una vez más, los estrechos límites en que se mueve
hoy su influencia y la obsesión morbosa que hacia el sexo siguen
teniendo sus solteros jerarcas.
El carácter de agencia cultural de la Iglesia jerárquica se ha
transformado sustancialmente. Cierto que la Iglesia católica,
que en ésto recibió la influencia del judaísmo
veterotestamentario, ha sido, es, natalista, en el contexto de
los Estados nacionales, donde parte del patriotismo, de la
grandeza nacional, tiene que ver con los números. En su día, los
líderes judíos trataron de aumentar las dimensiones del rebaño
elegido, para no ser absorbidos por las tribus circundantes.
El control del comportamiento sexual femenino es un tema
favorito de la predicación eclesiástica aunque las últimas
encuestas revelen que, en los países occidentales, España entre
ellos, las mujeres católicas, en su gran mayoría, no aceptan los
consejos vaticanos al respecto ni identifican su fe con ellos.
La posición eclesiástica sobre el aborto no fue siempre la misma
y el tema del aborto no era tan central a su predicación. De
hecho, en la doctrina clásica de la Iglesia, el tomismo, se
afirma que Dios insufla el alma al feto un cierto tiempo después
de la concepción, aproximadamente en esos tres meses en que la
mayoría de las legislaciones europeas permiten el aborto sin
motivos. Pero la Iglesia no se conforma con condenar cualquier
aborto sino todos los métodos anticonceptivos y es incluso
renuente a la información sexual, algo que también afecta a la
posición eclesiástica respecto al SIDA.
Ante semejante actitud, muchos observadores fundamentan la
obsesión sexual vaticana en ese celibato eclesiástico que hace
tan inseguros psicológicamente a los pastores del rito romano.
Como ha explicado recientemente Elaine Pagels (Adam,Eve, and the
Serpent. Editorial Ramdon House,1998), la tradición de la
Iglesia occidental se ha decantado del lado del agustinismo en
términos de pesimismo antropológico, con importantes
consecuencias políticas y psicológicas, curiosamente
entrelazadas. Como es sabido, para el obispo de Hipona, el deseo
sexual, la líbido, es un desorden, consecuencia del primer
pecado de desobediencia, que se transmite con el semen, y del
que sólo Jesucristo, concebido virginalmente, está exento y nos
puede exonerar vicariamente. Por tanto, cada vez que sentimos su
impulso, se nos recuerda nuestro estado natural de desequilibrio
y nuestra inclinación perniciosa, el que "no somos de fiar". De
ahí, San Agustín extrae nada menos que la legitimidad del poder
político para enderezar a sus súbditos, siempre que lo haga de
acuerdo con la Iglesia. Por eso, en la indoctrinación del
emparejamiento destaca la estricta subordinación a la fecundidad
de un acto que debe practicarse sin satisfacción. Es algo que
late en la educación cristiana de la mujer, espléndidamente
ejemplificado en el consejo victoriano de las madres a sus hijas
casaderas:"When that thing happens, close your eyes and think of
England".
El golpeteo de la líbido en un cuerpo célibe le enfurece contra
sí mismo, le recuerda su estado de postración y su impotencia
moral, y sirve de aderezo para las extrañas relaciones del
sacerdote con las mujeres, especialmente las relaciones amorosas
y sexuales, según cuenta el teólogo alemán Hubertus Mynarek, en
su libro "Eros y clero", (Caralt,1979). En cierto sentido, la
opción eclesiástica por no interrumpir los embarazos no deseados
significaría considerar a la maternidad como un castigo a las
mujeres “ligeras de cascos”.
Algunos psicólogos sostienen que la represión afectiva y sexual
del clero romano, en vez de conducirles al misticismo o al
desapego mundano, les lleva frecuentemente a los desórdenes en
la materia puestos de manifiesto en los casos abundantes de
pederastia descubiertos y condenados, especialmente en
sociedades abiertas como los Estados Unidos.
Lo cierto es que, en el tema del aborto, la sociedad conoce muy
bien los condicionantes económicos y educativos del asunto y que
las recetas para aliviar tan dolorosas decisiones femeninas-
repito que no hay feminismo pro aborto- comienzan bastante antes
de la concepción. Desde una ética civil se pone de relieve la
inconsistencia eclesiástica entre la defensa del "nasciturus" y
la negligencia respecto a la miseria y la mortalidad infantiles.
Nunca han alzado la voz respecto a estas lacras con la
intensidad con que lo hacen respecto al aborto. Con lo fácil que
sería limitarse al plano pastoral, excluir del rebaño a los que
no cumplen sus preceptos y pronosticarles la condenación eterna.
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