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Nuestro reino es de este mundo

 

Mª. Jesús González Vázquez

Attac  29 de Enero de 2008

El ansia de poder de los obispos católicos, el ceremonial y los ropajes litúrgicos, las obras de arte de incalculable valor y otras propiedades muebles e inmuebles de la Iglesia, son de este mundo

 Cuando escribí un artículo anterior sobre  “la resistencia de las sotanas” no pensé que los temores expresados en él fuesen a tener una confirmación tan clara, pública y arrolladora. Ni que como ciudadana responsable me iba a sentir de inmediato obligada a abundar sobre el tema del fundamentalismo eclesial, que no solo subyace bajo una vestimenta talar sino que asoma, con fuerza, en una sociedad cansada de crispaciones y embustes a los que parte del estamento religioso no es ajeno. Se manifiesta coercitivamente en los medios intentando controlar las conciencias, imponer a toda la ciudadanía sus normas de conducta y filosofía de vida.
  ¿Qué somos agnósticos o ateos, cristianos heterodoxos, budistas o musulmanes? da lo mismo. En España hay que conducirse como enseña la Iglesia Católica más rancia. Y el gobierno que ha sido elegido para gobernar una sociedad civil, multicultural en sus costumbres y creencias, ha de atenerse a la opinión de una jerarquía católica, dogmática y autoritaria so pena de ser acusado de poco democrático e irrespetuoso con la Constitución. Es decir, ha de acomodarse al dictado de las sotanas. Arrodillarse -y con él todos los ciudadanos y ciudadanas- ante ostentosas casullas episcopales costosamente labradas.
 La ciudadanía, religiosa o laica, debe organizarse o regirse sobre la base y principios del matrimonio católico. Y todas las nuevas formas de familia, reductos de amor y compañía elegida en una sociedad individualista y solitaria, deben de ser rechazadas aunque no tengan, ni les sea posible tener, otros vínculos afectivos y carezcan de convicciones religiosas
  El ansia de poder de los obispos católicos, el ceremonial y los ropajes litúrgicos, las obras de arte de incalculable valor y otras propiedades muebles e inmuebles de la Iglesia, son de este mundo. Las relaciones que establece con los gobiernos son de poder a poder. Y, además, toma y devalúa la calle, el último reducto donde habitan “los desheredados de la tierra,” donde antes se protestaba contra la opresión, las injusticias, y la violencia de la guerra o de género y la Iglesia no hacía acto de presencia.
 En el siglo XXI estamos peor que en el Medioevo: ya no hay monjes católicos de vida austera dedicados a conservar y transmitir la cultura. Ahora se trata de adoctrinar al rebaño en selectas escuelas, que perpetúen las desigualdades sociales y les permitan tranquilizar la conciencia con caridades paliativas para los excluidos. Escuelas donde además de correr el riesgo de perder la independencia de criterio, también se exponen los alumnos a perder la integridad física o la vida, porque sus educadores realizan obras sin licencia ni criterio técnico que avale su seguridad. Y además mienten con la complicidad de un gobierno municipal afín, que oculta parte de la información desviando la sospecha de culpabilidad hacia quien no la tiene. ¡Todo un ejemplo de educación particular para la ciudadanía!
  Los verdaderos creyentes, que también quedan en el seno de la Iglesia, que respetan los principios del  evangelio, no pinchan ni cortan en el poder mediático ni en la organización eclesial Católica. Ellos siguen la doctrina de Jesús, que decía claramente: MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO.
  En contradicción con ello, algunos obispos, guardianes de la esencia cristiana, pretenden un poder terrenal que mediatice al civil y a la ciudadanía con afirmaciones y proclamas que insultan la inteligencia de las personas, creyentes o no.
           
 
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* María Jesús González Vázquez, Escritora

 

 

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