La necesidad del laicismo
Gilberto Rincón Gallardo
Novedades de Cancún 13 de
Abril de 2008
...el
laicismo o, si se quiere, la laicidad, tiene valores propios como la
tolerancia, el uso crítico de la razón, la libertad de credos, los
derechos fundamentales de la persona y la igualdad de todos ante la ley;
valores sin los cuales el mundo democrático sería inexistente.
La semana pasada se presentó al público una
publicación original y relevante. Se trata del texto titulado La laicidad:
antídoto contra la discriminación, del jurista Pedro Salazar Ugarte y
publicado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.
Me parece importante este libro porque coincide en el tiempo con una
escandalosa confusión entre lo confesional y lo público en muchas de las
esferas de la vida nacional.
La hipótesis que guía el texto, y que en sí misma constituye una mirada
novedosa acerca de las complejas relaciones entre la laicidad de la vida
pública y el principio de no discriminación, apunta a ese valor mayúsculo
que es la igualdad.
En efecto, la no discriminación en el terreno de las opciones religiosas
supone no sólo el valor de la libertad, en tanto que derecho de cada uno a
escoger sin coerción su fe religiosa o incluso el no tener fe alguna, sino
que supone también la vigencia de una igualdad en el tratamiento que el
Estado ha de dar a las distintas religiones, de tal modo que sea posible
compatibilizar el respeto a las diferencias morales y religiosas con una
trato igualitario y sin excepciones por razones religiosas.
México es un país verdaderamente plural, sobre todo en los aspectos más
significativos: plural en formas de vida, en visiones de la moralidad, en
proyectos sociales, en creencias religiosas. Necesitamos por ello
reconstruir el Estado laico para que sea capaz de convertir esta
pluralidad en riqueza social y no en fragmentación y enfrentamientos.
Esta pluralidad política, cultural y religiosa, debe acompañarse de un
marco definido de convivencia y bienestar común a los diferentes grupos,
asociaciones o religiones que componen el mosaico de creencias en nuestro
país.
La fórmula para la convivencia de la pluralidad es el laicismo. Sabemos
que el laicismo es el recurso que el mundo moderno encontró, y que el
Estado mexicano retomó como principio, para evitar tanto la crispación en
las relaciones entre el Estado y la religión como para impedir que las
divisiones de creencias religiosas fracturaran de forma irremediable a la
comunidad política.
El laicismo es una solución positiva para la convivencia entre religiones
mayoritarias y minoritarias, y para evitar que las creencias de un grupo
se hagan dominantes a través de la fuerza del Estado.
La apuesta del laicismo es que si alguna religión ha de prosperar, sólo
será a través del convencimiento y la persuasión legítima y no por el
poder del Estado.
Pero el laicismo no es, como se ha pretendido hacer creer con frecuencia,
un espacio vacío y sin valores propios. El laicismo no es el residuo que
queda frente a los grandes valores morales o religiosos de los
particulares.
Como se muestra en el texto del doctor Salazar Ugarte, el laicismo o, si
se quiere, la laicidad, tiene valores propios como la tolerancia, el uso
crítico de la razón, la libertad de credos, los derechos fundamentales de
la persona y la igualdad de todos ante la ley; valores sin los cuales el
mundo democrático sería inexistente. El laicismo debe ser, en una sociedad
abierta y democrática, la ética pública que ha de regir la vida política y
la convivencia entre la pluralidad de la nación.
Es necesario defender el laicismo porque es un fundamento del orden
político que asegura el goce de su libertad religiosa a las minorías
confesionales. En este sentido, una sociedad laica es sinónimo de una
sociedad abierta a todas las interpretaciones del hecho religioso. Ese es
el sentido positivo del laicismo.
Así que no basta con la aconfesionalidad del Estado para decir que éste es
laico. Es necesario que sea militantemente defensor de la pluralidad y del
ejercicio de las libertades de credo y de pensamiento; que sea protector
de las minorías frente a la amenaza ilegítima de las mayorías, y que sea
promotor de una educación pública orientada por el pensamiento crítico y
los valores humanistas.
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