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 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 

 


 

El incumplimiento del artículo 16.3

de la Constitución

Antonio García Ninet

UCR 3 de Octubre de 2008

 

Dentro de pocas semanas nuestra Constitución va a cumplir treinta años, pero por desgracia todavía a estas alturas su artículo 16. 3, según el cual “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, está muy lejos de su cumplimiento. Son muchos los aspectos de la vida cotidiana en los que el incumplimiento de ese artículo es patente, pero en este momento quiero recordar y denunciar de modo reiterado alguno de los aspectos en que tal incumplimiento se produce a fin de exigir a nuestro gobierno que, como poder ejecutivo, tiene la obligación de cumplir y de hacer cumplir las leyes y de manera muy especial nuestra ley suprema que no es otra que la Constitución Española de 1978.

 

En relación con el artículo 16.3, ya en otros momentos se ha denunciado el uso de la simbología cristiana de la cruz para la toma de posesión de diversos cargos políticos de cierta relevancia o para celebrar “funerales de Estado”. La situación sigue igual, funcionando con la misma falta de respeto hacia la Constitución y hacia quienes la votamos afirmativamente. Por ello, la denuncia debe continuar siendo la misma: El nombramiento de los diversos cargos políticos no tiene nada que ver con rituales o simbología religiosa  como la del juramento o como la utilización de un crucifijo, y, por ello, hay que denunciar que en los últimos nombramientos de cargos del poder ejecutivo o del poder judicial ha seguido utilizándose un ritual anticonstitucional de carácter religioso.

 

Igualmente hay que seguir denunciando que se siga permitiendo que en los centros de enseñanza públicos y privados se siga creando una confusión especial cuando, junto a asignaturas que representan aspectos importantes del conocimiento y de la cultura humana, se permite e incluso se subvenciona el lavado de cerebro de nuestros niños y jóvenes mediante el adoctrinamiento en creencias religiosas que, desde luego, nada tienen que ver con el conocimiento y sí con el mundo de las supersticiones y que tiene como finalidad última la del lucro de una organización que vive de la ingenua credulidad de quienes no han podido adquirir una formación cultural adecuada.  Hay que denunciar, pues, esa pasividad de los gobiernos para cumplir con el mandato constitucional relacionado con la neutralidad del Estado, tanto por lo que se refiere al ámbito de las creencias religiosas como por lo que se refiere al de las creencias ateas.

 

Para añadir un aspecto nuevo a estas reflexiones a fin de que no sean una mera repetición de críticas anteriores, se me ocurre hacer referencia al hecho de que a la entrada de la mayoría de los cementerios municipales figura una cruz como si todas las personas allí enterradas fueran cristianas, a pesar de que todo el mundo sabe que en los cementerios hay enterradas personas de diversas creencias, entre las cuales se encuentran también quienes tienen la creencia de que todas las religiones son simples supersticiones más o menos sistematizadas.

 

En cuanto los cementerios sean propiedad municipal –y parece que en su gran mayoría lo son-, la inercia de la tradición haya permitido hasta la actualidad el incumplimiento de nuestra Constitución democrática por lo que se refiere al hecho de que a la entrada de estos lugares siga figurando una cruz, como si el cementerio tuviera carácter religioso cristiano y no simplemente el de un lugar en el que se da sepultura a los restos de nuestros seres queridos. Por ello y de acuerdo con nuestra Constitución es hora ya de que se retire ese símbolo perteneciente a una confesión religiosa en particular, al margen de que se respete, como es lógico, que a nivel individual los actuales o los futuros inquilinos  (o en su caso, los familiares o amigos) puedan adornar su tumba como más les guste, colocando en ella los símbolos, los recuerdos y los adornos que deseen, pero en cuanto los cementerios no sean propiedad particular de un tipo de creyentes o de otro, debe desaparecer esa simbología que no es neutral y que resulta ofensiva para muchos y por muy diversos motivos, tanto relacionados con las doctrinas de tal credo religioso como por la historia criminal de una gran parte de los dirigentes de esa organización.

 

Es tan inconstitucional que a la entrada de los cementerios, recinto común de todos los difuntos, figure una cruz como que figurase una hoz y un martillo, una media luna o el escudo del Valencia C.F, a no ser que se tratase de un cementerio perteneciente en exclusiva a cristianos, a marxistas, a musulmanes o a forofos especiales del Valencia C. F. En épocas pasadas, con el dominio y control casi absoluto de la Jerarquía Católica en casi todos los aspectos de la vida de las personas en España, a nadie se le habría ocurrido plantear esta cuestión al considerar la presencia de la cruz como lo más natural del mundo; sin embargo, en la actualidad a quienes defendemos nuestra Constitución y su aplicación consecuente nos parece una situación tan aberrante el mantenimiento de esas cruces como lo sería la colocación de la media luna musulmana.

 

Así que, de acuerdo con nuestra Constitución, ni un símbolo ni el otro. En su respectiva tumba que cada muerto haga lo que quiera –o lo que pueda-, pero que algunos vivos no lo sean tanto como para querer apropiarse de un lugar que no es el suyo y ni mucho menos de un modo exclusivo.

 

Con todo el respeto por los creyentes de las diversas religiones, pero con el mismo respeto por nuestra Constitución española, dejemos que los muertos tengan en sus tumbas los símbolos que deseen, pero que los vivos cumplan con la legalidad constitucional eliminando la cruz de la entrada de los cementerios en cuanto es un símbolo que hace referencia a creencias privadas y en cuanto nadie tiene derecho a imponerlas a nadie, ni vivo ni difunto.

Para finalizar, quiero manifestar mi protesta por las continuas molestias que me provoca el campanario de la iglesia cristiana que se encuentra a casi un kilómetro de donde vivo. También en este punto la simple inercia ha impedido que el pueblo en general proteste por esa falta de respeto a la marcha normal de la vida ciudadana, sin interferencias de quienes tienen determinadas creencias religiosas o de quines buscan por todos los procedimientos posibles hacer que la gente baile al son que ellos quieran, como en este caso el que viene asociado con el de esas campanas. El sonido de las campanas en sí mismo puede ser agradable en determinados contextos, pero es una falta de respeto que los curas lo utilicen para dar rienda suelta a sus juergas místicas o cuando utilizan las campañas del reloj de la torre de las iglesias para avisarnos caritativamente de las horas del día y de la noche como si todavía no se hubiera inventado el reloj. Si quieren utilizar las campanas, que lo hagan dentro de su casa o dentro de sus iglesias, pero sin molestar a quienes no comulgamos con sus hostias consagradas ni con sus ridículas ceremonias y doctrinas. No es para nada respetuoso con el derecho de todos y cada uno al descanso que a las cuatro de la noche suenen las campanas de la iglesia para avisar de que estamos en esa hora del día –y, encima, que al cabo de un minuto repitan la información-.

 

Alguien puede creer que protestar por eso es por simples ganas de protestar, pero quizá entienda mejor mi punto de vista si se pone en mi lugar: ¿Cómo aceptarían que yo instalase un aparato en el exterior de mi casa que reprodujese la Internacional, dulce melodía, durante todas las horas del día?    

 

 Por ello, denuncio a la jerarquía católica y protesto a quienes tienen el deber de hacer cumplir las leyes constitucionales por haber consentido hasta ahora y por seguir consintiendo que los curas incrementen impunemente la contaminación acústica que padecemos con el infernal sonido de las campanas de las iglesias, que sólo sirven para molestar y a las que, por mucho que las toquen, ya no hace caso ni Dios

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Antonio García Ninet es Doctor en Filosofía

 

 

 

 

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