Sin embargo,
inexplicablemente, buena parte de la población ignora la
existencia de este Concordato o Acuerdo entre el poder público
español y la Iglesia Católica. Este acuerdo se firmó en 1.953
entre Franco y la jerarquía eclesiástica, asegurando tácitamente
por escrito los privilegios (que eran todos) de la santa
Institución en el régimen franquista; posteriormente, en 1.976,
ante las transformaciones acaecidas tras el cambio de régimen
político, se volvió a firmar un acuerdo entre el Estado Español y
la Santa Sede que modificaba apenas el acuerdo anterior.
Para documentar mínimamente al posible lector profano en la
materia, es conveniente recordar que el mencionado Concordato dota
a la Institución Católica de unos privilegios más que
considerables a cargo del erario público español, privilegios que
no tienen parangón en ningún país de nuestro entorno democrático.
Resumiendo mucho, en base al Concordato, la Iglesia Católica en
España goza de unos enormes ingresos económicos a cargo del
Estado, unos anacrónicos privilegios en el sistema educativo,
además de unos derechos a nivel político, jurídico y social que no
le corresponden según la supuesta aconfesionalidad del Estado
Español.
A partir del posicionamiento político de la Iglesia en los últimos
tiempos contra el gobierno, y de su injerencia intolerable en las
cuestiones sociales y políticas, somos muchos los españoles que
nos cuestionamos la conveniencia de seguir financiando con los
impuestos de todos una institución que ha caído con evidencia en
posturas antidemocráticas y que se ha erigido, más que en un
espacio para la espiritualidad, en un espacio para la
confrontación y la crispación social y política, y, en
consecuencia, en un claro peligro para la convivencia pacífica y
democrática de los españoles.
Son ya muchas las voces que, desde diversos ámbitos, reclaman la
derogación o, al menos, la revisión, del polémico y anacrónico
concordato para dar cumplimiento real al derecho a la libertad de
conciencia garantizada por la Constitución. El nuevo gobierno
tendrá que plantearse esta cuestión que, a estas alturas, ya
rebasa la competencia política y se está convirtiendo en una
cuestión social que hay que revisar sin demora. No será fácil esta
asignatura para el nuevo gobierno, pero me temo que será
impostergable y estará en el punto de mira de amplios sectores
sociales.
España ha cambiado mucho, se ha transformado de acuerdo a la
evolución democrática de la sociedad. El laicismo es,
precisamente, uno de esos valores que avalan la consolidación de
la democracia en base al respeto a la libertad de conciencia de
todos los ciudadanos. La tradición religiosa o cultural nunca debe
de ser óbice para la transgresión de las libertades básicas, y el
ámbito de las creencias espirituales debe replegarse al terreno de
lo estrictamente privado y personal.
A la gran mayoría de los españoles demócratas del siglo XXI, ya no
nos asusta ni el infierno, ni el supuesto castigo divino, ni el
fuego eterno. Nos asusta la intolerancia, las guerras, la
insolidaridad, la mentira, la manipulación soterrada, los
fanatismos políticos o religiosos, el poder neoconservador en el
que prima el valor del dinero sobre el de las personas, la
impotencia de observar que parte importante del planeta soporta
altas dosis de miseria y de injusticia; nos asusta la
irracionalidad, las dictaduras, las teocracias, el poder en manos
de tiranos indecentes, el desprecio a los derechos humanos,...y
nos asusta, quizás especialmente, cualquier ideario que contemple
la represión de la libertad como derecho intrínseco del ser
humano.
Coral Bravo es doctora en Filología y Máster en Psicología.
Además es miembro de la organización Europa Laica