- • Lo
que a menudo defienden los obispos escudándose en las verdades
reveladas son espacios de poder
En Madrid y en Roma se han desarrollado dos
ceremonias mayores de la confrontación entre la jerarquía católica y
el mundo laico. Dos ceremonias diametralmente opuestas, pero que se
encuadran dentro del difícil marco para la cohabitación entre los
principios de la laicidad, negados con vehemencia por la jerarquía
católica cuando afecta a cuestiones altamente sensibles, desde el
punto de vista ético, que tienen relación con los derechos civiles
de los ciudadanos.
La de la plaza de Colón de Madrid tuvo un sabor medieval en su
liturgia de kirieleysones y toques de posmodernidad en la
tecnología que permitió la presencia virtual del papa Ratzinger.
Ese toque de medievalismo escénico, puesto en relieve por la
decoración y los ropajes de los principales oficiantes, acentuó al
tono de apocalipsis now que llevaban los discursos de los
cardenales que hicieron uso de la palabra.
Uno de ellos,el de Valencia, preconizó el fin de la democracia como
consecuencia de las leyes aprobadas por el Parlamento sobre el
divorcio, el aborto, los matrimonios gay o la Educación para la
Ciudadanía. En aras de la libertad de expresión, que ahora invocan,
y en la que los demócratas creen, ellos tienen todo el derecho a
manifestarse y a decir lo que les venga en gana. No se trata de eso.
Pero, si salen a la plaza predicando verdades absolutas como fuente
primaria de todo el sistema legal, es lógico que se les responda
desde el relativismo posteológico que las leyes se hacen desde la
voluntad de los ciudadanos y no pueden derivarse de las revelaciones
divinas, porque vivimos en un Estado laico y no en una dictadura
teocrática.
Predican que su reino no es de este mundo, pero quieren inspirar y
condicionar todas las leyes de nuestro reino. Pueden creer que la
vida eterna es la que le da pleno sentido a esta vida. Como otros
pueden sostener que esta vida tiene sentido por sí misma o incluso
que la vida tiene ribetes de absurdo. Albert Camus llegó a
decir que creer en la otra vida es vaciar esta de sentido. Suya es
aquella frase: "Dejemos el cielo para los ángeles y los gorriones,
nosotros nos conformamos con los gozos de esta vida pasajera".
Aquí nadie le pone cortapisas a la Iglesia para que predique y
defienda sus dogmas, sus principios éticos y morales y, por
supuesto, para que exija a sus fieles su cumplimiento, pero lo que
no puede es imponer al Estado que legisle según sus principios. Es
más, creo que no hay país en el que la Iglesia católica tenga tantas
prerrogativas como en las tierras de este reino. Zapatero
podría ofrecerle al secretario de Estado del Vaticano lo que en una
ocasión Felipe González le ofreció al hábil e inteligente
monseñor Casaroli al decirle que buscara un modelo de
relación Iglesia-Estado que estuviera vigente en cualquiera de los
muchos de que disponía el Vaticano con diferentes países, y, si
encontraba alguno que en su conjunto fuera más satisfactorio para la
Iglesia que el que nos afectaba, que no dudara en comunicárselo para
iniciar las negociaciones de sustitución. González, cuando
recuerda este encuentro, siempre añade: "Nunca tuve ninguna
propuesta".
Los pasos que nuestra sociedad fue dando por los caminos de la
libertad y los derechos individuales siempre se encontraron con la
oposición intransigente de la estructura eclesial apoyándose en los
sectores políticos de la derecha profunda y radical. La elaboración
de la primera ley del divorcio estuvo rodeada de un enorme griterío:
algunos obispos y políticos como Álvarez-Cascos sostenían que
era el fin de la familia, pero curiosamente muchos impulsores de esa
ley no la han utilizado nunca y, en cambio, Cascos fue un
usuario exhibicionista.
La religión en la enseñanza es uno de sus caballos de batalla: no
quieren adoctrinamientos, pero exigen que el Estado pague la
enseñanza de sus dogmas. Se rasgan las vestiduras porque se ha
despenalizado el aborto en tres supuestos y consideran el matrimonio
entre homosexuales como el tsunami más perverso que han visto los
siglos.
Lo de Roma fue diferente y tuvo como protagonista al mismísimo papa
Benedicto XVI. Invitado por el rector de la Universidad La
Sapienza de Roma para pronunciar la conferencia de inauguración del
curso, tuvo que suspender su intervención ante la protesta de varios
profesores y alumnos de la Facultad de Físicas, protesta que se
empezaba a extender como una mancha de aceite por las otras
facultades y amenazaba con una confrontación imprevisible. La pugna
dia léctica sigue.
La sustancia del debate es que el Papa tiene derecho a hablar y toda
la libertad de expresión, pero que en una universidad podría sonar
la lección inaugural como un programa ideológico del curso. También
en los sectores laicos italianos hay un malestar por lo que
consideran una presencia asfixiante de la Iglesia sobre la política
y la sociedad.
La cohabitación del laicismo con las estructuras de una creencia de
verdades absolutas e inmutables no es fácil. Y resulta más difícil
cuando se trata de poder, porque en ocasiones, la jerarquía eclesial
lo que defiende, escudándose en las verdades reveladas, son espacios
de poder. Defiende el poder de la púrpura y los armiños, para que
los armiños y la púrpura no parezcan disfraces de carnaval.
* Periodista.