A católica indignación,
devota penitencia
Fida * 19
de Junio de 2008
Mientras en Alemania se concede el premio Büchner de literatura al
escritor Josef Winkler, cuya obra aborda una descripción crítica de
los horrores producidos por el catolicismo, en nuestro país una
avanzadilla de cruzados neogóticos conocidos como “HazteOir.org”
consiguen, mediante una simple campaña de envío masivo de spam, que
tres de los principales grupos económicos españoles retiren su
inversión publicitaria de la cadena televisiva La Sexta por emitir,
según aquellos, contenidos “ofensivos” con los sentimientos
religiosos de la mayoría de la población.
El último éxito del caudillo de los ultras, Ignacio Arsuaga, ha
radicado en conmover a los responsables de imagen de El Corte
Inglés, quienes esta misma mañana, por boca de Ángel Barutell,
director de Relaciones Externas de la multinacional, expiaban su
pecado –se habían escondido tras la pantalla de una poco profesional
“central de medios”- y afirmaban estar “molestos e indignados” por
haber sido inducidos a pagar publicidad en cierta diabólica cadena
cuya enseña es el número maldito. Días atrás, el director de
marketing de El Ocaso, la compañía del sol menguante, señalaba
airado que “no iba a permitir” que su empresa promocionara programas
que pudieran ofender a “cualquier tipo de sentimientos de grupos
ciudadanos”. Y antes aún, el pasado día 8, el director de relaciones
públicas de la cervecera holandesa Heineken, Diego Antoñanzas,
maldecía el “sesgo laicista” de “Salvados por…”, y corría a retirar
su dinero y sus verdísimas bendiciones del programa blasfemo.
El hígado de los ultracatólicos filtrará, ya sin complejos, el caldo
holandés, deambulará en éxtasis por los grandes almacenes de don
Isidoro y esperará tranquila su jubilación, saboreando las ventajas
fiscales de invertir en El Ocaso. Han demostrado estas empresas que
el argumento sociológico, antaño empleado con cierto éxito por la
Iglesia, puede constituir un factor de riesgo, y que en tiempos de
crisis –o de “desaceleració n económica”- debe optarse por el campo
católico antes que por el de la indiferencia religiosa. En
definitiva, el dinero tiende a ser apostólico y romano, de derechas,
buen consumidor y mejor previsor.
Arsuaga, quizá enturbiado por la mística de la gloria, y animado
siempre por las generosas donaciones procedentes de ciertos lobbys
fundamentalistas republicanos –no de esos tricolores que logran
cabrear al piadoso Bono, por supuesto, sino de los de americanos del
norte- ha hablado de “un nuevo éxito del movimiento cívico” por la
“auténtica” libertad de conciencia. No negamos la palma, y
felicitamos su estrategia. Tememos, desde luego, que la citada
autenticidad se deba más a la memoria del catecismo Ripalda que al
derecho de todos, pero no puede sorprendernos, especialmente cuando
se atribuye a la compañía que financió los carteles de bienvenida a
Benedicto XVI para su periplo fallero, o que impide sistemáticamente
la distribución de libros críticos con la mafia política de este
país, o que patrocina a la cadena de los obispos y del condenado
Federico. Pero, en fin, cualquier empresa privada puede actuar como
estime conveniente,
fidelizar al sector de mercado que prefiera y jugar su baza en el
botín comercial, destino ineludible del sudor y de la pena.
Lo verdaderamente interesante, en este caso, consiste en la pérdida
real de imagen de los inclinados. Es norma, en todo Estado de
derecho, que nadie se someta a las exigencias de un chantaje, porque
los fanáticos y los secuestradores se crecen y la amenaza contra las
libertades aumenta. Cuando de conciencia se trata, ninguna está
amparada por la protección divina ni libre de críticas. Esto, que es
tan fundamental en un régimen democrático como el sufragio
universal, implica que la libertad de expresión esté por encima de
pretendidos escrúpulos personales, y que delitos como el de
“blasfemia” constituyan residuos totalitarios apegados, cual negras
garrapatas, al Código Penal.
Jaleados por una opinión pública minoritaria pero persistente, las
conquistas de Arsuaga se limitan a las argucias clericales de
siempre. Fanáticos y henchidos de fe, al igual que sus iguales de
Oriente, los medios empleados no alcanzan, de momento, y por citar
una monstruosidad reciente, la contundencia coránica exhibida hoy en
Bagdad, con sus más de cincuenta asesinados. Pero las proclamas de
estos alucinados yihadistas del Espíritu Santo dejan bien clara su
inspiración política, que consiste en defender la fe con la
extorsión y en imponer una rígida censura frente a la crítica.
Cambian los uniformes y cambian las circunstancias, pero el espíritu
–¡ay!- siempre permanece. Malditos libros sagrados, que impiden el
aprendizaje de la auténtica lectura…
A la Conferencia Episcopal le molesta el “ruido” de los apóstatas, y
a los cruzados mágicos de Arsuaga, el humor ácido que desvela la
miseria y la arrogancia del clero. A nosotros, ateos, no se nos
permite sentir la herida de la ofensa. Pero sí, ésta se produce, y
ocasionalmente con intensidad. Especialmente cuando los gobiernos y
los ciudadanos se arrodillan ante una cruz o una media luna, o
cuando Papas, sheiks y prelados claman por la paz y financian la
guerra. Ésas son, en el fondo, las verdaderas blasfemias de todo
tiempo.
Para esa laya anaranjada, toda crítica a la única y sacrosanta
Católica es siempre una crítica impúdica, que ha de ser vengada.
Como atestigua el todavía alcalde de Morón, el pueblo creyente sigue
cantando a María Auxiliadora, y el poderío económico, al unísono,
entona penitencias, rogativas y el mea culpa convenido. Eso sí,
ahora, tras lo de Arsuaga y sus secuaces, sin dignidad y sin
pantalones…
Federación Internacional de Ateos (FIdA)
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