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El adoctrinamiento religioso atenta contra

los derechos de la infancia

Antonio García Ninet * 

UCR 17 de Enero de 2007

Al hablar de educación conviene diferenciar entre los conceptos de formación y adoctrinamiento: La formación hace referencia a las acciones combinadas de suministrar información de carácter científico y cultural y de incitar al ejercicio de la capacidad racional aplicada al análisis crítico de la información recibida. Por su parte, el adoctrinamiento hace referencia a la acción de inculcar doctrinas mediante la presión psíquica ejercida por la “autoridad” (?) de quien las presenta, al margen de que se correspondan o no con auténticas verdades.

 

Mientras la educación como formación intelectual es el modo correcto de aprendizaje[1], el adoctrinamiento determina la negación de dicha formación en cuanto promueve una mentalidad sumisa y dispuesta a aceptar lo que le ordene la autoridad paterna, docente, política, religiosa o ideológica en general, tratando de suprimir el desarrollo de la racionalidad crítica de niños y jóvenes a fin controlar sus pensamientos, creencias y acciones. El adoctrinamiento religioso va unido a un enfoque dogmático del aprendizaje, que se pretende imponer por encima de la razón y valorando la fe como justificación de la verdad de las doctrinas que se pretende inculcar. El enfoque dogmático es gravemente negativo para la formación intelectual del niño en cuanto conduce a la atrofia de su capacidad crítica potencial y a la fácil manipulación consiguiente, que le conducirá a aceptar cualquier doctrina por absurda que sea. A las preguntas que el niño pueda formular, en último término se le responderá: “Debes creer; hay misterios que tu inteligencia no puede comprender; sólo la fe te dará la paz; sin la fe no hay salvación”. Y así, a quien fue un niño naturalmente receptivo se le va convirtiendo en un adulto inmaduro, artificialmente sumiso y mentalmente castrado.

 

Por ello y a fin de evitar la conversión del niño en hombre racional y libre, se somete su infancia a un proceso de troquelado doctrinal hasta que sus “educadores” (?) consiguen que cualquier reflexión racional autónoma llegue a producirle vértigo: “No debo ser tan orgulloso como para pensar que mi débil inteligencia pueda resolver estos problemas; debo creer en mis superiores. Ellos saben dónde está la verdad”.

 

En consecuencia y para evitar agresiones tan perversas, la enseñanza dogmática de la Religión debe desaparecer de los centros educativos, protegiendo así a la infancia de esa agresión contra su dignidad y su racionalidad, pues mediante este procedimiento dogmático, del mismo modo que los nazis llegaron a moldear las tristes juventudes hitlerianas, las religiones manipulan la mente de la infancia, dejando el terreno abonado además para la aparición de instituciones aberrantes y destructivas, como la santa Inquisición, los guerrilleros de Cristo Rey, el Opus Dei y una larga serie de sectas que han ido surgiendo del caldo de cultivo de las otras sectas cristianas mejor estructuradas y de muchas otras agrupaciones políticas o religiosas. Los dirigentes de tales agrupaciones llegan a rechazar abiertamente el valor de la razón, repudiando de modo insultante, como en el caso del señor K. Wojtyla, el pensamiento de filósofos y de movimientos filosóficos tan valiosos como Descartes y la Ilustración –con pensadores de la categoría de Hume, Rousseau, Voltaire y Kant-, hasta el punto de considerar sus teorías como precursoras de las modernas “ideologías del mal”[2] por haber defendido la razón como la herramienta imprescindible para escapar de la ignorancia[3], confiriendo en su lugar un valor especial a planteamientos como el de Tomás de Aquino y su absurda valoración de la fe como un criterio superior al de la razón para alcanzar la verdad.

 

Por otra parte, el interés de la Iglesia deriva de su ambición, consciente o inconsciente, por incrementar su poder, social y económico, mediante los resultados que a largo plazo pueda conseguir de la manipulación de las mentes infantiles, y no de una preocupación especial por “la salvación de sus almas” –¡¿de qué tenía que salvarlas?! -.

El artículo 20 de la Constitución, reconociendo el derecho a la libertad de expresión y a la libertad de cátedra, indica igualmente que “…estas libertades tienen su límite […] en el derecho […] a la protección de la juventud y de la infancia” (Art. 20, 4), y en este sentido, la enseñanza religiosa, en cuanto sea adoctrinamiento y no enseñanza, debería desaparecer de los centros educativos.

 

Pues, ¿qué debe entenderse por el concepto de “protección de la juventud y de la infancia”? Las heridas físicas son fáciles de ver y, por ello mismo, de tratar hasta culminar su curación que tal vez sólo deje en muchas ocasiones cicatrices superficiales. Pero ¿qué sucede con las heridas psíquicas, ésas que son invisibles para los ojos, pero que implican una muchas veces un daño mental irreparable por lo que se refiere a un desarrollo pleno de la racionalidad del hombre? ¿No es acaso una obligación de los gobernantes la de proteger a niños y jóvenes de tales agresiones que, aunque incruentas, están llenas del veneno del dogmatismo y del fanatismo contra la razón?

 

La Secta Católica es conocedora de la importancia psicológica del adoctrinamiento durante los años de la infancia y de la juventud, y ése es el auténtico motivo de que haya intentado en todo momento hacerse con el poder en los centros de enseñanza, y no el “altruista” (?) deseo de colaborar con la sociedad en la sana formación de la infancia y de la juventud? ¿Por qué será que no colabora en otras tareas, como la de barrer las calles o la de bajar a las minas? Ésas sí serían tareas inequívocas de apoyo a la sociedad. Y más lo serían si, en lugar de realizarlas en nuestro país, las realizasen en lugares como Sierra Leona, Níger o Burkina Faso, los países más pobres del mundo, cuyos habitantes son tan dignos de ser atendidos como los grandes países visitados por el Gran Jefe de la Secta Católica.

 

Y, aunque resulte “comprensible” (?) que la jerarquía de la Secta Católica luche por sus intereses “tan nobles” (?), lo que al menos no debe consentir el gobierno socialista es que el “P J C” (Partido de la Jerarquía Católica) siga manteniendo la serie de privilegios de que goza desde tiempos inmemoriales, y, de manera especial, su “derecho a envenenar” mediante sus absurdas doctrinas tanto ideológicas como especialmente aquellas que sólo sirven para atrofiar las mentes de los niños a fin de que abandonen el uso de la razón para ser guiados por las consignas irracionales de quienes les adoctrinan con la idea de que deben humillarse ante la palabra de Dios, de la ellos se presentan como sus transmisores.

 

Contra esta situación y en cumplimiento del artículo 20 de la Constitución Española,

EXIJO LA DESAPARICIÓN DEL ADOCTRINAMIENTO RELIGIOSO EN LA TOTALIDAD DE LOS

CENTROS EDUCATIVOS ESPAÑOLES, Y EN LOS DEMÁS LUGARES,

SEAN IGLESIAS O CATEDRALES,

EN CUANTO LA DEFENSA DE LA INFANCIA Y DE LA JUVENTUD DEBE EJERCERSE

EN TODO EL TERRITORIO NACIONAL

 

 


 

[1] Podemos ver en Sócrates un modelo de educador en cuanto él mismo no se consideraba sabio, pero trataba de razonar con sus discípulos a fin de progresar unidos en la búsqueda de la verdad. Por eso decía que en cierto modo había heredado el oficio de su madre, que era comadrona, pues, mientras ella ayudaba a dar a luz por lo que se refiere a los cuerpos, él ayudaba a dar a luz en las almas, animando a sus discípulos a razonar para buscar la verdad, una verdad que nunca era impuesta sino que el propio discípulo debía encontrar, inducido por la mayéutica socrática. Por su parte, Nietzsche expresaba una actitud de radical rechazo al criterio de autoridad cuando escribió: “¿Quieres seguirme? ¡Síguete a ti mismo!”.

[2] Así lo hizo el señor K. Wojtyla en su libro Memoria e identidad.

[3] Wojtyla tenía razón al preocuparse por la trascendencia del pensamiento de esos filósofos, pues la defensa de la razón como guía del ser humano, “sin la dirección de otro” va en contra de las pretensiones de la Iglesia de asumir el papel de “guía de la humanidad”. Pero el mal no deriva de la racionalidad, sino de su abandono. En este sentido escribe Kant con acierto: “Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro […] ¡Sapere aude! ¡Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento! es, en consecuencia, la divisa de la Ilustración” (Qué es la Ilustración).

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*Antonio García Ninet es Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

 

 

 

 

 

 

 

 

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