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Refutación de las supuestas pruebas de la existencia de Dios

Antonio García Ninet *

UCR 13 de Junio de 2007

 

La creencia en seres superiores, dotados de poderes especiales, invisibles pero existentes en un ámbito de la realidad distinto a aquél en que se desenvuelve la vida humana ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad desde hace ya varios milenios de nuestra historia y prehistoria. Esta creencia desembocó en la formación de las religiones mediante las cuales los creyentes trataban de ponerse en contacto espiritual con tales seres a fin de propiciar para sí una predisposición positiva, tanto evitando su ira como conquistando su aprecio y sus favores.

1. Durante los últimos cuatro siglos, sin embargo, gracias a la utilización de la razón acompañada de la experiencia, el desarrollo de la Ciencia ha sido espectacular y ello ha determinado que el ser humano se plantee utilizar la inteligencia, herramienta que le ha servido para obtener los avances científicos y tecnológicos actuales, para conseguir igualmente otros objetivos igualmente importantes, como en este caso el análisis de las doctrinas religiosas y todos los productos de la cultura humana.        

2. Por su parte, desde la perspectiva religiosa se ha seguido defendiendo la autosuficiencia y la verdad de sus doctrinas, fundamentando su valor en una supuesta “revelación divina” y defendiendo la primacía de la fe sobre la razón. Complementariamente se ha intentado, sin embargo, argumentar racionalmente para demostrar el valor de diversas doctrinas y, en especial, la de la existencia de Dios, tratando de algún modo de armonizar las afirmaciones procedentes de la fe con las demostraciones racionales, con las que en muchas ocasiones no parecían coincidir. El resultado de estos intentos ha sido una serie de argumentaciones que desde un planteamiento crítico han sido analizados llegándose al resultado de que no constituyen demostración alguna a favor de la existencia de ese fantástico ser que, sin existir, constituye el medio esencial de vida de quienes viven de propagar la fe en él y exigen limosnas millonarias y grandes palacios por ser –o pretender ser- los mensajeros de la divinidad y de sus divinos mensajes.

A continuación se exponen los argumentos más conocidos acerca de esta cuestión junto con las críticas correspondientes, las cuales deberían ser innecesarias si no fuera porque, a pesar de la extraordinario importancia que la razón ha demostrado tener, sigue habiendo un importante porcentaje de personas altamente manipulables por la serie de embaucadores que viven del negocio de las distintas sectas religiosas, como lo es el de la Secta Católica.     

2.1. El argumento ontológico.- Así, en el siglo XI, Anselmo de Canterbury pretendió demostrar la existencia de Dios mediante el conocido como argumento ontológico, según el cual el simple hecho de pensar en el significado del término Dios conduce a la afirmación de la existencia nombrada por ese término. Dice Anselmo que incluso el ignorante, cuando se refiere a Dios, entiende por ese término, la idea del ser mayor que pudiera pensarse y que por eso mismo entiende de forma implícita que se trata un ser existente, ya que en caso contrario siempre podría pensar en la existencia de un ser mayor que, además de poseer las cualidades del anterior, poseyese la cualidad de la existencia. Dicho con otras palabras: Pensar en un ser mayor que el cual no pueda pensarse otro es pensar en un ser existente que sería Dios. Sin embargo este argumento, a pesar de haber convencido a pensadores como Descartes o a Leibniz, fue criticado ya por Tomás de Aquino y posteriormente por Hume y por Kant de un modo que posteriormente ningún otro filósofo de cierta relevancia ha vuelto a considerarlo como un argumento que hubiera que reconsiderar.

La crítica fundamental que se le ha hecho es la que se uno puede pensar en todo aquello que su fantasía le permita, pero que para pasar de los simples pensamientos a las demostraciones hay que recurrir en último término a la experiencia. Se dice, por ello, que en ámbito de lo mental podemos pensar en la existencia de cualquier ser imaginario (sirenas, centauros, Superman, Caperucita Roja, Atenea), pero que para poder afirmar la existencia real de cualquiera de esos seres que hemos construido con nuestra fantasía es necesario que la experiencia nos muestre que efectivamente se muestran o pueden mostrarse a nuestros sentidos. Además, podemos reparar en que cuando imaginamos cualquier ente de ficción, como el monstruo del doctor Frankenstein, es imposible imaginarlo de otro modo que como existente, pero sólo se tratará de una existencia imaginaria mientras la experiencia no nos lo muestre para permitirnos hablar de una existencia real.    

2.2. Posteriormente, en el siglo XIII, Tomás de Aquino, habiendo criticado el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, presentó por su parte, a través de cinco vías o demostraciones, los argumentos que el cristianismo posterior ha considerado y sigue considerando como los más valiosos para la defensa racional de la existencia de Dios, a pesar de las críticas filosóficas que se han presentado contra su valor por parte de filósofos de la categoría de Hume, de Kant y de mucos otros filósofos de los últimos dos siglos.

A continuación se exponen tales “vías” junto con algunas de las críticas correspondientes:

2.2.1. Mediante la primera vía[1], a partir de la consideración aristotélica de que todo lo que se mueve es movido por otra cosa y de que en el conjunto de motores que mueven y son movidos no podemos remontarnos hasta una serie infinita, Tomás de Aquino concluye en la necesidad de afirmar la existencia de Dios como “motor inmóvil”, creador del universo y causa primera del movimiento.

Crítica: Respecto a esta vía hay que indicar que Tomás de Aquino disocia los conceptos de materia y movimiento, considerando la materia como algo inmóvil e inerte a lo que posteriormente se le habría añadido el movimiento, pero la ciencia ha demostrado que materia y movimiento –como una forma de energía- están intrínsecamente unidos. En este sentido la famosa ecuación de Einstein señala que la energía equivale a la masa (o cantidad de materia) multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz (E = m · c al cuadrado); es decir, materia y energía son realidades intercambiables, de manera que para la Física no tiene sentido considerar la masa al margen de la energía ni la energía al margen de la masa.

Además, para poder afirmar la necesidad de un primer motor que pusiera la materia en movimiento habría hecho falta que en cualquier momento del pasado se hubiera podido observar por alguien un Universo en absoluta inmovilidad que de pronto comenzara a moverse, pero eso no ha sucedido nunca. Por otra parte, si el argumento afirma que “todo lo que se mueve es movido por otra cosa”, en tal caso y para evitar la contradicción, debería aceptarse que Dios mismo es movido por otra cosa. Por ello, el argumento de Tomás de Aquino se basa en premisas falsas que, por ello mismo, no pueden conducir a la conclusión que pretendía.

 2.2.2. Mediante la segunda vía –bastante similar a la primera- Tomás de Aquino, en lugar de centrarse en el movimiento, parte de la consideración de la existencia de una cadena de causas y efectos la cual afirma que no puede concebirse como infinita, por lo que se ha de concluir en la existencia de una primera “causa incausada” que se identifica con Dios.

Crítica: Respecto a la esta vía y al margen de las críticas de Hume al principio de causalidad, se podría añadir la misma consideración que en el caso anterior: La observación muestra sucesos que parecen ser efecto de otros anteriores, y éstos, de otros anteriores, pero no se tiene ningún derecho a interrumpir la investigación en ningún momento y afirmar que debe existir una primera causa incausada que además se encuentre situada fuera del ámbito de existencia de las causas concretas de la naturaleza; además, si se parte de la afirmación de que “todo lo que existe tiene una causa”, y se afirma además que Dios es la causa primera y que Él no tiene causa, entonces se cae en una contradicción respecto a aquella primera premisa en la que se afirmaba que todo tenía una causa. Si se afirma que Dios es la excepción y que sólo él es un ser sin causa, además de haber hecho una afirmación gratuita, se estará olvidando el “principio de economía” de Ockham, según el cual “no hay que multiplicar los entes sin necesidad”, de manera que si en el proceso de búsqueda de causas uno se detiene en Dios, con mucho mayor motivo podría haberse detenido en el Universo en cuanto tal, considerando que su propia existencia, en cuanto unida intrínsecamente al movimiento, implica por ello mismo esa cadena causal infinita, eterna, sin comienzo ni fin, tal como los filósofos griegos concebían el ser de la naturaleza.

2.2.3. La tercera vía parte de la existencia de seres contingentes, esto es, de seres que no poseen en sí mismos la razón de su existencia, ya que de lo contrario existirían siempre y no estarían sometidos al devenir temporal; considera santo Tomás que si todos los seres fueran contingentes no existiría ninguna explicación para el paso del simple “poder ser” al “ser” de tales seres, por lo que hay que afirmar la existencia de un Ser necesario como razón de la existencia de los seres contingentes.

Crítica: Por lo que se refiere a esta vía hay que indicar que una cosa es demostrar la contingencia – o falta de necesidad- de cualquier realidad concreta, pues, efectivamente, cualquier configuración de la materia parece estar sometida al cambio y, en consecuencia, en ese sentido se puede decir que es contingente, pero otra muy distinta es afirmar la contingencia del Universo en cuanto tal. Una cosa es que no podamos demostrar la necesidad del Universo y que su existencia parezca inexplicable, pero de ahí no se puede pasar a afirmar que el Universo sea contingente. Existe y no sabemos por qué, pero no tenemos tampoco por qué suponer que sea necesaria una causa “externa” de su propia existencia: La Física afirma que la materia y la energía ni se crean ni se destruyen sino que tan sólo se transforman; por lo tanto, si para afirmar la contingencia nos basamos en el hecho de que hay cosas que dejan de ser o que empiezan a ser, en tal caso, podríamos hablar sólo de la contingencia de las configuraciones que adopta el Universo pero no de la contingencia del propio Universo en cuanto tal y ni siquiera de una sola partícula de la materia que lo compone. Además, si se dice que el Universo es contingente, ¿por qué habría que suponer que Dios mismo no lo fuera? Desde una perspectiva “anselmiana” podría responderse que por eso era Dios, pero en tal caso se estará recurriendo a argumentos puramente lingüísticos, basados en el significado que convencionalmente se da a la palabra “Dios”. Pero una cosa es explicar el significado que se da a esa palabra, y otra muy distinta es demostrar que existe una realidad cuyas cualidades se corresponden con tal significado.

2.2.4. La cuarta vía parte de la consideración de la existencia en la naturaleza de diversos grados de perfección participada, los cuales remiten a Dios como ser que se identifica con la perfección absoluta y que es causa de las perfecciones limitadas de los demás seres.

Crítica: Respecto a la cuarta vía, basada de manera especial en la filosofía platónica, resulta criticable por los mismos motivos por los que se ha criticado desde hace siglos aquella filosofía, pero se la puede criticar también a partir precisamente de que la perfección del Universo es limitada por lo que, si se tuviera que recurrir a una causa externa como explicación de su grado de perfección, para ello no haría falta recurrir a un principio infinitamente perfecto como sería Dios, sino todo lo más -y como ya indicó Hume- a un principio igual de imperfecto que la realidad del Universo del que parte la argumentación. Por otra parte, si las perfecciones limitadas de las cosas remitiesen a un ser perfecto del que derivasen, por el mismo motivo se podría deducir la existencia de un ser sumamente imperfecto a partir de la serie de imperfecciones que también observamos en el Universo, especialmente las que se relacionan con el sufrimiento.

2.2.5. Y la quinta vía parte del orden y de la finalidad reinantes en la naturaleza, los cuales remiten a Dios como creador dotado de suprema inteligencia y poder y como ordenador del universo.

Crítica: Por lo que se refiere a esta vía hay que indicar que el orden y la perfección de la naturaleza no es tan perfecto que requiera de un ser perfecto para explicarlo. La existencia de toda una serie de imperfecciones, de miserias, de crueldad... muestra que el funcionamiento del Universo se realiza al margen de cualquier finalidad especialmente buena. Si nos preguntamos por qué existen leyes en el universo, por qué el universo tiene un cierto orden en lugar de ser un simple caos de materia, parece que, igual que Anaxágoras y Platón pensaron que había que suponer la existencia de un ser inteligente y ordenador que hubiera estructurado esa materia, ése haya sido el motivo que ha llevado a diversos filósofos a creer en una explicación similar.

En la actualidad la realidad del universo y, de manera especial, la complejidad de los fenómenos biológicos sigue provocando casi el mismo asombro que en la antigüedad. Sin embargo, el progreso de la Biología y el descubrimiento de las leyes que han propiciado la aparición de la vida, “el origen de las especies” y sus cambios como consecuencia de la “selección natural” han determinado que, aunque el ser humano pueda seguir asombrado ante la existencia del Universo y de la complejidad de sus leyes físicas, químicas y biológicas, que han determinado toda la complejidad actual de los seres vivos y, en especial, de su propio ser, no tenga por qué suponer ni mucho menos afirmar la existencia de algún principio “misterioso” como explicación de la realidad visible, pues, por una parte, con tal planteamiento lo único que conseguiría sería aumentar el número y la enormidad de los problemas a los que tendría que enfrentarse, actuando en contra del sensato principio de economía de Ockham –“entia non sunt multiplicanda sine necessitate”- y, por otra además, tal principio anterior no tendría nada que ver con las divinidades de las diversas religiones monoteístas, como en este caso la de la Secta Católica, sino, si acaso, con el deísmo del siglo XVIII, que hablaba de un Dios como explicación de la existencia del Universo, pero de un Dios que se habría despreocupado de él, tal como quedaba claro si se tenía en cuenta la serie de desastres naturales, como terremotos, epidemias, sequías, inundaciones que eran una palpable demostración de que a esa supuesta divinidad nada le importaba lo que pudiera suceder con el hombre, juguete de las fuerzas de la Naturaleza.

2.3. Apariciones y milagros.- Además del recurso a estas pruebas que nada prueban, en otras ocasiones se ha recurrido a pruebas tan ridículas como las de los supuestos milagros consistentes en apariciones o en curaciones milagrosas, cuya explicación es fácil de obtener en cualquier consultorio psiquiátrico llevado por un profesional honesto y competente. No obstante, se puede reflexionar un poco acerca de tales argumentos para ver que analizados en sí mismos resultan simplemente pueriles. Por ejemplo, cierta persona nos habla con plena convicción diciéndonos:

-¡Se me ha parecido la Virgen!

-¡Vaya! ¡Qué interesante! Pero, ¿podrías decirme cómo has sabido que se trataba de ella?

-¡Ella me lo dijo!

-¡Ah, bueno! Pero ¿no es posible que fuera tu vecina y te hubiese gastado una broma, o que eso que viste fuera una simple alucinación causada por tu agotamiento o por otros motivos, como los que hacían que Atenea se apareciese a Odiseo y otros dioses a otros mortales, o como los que hacen que en los países musulmanes algunos vean a Mahoma y en otros ámbitos de otras religiones vean también a sus respectivos dioses?

-¡No, no! ¡Es seguro, se trataba de la Virgen! ¡La vi con mis propios ojos!

-Entiendo que estés convencido de lo que dices, pero ¿tenías al menos una foto suya para compararla con la imagen que viste para saber que se correspondía con la de la foto?

-¡No, no tenía ninguna foto de la Virgen!, ¡pero estoy seguro de que era ella y nadie podrá quitarme esa seguridad!

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Y por lo que se refiere al argumento basado en los supuestos milagros, resulta bastante curioso que para obtener milagros haya que ir a Lourdes o a lugares semejantes, de manera que Dios se preocupe de solucionar pequeños problemas individuales mientras cada día mueren de hambre entre treinta y cuarenta mil niños. ¿No es ridículo y egoísta pensar que los milagros son sólo para quienes tienen dinero para ir a esos lugares y no para quienes están tan hundidos en la miseria que no pueden permitirse acudir a Roma, a Lourdes o a Fátima para pedir un milagro. Da la impresión de que Dios no esté en todas partes, sino que tiene su consulta particular en esos lugares en los que parece que el auténtico milagro consista en la cantidad de gente que vive de los negocios montados en torno a los supuestos milagros. Realmente es una especie de “milagro” –no quiero decir de qué clase- la boyante economía de los negocios que se han montado en esos lugares en torno a la esperanza en un milagro por parte de quienes acuden allí. Por mi parte y por lo que se refiere a Lourdes sólo recuerdo que fui a ese lugar de pequeño con un grupo del colegio y que entre mis compañeros había uno que era epiléptico. Al entrar en una especie de baño con el agua milagrosa, le dio uno de sus ataques de epilepsia. Y mi propia experiencia personal fue la de que durante todo el viaje el único momento en que vomité fue a los pocos minutos de haber bebido el agua “milagrosa”. Últimamente, hace sólo unos años, volví a Lourdes con cierta curiosidad y me chocó, por una parte, constatar la prosperidad de los comercios de la ciudad y su “milagro económico”, pero, por otra, me llegó a escandalizar lo contradictorio de un letrero colocado en varios idiomas a las puestas del recinto religioso. Dicho letrero decía: “Prohibido mendigar”. O sea, la gente acudía a Lourdes a “mendigar” milagros a Dios, pero quienes ni siquiera tenían dinero para poder comer tenían prohibido “mendigar” una simple limosna. No vi que a nadie más le llamase la atención ese letrero y eso sí me pareció milagroso, un milagro que ponía en evidencia la estupidez esencial de la especie humana, mucho más allá de su racionalidad.       

3. Por otra parte, respecto a la posibilidad de demostrar la existencia de Dios -y, en general, de cualquier supuesto “mundo sobrenatural” – conviene recordar igualmente las críticas de Hume y de Kant y de toda una parte muy importante del pensamiento filosófico de los dos últimos siglos. En este sentido y frente a los planteamientos de Tomás de Aquino y de cualquier otra forma de Metafísica, tanto Hume como Kant han venido a coincidir en que las explicaciones causales, relacionadas con el ámbito de lo empírico, deben siempre remitir, por exigencias de la propia metodología científica, a fenómenos igualmente empíricos. El rigor en la búsqueda del conocimiento exige tratar de explicar cada fenómeno retrocediendo hasta su causa, y así indefinidamente; pero, como Kant señalaba, no permite detener el proceso de investigación en un fenómeno determinado del que se pueda afirmar categóricamente que sea el primero de la serie causal y que él mismo esté causado por Dios.

En la actualidad, diversos postulados y teorías[M1]  ponen de manifiesto que por parte de los científicos se sigue manteniendo una actitud metodológica semejante a la kantiana; así ocurre, por ejemplo, con los postulados de la conservación de la materia y de la energía, o también cuando, al hablar del “origen del universo”, se establece la hipótesis del “big bang” sin complementarla con ningún tipo de suposición respecto al momento previo a la gran explosión, en el sentido de que fuera el comienzo absoluto del Universo y de que Dios hubiera intervenido creando esa primera concentración de materia-energía. Al actuar de este modo, los científicos sólo cumplen con el rigor que debe pedirse desde su propia metodología y la de cualquier otra forma de conocimiento, la cual exige que, cuando se desconozca la explicación de un fenómeno, se reconozca la propia ignorancia y no se afirme como verdad aquello que ni es racionalmente evidente ni es el resultado de un proceso de investigación empírica.

 

4. En consecuencia, aunque es comprensible que la contemplación de la naturaleza y de sus leyes provoque un asombro similar al que sintieron en la antigüedad, tal asombro no es un motivo suficiente como para tener que refugiarnos en una explicación que nada explica. Pues, si explicamos el orden imperfecto del universo a partir de un ser tan absolutamente perfecto como sería Dios, entonces se nos plantearía el problema de explicar cómo es posible que la existencia de ese ser tan perfecto. Pero, como decía Hume, sólo habría que creer en los milagros cuando el hecho que deseamos explicar sea por sí mismo más milagroso que el supuesto milagro; de manera que, si la existencia y el orden del universo resultan “milagrosos” y recurrimos a “Dios” para explicarlos, lo único que hacemos es trasladar nuestro asombro a otro milagro aun mayor, ya que entonces tendremos que buscar la explicación de cómo es posible que exista ese ser perfecto -y a la vez tan oculto y tan despreocupado de nuestros problemas y miserias-.

5. Conviene tener presente, por otra parte, que, si para llegar a la afirmación de la existencia de Dios, se recurre a la vía alternativa de la fe ciega, en tal caso y mientras no se dé una explicación racional del porqué del abandono de la razón, tal actitud representará una absurda caída en el irracionalismo más absoluto, el cual puede dar lugar a la afirmación fideísta de cualquier doctrina y de cualquier interpretación religiosa, por absurda que sea.    



[1] No cito textualmente las palabras de Tomás de Aquino por no extenderme en un asunto que considero de menor importancia, pero cualquiera que tenga interés puede leerlas o bien en la Suma Teológica o bien en la Suma contra los gentiles de este autor, publicada entre otras editoriales en la B.A.C.


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* Antonio García Ninet es Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

 

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