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El día en que Ratzinger abusó de la caipirinha

Hugo Martínez Abarca

Blog III Republica 16 de Mayo de 2007

 

La caipirinha es una bebida brasileña terrible. Es terrible porque está buenísima. Quienes la hemos disfrutado sabemos que cuando se toma una es imposible no pedir la siguiente y la siguiente, sin adquirir ninguna conciencia del lamentable estado que se va adquiriendo.

Cuando Joseph Ratzinger asumió la Jefatura del Estado Vaticano se dijo de él que era muy inteligente (lo contraponían con su antecesor inmediato) y muy preparado. Por ello, debemos suponer que si en poco rato se sueltan frecuentes chorradas tiene que haber sido ayudado por efluvios que deterioran la rapidez intelectual de quien los ingiere. A Ratzinger nada humano le es ajeno, y visitar Brasil sin tomarse unas caipirinhas hubiera tenido delito. Es comprensible, así, que a Ratzinger se le escaparan algunas divertidas ocurrencias. Contó, por ejemplo, que tiene una grave preocupación: el regreso de las religiones precolombinas (como si el cristianismo fuera posterior a Colón: el cristianismo es precolombino, como un australiano es subsahariano). Es un temor muy lógico al llegar a América. De hecho, todos los que viajan a Italia vuelven preocupadísimos por la posibilidad de que vuelva el culto a Júpiter. Los turistas que vienen a España también perciben el riesgo del ascenso de ciertos ritos íberos. Después de unas sangrías, claro.

Al ver que nadie le afeaba la gracia, Ratzinger se soltó la melena y aseguró que "el catolicismo no llegó por imposición a los pueblos originarios de América". Es de suponer que su auditorio estallaría en carcajadas, comprendiendo que, en su estado, Ratzinger no lo decía de mala fe.

La traca llegó cuando, para meterse con Hugo Chávez dijo que éste estaba anclado en "ideologías que creíamos superadas". No se refería a las frecuentes referencias chavistas al cristianismo,sino al marxismo, que, al parecer, hace de Chávez un autoritario. Ratzinger es el máximo propagandista de una doctrina que cree que un hombre fue parido por una virgen previamente inseminada por un Espíritu. Defiende la virginidad de los solteros, condena el uso de condones, de las píldoras pre y post coitales, está a favor de encarcelar a las mujeres que abortan y a los familiares y médicos que ayudan a los enfermos incurables a morir según su propio deseo para dejar de sufrir. Ratzinger dirige la única teocracia que hay en Europa, en la que la mujer está legalmente discriminada y cuyos nacionales tienen la sexualidad prohibida (el único Estado con un 100% de inmigración). Ratzinger afirma que la homosexualidad es una catástrofe, un defecto que sufren algunas personas a las que hay que curar. Ratzinger se cree que una señora se curó de un cáncer porque rezó a su polaco antecesor.

Todo eso se lo cree estando perfectamente sobrio. Pero cuando no controla su discurso se le escapa que se debe criticar a quien todavía defiende ideologías que creíamos superadas.

 

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