El presidente de los obispos
españoles emula a Becket, el arzobispo asesinado en Canterbury por
orden de Enrique II
Enric Sopena
El Plural 21 de
Noviembre de 2007
El año 1163, Thomas Becket,
amigo del Rey y canciller del Reino, fue investido arzobispo.
Siete años más tarde, en 1170, Becket fue asesinado por los
esbirros del rey Enrique II de Inglaterra. Lo mataron en el atrio
de la catedral de Canterbury. La leyenda pone en boca de aquel
monarca la siguiente frase: “¿No habrá nadie capaz de librarme de
este cura turbulento?”
No fue Becket, sin embargo, un cura
turbulento. Su delito consistió simplemente en el intento de separar
a César de Dios, siguiendo así, literalmente, la exhortación
evangélica de Jesús de Nazaret. Para desgracia de muchos creyentes,
gentes como Becket no han abundado en la Iglesia. Cuando siendo
canciller fue nombrado arzobispo, Becket comprendió de pronto que
los designios de Cristo eran muy distintos. Su conversión profunda
-su búsqueda de la coherencia- le acabó costando la vida.
El secuestro de Dios
En la historia del cristianismo lo normal, de un modo u otro, ha
sido casi siempre que Dios haya estado habitualmente secuestrado por
el César de turno. Becket procuró modificar esta tendencia. Muchos
siglos más tarde, el autor francés Jean Anouilh, publicó en 1967 su
obra más célebre: “Becket o el honor de Dios”. O sea, la narración
dramática del esfuerzo extraordinario de Becket por salvar el honor
de Dios frente al presunto honor de tantos gobernantes –en su
mayoría totalitarios- que se creyeron, o aún se creen, enviados de
Dios. “Asesinato en la catedral,” de T.S. Eliot versa sobre la misma
cuestión.
Bajo palio
“Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”, podía
leerse en las monedas de legal circulación a lo largo de los
cuarenta años del oprobioso franquismo. Franco consiguió también,
con gran facilidad, secuestrar a Dios en provecho propio. Logró su
objetivo gracias a la complicidad de gran parte de la jerarquía
católica y de muchos clérigos y católicos seglares, imbuidos de la
doctrina perversa del nacionalcatolicismo. El honor de Franco -en
aquella época en la que los monseñores lo paseaban bajo palio-
supuso, una vez más, el deshonor de Dios. Como lo sigue siendo
todavía el Valle de los Caídos, hoy 20-N de 2007.
Testamento de grueso calado
El obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia
Episcopal Española, despidió su mandato –no parece verosímil que sea
reelegido- con un testamente de grueso calado. Pidió perdón por el
papel de la Iglesia en la guerra civil. Sus palabras fueron medidas
y hubo en ellas prudencia y cautela probablemente en exceso. Pero
Blázquez, ayer, emuló a Becket.
Cuando…
Cuando asistimos –entre la estupefacción y la rabia- a la invasión
de las competencias legítimas del Estado democrático por parte de no
pocos jerarcas de la Iglesia católica española; cuando hemos de
soportar el maridaje de facto entre la derecha política, que es la
de Rajoy, y la derecha eclesiástica; cuando la cadena radiofónica de
los obispos se ha convertido en la plataforma del odio, del rencor y
de los intereses creados, Blázquez ha tenido el coraje de
distanciarse de los roucos, cañizares y caminos. ¡Blázquez
o el honor de Dios!
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