Una nueva asignatura: "Historia y cultura de las religiones". ¿Por qué no también "historia y cultura del laicismo"?
José Torreblanca
Temas para el Debate
La nueva asignatura de "Historia y
cultura de las religiones" nace lastrada, porque no tiene más
finalidad que acercar posiciones al criterio que mantiene la
Conferencia Episcopal.
Una de las novedades que aparecen en la recién
aprobada regulación de enseñanzas mínimas para la educación
secundaria es la introducción en el currículo de una asignatura con
el nombre de "historia y cultura de las religiones". Se
trata de una asignatura cuya aparición carecería de importancia si
la decisión sobre su inserción en unos programas de estudio, ya
sobrecargados de contenidos y de horas lectivas, se hubiese adoptado
por motivos de orden pedagógico. Es decir, tras fundamentar su
aparición en alguna razón convincente, fuera de orden científico,
humanístico, epistemológico y/o de formación en valores, que
avalase la necesidad, o por lo menos la conveniencia, de que los
alumnos de 12 a 16 años deban cursar dicha asignatura.
Por otra parte, y aunque las razones no se
aducen, habría que suponer que existen y son serias, en cuyo caso lo
consecuente sería establecer que los contenidos de la nueva
asignatura deban ser seguidos obligatoriamente por todos los alumnos y
no con carácter optativo. Sin embargo, no es así. La asignatura es
voluntaria y optativa en unas condiciones de elección absolutamente
peculiares. Es optativa sólo en relación con la enseñanza
confesional de la religión católica, de lo que se deriva que no
tiene mayor interés que a sus contenidos tengan acceso ni todos los
alumnos ni los alumnos confesionales. Se trata, por tanto, de una
asignatura que sólo se puede calificar como de superflua si se juzga
desde el criterio de racionalidad pedagógica o académica.
Las razones que pueden explicar algo tan
aparentemente desatinado son absolutamente claras sólo si se
prescinde de cualquier discurso pedagógico y se entra en el más
proceloso discurso de las relaciones Iglesia-Estado. La susodicha
asignatura no tiene más finalidad que la de acercar posiciones a las
sustentadas por la Conferencia Episcopal española que en la LOCE de
Aznar encontró la única solución satisfactoria a su interpretación
del acuerdo con la Santa Sede sobre enseñanza de la religión en el
sistema educativo; que como alternativa a la asignatura confesional
católica llamada "sociedad, cultura, religión" hubiera
otra obligatoria aconfesional con el mismo nombre.
Por esa razón original la nueva asignatura de
"historia y cultura de las religiones", como lo fue la de
"sociedad cultura, religión" en su versión aconfesional,
nace lastrada. Porque había una condición implícita en el
desarrollo de la versión aconfesional, la del tratamiento acrítico
de las religiones. Basta echar una mirada a los programas publicados
en el Boletín Oficial del Estado de esa versión aconfesional para
hacerse una idea de lo que hubiera sido dicha asignatura en caso de
haber sido implantada. Una mirada benevolente a todas las religiones,
ninguna visión crítica de sus historias y, lo que llega al colmo,
algunas menciones críticas a las visiones no religiosas del mundo.
Los programas lógicamente no suscitaron ninguna crítica de la
Conferencia Episcopal española, organismo, por otra parte, tan
vigilante y suspicaz tanto en cuestiones de fe como de ciudadanía. La
nueva asignatura de "cultura e historia de las religiones"
seguirá el mismo camino que el previsto para la asignatura de
"sociedad, cultura, religión" en su versión aconfesional,
y más vale que lo haga teniendo en cuenta el precedente de lo
ocurrido con la asignatura de "educación para la ciudadanía".
Sus contenidos serán examinados con lupa, no sea que a las actuales
autoridades ministeriales, a las que se les supone un tanto laicas, se
les ocurra deslizar algún contenido crítico o heterodoxo en relación
con las religiones y su historia. Ello sin tener en cuenta que el
mismo derecho a intervenir de la Iglesia Católica se arrogarán las
restantes confesiones religiosas con fieles en nuestro país. Con lo
que la nueva asignatura o será implícitamente apologética, en ese
caso de todas las religiones, o no será más que una fuente de
conflictos.
Por lo demás, la introducción de la asignatura
plantea otros problemas quizá no tan menores, como el de si el
profesorado que la imparta no terminará siendo el profesorado de
religión al que le faltan horas, o el del costo de estas nuevas enseñanzas,
o el del consumo por las mismas de horas lectivas que pudieran
dedicarse a adquirir conocimientos más útiles y neutrales.
En cualquier caso, y para tratar de aportar
alguna solución a la dichosa asignatura que pudiera suscitar menores
críticas, se podría proponer que se ofrezca a los alumnos de educación
secundaria otra optativa cuya denominación podría ser "historia
y cultura del laicismo" o incluso refundirla con la propuesta con
la denominación de "historia y cultura de la religiones y del
laicismo".
De esta manera no se ocultaría a los alumnos, cosa que hace el sistema educativo, la existencia de otras visiones del mundo tan respetables y con tanta cultura y tanta historia como las de las religiones.
Es seguro que una solución tan neutral como la
propuesta suscitaría el aplauso de la Conferencia Episcopal española.