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La moral de los señores de los anillos

Juan Carlos Escudier  

El Confidncial 24 de Junio de 2007

Los obispos, unos señores de moralidad intachable, la han emprendido con la nueva asignatura Educación para la Ciudadanía con el argumento de que el Estado se arroga el papel de educador moral que hace la Iglesia y esto –dicen- es impropio de una democracia. A sus reverendísimas les parece gravísimo que la escuela fomente el respeto al otro, aunque sea homosexual o mujer, que promueva el rechazo a la discriminación y a la injusticia social, que enseñe a valorar los servicios públicos y los bienes comunes o que explique a los alumnos cuándo se producen violaciones de los derechos humanos. Y como son hombres de paz –porque en la Conferencia Episcopal las únicas mujeres son las de la limpieza- han declarado la guerra a la asignatura sin pegar más tiros que los epistolares, para que sean los padres y los colegios quienes la combatan y, de paso, incumplan la ley, porque sus ilustrísimas sólo se mojan con hisopo y agua bendita.

Como el monopolio no les ha impedido actualizarse, los señores de los anillos habían ido ampliando la moral cristiana a todas las facetas de la vida y hasta de la política. Ya se sabe –lo ha dicho el Vaticano- que es inmoral ir como un loco por la autopista, como lo es negociar con ETA y rendirse. La unidad de España en un “bien moral”, aunque los nacionalismos no cometerían pecado si pretenden alterarla por métodos pacíficos. El divorcio es inmoral y si es “exprés” más inmoral todavía; del aborto y de la biomedicina ni hablamos, porque es ya es territorio del Anticristo. Y así.

La jerarquía tiene un catálogo amplio de lo que es inmoral, y eso está bien como libro de consulta antes de salir a la calle, pero se echa en falta una relación exhaustiva de lo que es moral de manera indubitada. Ignoramos si es moral, por ejemplo, haber mantenido en secreto durante años los más de 4.000 casos de pederastia que sacudieron a sus excelentísimas en Estados Unidos, o que el pastor de aquel rebaño –obligado a dimitir por el escándalo- se dedicara en cuerpo y alma a trasladar sacerdotes de una parroquia a otra para encubrirles. Tampoco sabemos de dónde han salido los más de 50 millones de dólares que la Curia ha pagado en acuerdos extrajudiciales para evitar que los sacerdotes responsables de los abusos sexuales a menores se sentarán en el banquillo, o si esto es lo que la Iglesia entiende por obra social.

De los jueces, por cierto, ya ha hablado el portavoz de la Curia, Martínez Camino, quien nos ha revelado que ni pueden ni deben gobernar a la Iglesia. Es verdad que lo decía ante el proceso abierto al arzobispo de Granada, Javier Martínez, al que un sacerdote denunció por coacciones, acoso moral, lesiones, injurias y calumnias. El atrevimiento judicial clama al cielo, teniendo en cuenta además que el arzobispo exuda moralidad, y si tiene que ir a declarar lo hace como un santo, rodeado de fieles rezando el rosario.

Una extensa narración acerca de la moralidad se contiene en los informes redactados por dos religiosas, María O’Donahue, y Maura McDonald, acerca de los cientos de violaciones de monjas y novicias cometidas por sacerdotes y obispos en 23 países, en su mayoría africanos, conocidos -y consentidos- por la Santa Madre Iglesia desde hace años. Uno de los episodios que se relatan es el de un sacerdote que violó a una monja, la dejó embarazada y la obligó a abortar. La religiosa murió y el sacerdote ofició sus funerales en un acto de moralidad sin precedentes.

De vuelta a casa, nuestros guías del alzacuellos están muy preocupados por la competencia que se les viene encima con la Educación para la Ciudadanía. Y es que a un niño que en la clase anterior le han contado que hombres y mujeres han de ser iguales en la familia y en el mundo laboral es difícil explicarle luego por qué la Iglesia sacraliza la desigualdad entre géneros o discrimina a la mujer en las estructuras clericales.

Con todo, lo que más alarma a la Curia es que se enseñe a los niños que la homosexualidad, “cuyo origen psíquico permanece en gran medida inexplicado”, según reza el Catecismo, es, realidad, una opción sexual, y no una prueba divina. Y que, en contra de la moral católica –“las personas homosexuales están llamadas a la castidad” y a “unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar a causa de su condición”-, pueden casarse y constituir una familia tan respetable como la formada por dos personas de distinto sexo.

Sostienen los enviados de Dios en la Tierra que el Estado, además de financiarles, debe limitarse a explicar el ordenamiento constitucional y las “declaraciones universales de los derechos del hombre”, así en plural, y que a nadie se puede imponer una formación moral no elegida por él o por sus padres. Hubiera sido un buen consejo en otro tiempo, cuando compartían cruzada y sacaban bajo palio a dictadores. ¡Por Dios, lo que hay que aguantar!

 

 

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