Memoria
episcopal
Resulta curioso observar cómo la
jerarquía católica española tiende a condenar todo intento
de recuperación de la memoria histórica de nuestro país,
por más tímido que sea este intento, al tiempo que insiste
en los procesos de beatificación de sus mártires de la
guerra civil, con una celeridad inusitada en este tipo de
procesos. Coinciden en esta actitud todos los obispos españoles,
y muy especialmente los que se sitúan a la derecha de la
derecha política (sí, ha leído usted bien, a la derecha de
la derecha). Martínez Camino, el inefable portavoz de la
Conferencia Episcopal Española, considera «inoportuna e
hiriente» la futura Ley de la Memoria Histórica, pero al
mismo tiempo reivindica como «justa y necesaria» la
beatificación de casi medio millar de religiosos del llamado
bando «nacional» asesinados durante la guerra civil. Entre
esos mártires no figura ninguno de los miles de religiosos
torturados y asesinados por «los nacionales». No figura
Manuel Carrasco Formiguera, uno de los fundadores y dirigentes
de la democristiana Unión Democrática de Cataluña (UDC),
asesinado por orden de Franco por haberse mantenido leal a la
legalidad y legitimidad democrática republicana, sin
renunciar por ello a seguir proclamándose católico y a
defender con firmeza el libre ejercicio de la actividad
religiosa. No figuran tampoco entre los nuevos beatos otros mártires
católicos asesinados por el franquismo, como los ciento
dieciséis religiosos vascos (entre otros, Gervasio de Albizu,
Martín de Lekuona y José de Ariztimuño) ni el sacerdote
mallorquín Jeroni Alomar, el párroco aragonés José Pascual
Duaso, el cura gallego Andrés Ares o el sacerdote
secularizado Matías Usero, gallego él también, todos ellos
fieles a la República y que por ello fueron asesinados por el
franquismo durante la guerra civil.
Para avalar su opinión según la cual la Ley de la Memoria Histórica es «inoportuna e hiriente», Martínez Camino cita a Napoleón y asevera que una guerra civil sólo puede ser juzgada tras el paso de cinco generaciones. Pero no utiliza el mismo criterio al defender que su Iglesia siga beatificando a quienes considera sus mártires de la guerra civil, olvidándose no sólo de los centenares de miles de víctimas que el franquismo causó entre los ciudadanos de este país, sino incluso de todos aquellos católicos que fueron asesinados también por orden de Franco. Un Franco que siguió ordenando asesinatos no sólo durante la guerra civil, sino hasta el mismo fin de sus días, casi cuarenta años después, con el público beneplácito de una jerarquía católica que le halagó hasta el límite de entrarle bajo palio en todos los templos, le permitió proclamarse «Caudillo de España por la gracia de Dios» -¿qué Dios?- y le dio apoyo con la participación de miembros de la jerarquía católica en las Cortes y en el Consejo del Reino.
Gracias a todo ello, la Iglesia Católica gozó de todo tipo de beneficios y prebendas durante el largo periodo de la dictadura, pero, claro, los obispos «no recuerdan» esas cosas, y además, creen que en este país todavía estamos bajo su «tutela moral». Pero no, hoy en España, la inmensa mayoría de la población, tiene una formación lo suficientemente adecuada para saber muy bien qué hizo la Iglesia durante los años de la dictadura y, por eso, y según la última encuesta del CIS, para la abrumadora mayoría de la sociedad española la Iglesia Católica representa 'nada'. Una Iglesia que, por cierto, actúa de espaldas al Evangelio y de cara al dinero. Y así les va, con sus seminarios vacíos y con generaciones de jóvenes y no tan jóvenes que no pisan jamás una iglesia. Les quedan un par de generaciones, no más. Se les acaba el negocio.
Para avalar su opinión según la cual la Ley de la Memoria Histórica es «inoportuna e hiriente», Martínez Camino cita a Napoleón y asevera que una guerra civil sólo puede ser juzgada tras el paso de cinco generaciones. Pero no utiliza el mismo criterio al defender que su Iglesia siga beatificando a quienes considera sus mártires de la guerra civil, olvidándose no sólo de los centenares de miles de víctimas que el franquismo causó entre los ciudadanos de este país, sino incluso de todos aquellos católicos que fueron asesinados también por orden de Franco. Un Franco que siguió ordenando asesinatos no sólo durante la guerra civil, sino hasta el mismo fin de sus días, casi cuarenta años después, con el público beneplácito de una jerarquía católica que le halagó hasta el límite de entrarle bajo palio en todos los templos, le permitió proclamarse «Caudillo de España por la gracia de Dios» -¿qué Dios?- y le dio apoyo con la participación de miembros de la jerarquía católica en las Cortes y en el Consejo del Reino.
Gracias a todo ello, la Iglesia Católica gozó de todo tipo de beneficios y prebendas durante el largo periodo de la dictadura, pero, claro, los obispos «no recuerdan» esas cosas, y además, creen que en este país todavía estamos bajo su «tutela moral». Pero no, hoy en España, la inmensa mayoría de la población, tiene una formación lo suficientemente adecuada para saber muy bien qué hizo la Iglesia durante los años de la dictadura y, por eso, y según la última encuesta del CIS, para la abrumadora mayoría de la sociedad española la Iglesia Católica representa 'nada'. Una Iglesia que, por cierto, actúa de espaldas al Evangelio y de cara al dinero. Y así les va, con sus seminarios vacíos y con generaciones de jóvenes y no tan jóvenes que no pisan jamás una iglesia. Les quedan un par de generaciones, no más. Se les acaba el negocio.