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El mar de velos
Antonio Novalón
En la zona turística, a la entrada de las decenas de hoteles que reciben a los interesados en acercarse durante algunos días a esta cultura mítica, los sistemas de seguridad e identificación son complejos e incluso pueden resultar intimidantes: hay un guardia armado frente a cada hotel o autobús turístico con la intención de prever algún atentado.
El Egipto de historia fascinante y arquitectura magnífica, que cada año atrae a millones de turistas, enfrenta una encrucijada que muestra mejor que ningún otro las grandes contradicciones y problemas del mundo frente al Oriente Medio y el islamismo exacerbado.
El
Egipto moderno nació en 1952, cuando Gamal Abdel Nasser, militar izquierdista y
laico, encabezó el golpe de Estado que derrocaría a la monarquía del rey
Farouq. La toma de poder fue avalada en un principio por
La
frágil alianza naufragó pronto. El objetivo de
En
1956, la nacionalización del Canal de Suez permitió a este político
convertirse en un líder para la región, capaz de tomar iniciativas en defensa
de los herederos de Mahoma e impulsar un proyecto de unidad con Siria, que dos
años después permitió el nacimiento de
Pero el sueño del panarabismo se resquebrajó un día de septiembre de 1970, cuando inesperadamente el corazón de Nasser estalló en mil pedazos y murió de un infarto. Entonces el elegante Anwar Al Sadat, ministro de defensa y vicepresidente en turno, asumió el poder y Egipto giró hacia Occidente.
Un
año después
Luego
de haber lidereado en 1973
En
la arena doméstica, sin embargo, esta política fue considerada una traición,
lo que recrudeció la oposición a su régimen. Egipto había roto
definitivamente el statu quo entre los militares nacionalistas y
La
mañana del 6 de octubre de 1981, la mirada de Anwar Al Sadat se perdía en el
infinito mientras un capitán miembro de
Las naciones árabes, por su disciplina frente a las políticas impuestas por sus aliados occidentales a cambio de apoyos económicos para contener el avance de los movimientos extremistas, aunque “etiquetados” como apoyo a las reformas democráticas y cooperación para el desarrollo, ahora deben encarar el desafío que implica la nueva realidad del fanatismo religioso. Estados nacidos laicos, como Turquía, han tenido que sortear la lucha por el poder entre el islamismo de su Parlamento –que recientemente ha vivido jornadas difíciles, ante la posibilidad de proponer a un candidato presidencial de abierta filiación islámica– y la amenaza laica de su ejército.
En
el caso de Egipto, cuya estabilidad es vital para la región por su ubicación
estratégica tanto desde el punto de vista geográfico como político,
Volviendo
a Ciudad 6 de Octubre: fue construida en homenaje a
La
revolución nasseriana murió con Nasser.
Y
lo que está pasando no es sólo que en cada hotel, museo o zona arqueológica y
en cada autobús necesiten de un guardia para su resguardo ante la posibilidad
de un atentado terrorista –amparado el gobierno en una Ley de Emergencia que
data de 1981, hace la friolera de veintiséis años, y pronto a ser sustituida
por una ley antiterrorismo, que limitará aún más las libertades y los
derechos humanos–, sino que en todas las calles de El Cairo, en cuyo cinturón
urbano se concentran al menos diecisiete millones de habitantes, el panorama
está trazado por policías y velos. Las nietas y bisnietas de
La
explosión demográfica (tres niños por mujer), la emigración masculina
(Egipto ha sido históricamente expulsor de mano de obra barata) y la necesidad
de aportar dinero a la familia ha permitido a las mujeres acceder a la
educación universitaria e insertarse en el campo laboral. Sin embargo, eso no
ha impedido que sigan los dictados de
Hace treinta años, en El Cairo no se veía más que un cinco por ciento de mujeres con la cabeza cubierta; hace quince, cuando Egipto iniciaba un amplio programa de estabilización económica, privatizaciones y expansión comercial, si acaso tres por ciento se cubría. Hoy, cuando la gente recorre las calles de la ciudad más grande y cosmopolita de África y Medio Oriente, en medio del ruido provocado por miles de cláxones en el peor tráfico del mundo –exceptuando el de Bangkok–, hay un factor que distingue notoriamente a este Cairo del de 1977: los velos.
Lo inundan todo... es tan imposible saber el color del pelo de las mujeres como saber si el peligro del fanatismo religioso sólo está en los atentados terroristas.
Por supuesto, no hay una bomba lista para explotar detrás de toda mujer cubierta: el uso del velo es voluntario y producto de una decisión religiosa personal, o de una imposición familiar y social. Sin embargo, aprovechando el desconocimiento y el miedo de Occidente, los movimientos integristas pueden agazaparse en la fe –como lo han hecho durante miles de años todos los fanatismos, sea en nombre de una cruz, una media luna o una estrella– y capitalizar su movimiento.
El problema no es que cuando cae la tarde y el muecín llama a oración los cláxones dejan de sonar, los teléfonos se interrumpen y el silencio lo inunda todo. ¿Dónde yace, entonces, el verdadero terror? Egipto, con ochenta millones de habitantes, 34 por ciento de los cuales tiene menos de catorce años, está enfrentando una segunda generación de peligros.
La
primera, en la que estamos todos concentrados, son los actos de violencia, en
que el mundo entero está expuesto a que cualquier mañana un joven enganche en
una mochila una bomba, pese a los 425,000 millones de dólares que desde el 2001
el Congreso de Estados Unidos ha designado para actividades antiterroristas. El
segundo peligro está en el entramado social que se fue gestando en los
extremismos religiosos que desde los ochenta y que, con el conocimiento de
Arabia Saudita, sostenidamente han ganado terreno y a los que ha sido imposible
detener con el dinero pagado con el miedo de Occidente: mil trescientos millones
de dólares anuales como asistencia militar luego de los ataques del 11 de
septiembre de 2001; desde 2003, además, la ayuda estadounidense ha canalizado
otros quinientos millones anuales a través de USAID a la reforma política,
económica y de proyectos educativos, culturales y sociales a través de su
Iniciativa de
A los terroristas de Al Qaeda seguramente algún día, en algún lugar, se los podrá vencer. Pero ¿quién detendrá este circuito de islamización, miedo, prevención o defensa, y consecuente violencia? La gran cuestión es plantearse dónde se interrumpe la espiral de las verdades religiosas absolutas que, por un lado, genera que unos ejércitos –los de Occidente– denominen sus campañas contra los terroristas “Justicia Duradera” y, por otro, que aquella parte del mundo que ha conseguido colocarse como el líder de los cambios mundiales esté regida por una minoría que propugna el camino de la violencia, denominando siempre a los que no son árabes y musulmanes como “los infieles”.
De nuevo volvemos al viejo principio de Bertold Brecht “... una cosa es ver y otra mirar, una hacer y otra hablar por hablar...”