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Leo Bassi y La Revelación: una defensa de la Ilustración y del ateísmo
Daniel Raventós
Sin Permiso 28 de Mayo de 2007
Tantum
religio potuit suadere malorum (¡Tan terrible es la maldad de los hombres impulsados por la religión!) (Lucrecio) |
Encuentro
fascinante la estrategia de responder, cuando me preguntan si soy ateo, que
quien me está preguntando es también un ateo con respecto a Zeus, Apolo, Amón-Ra,
Mitras, Baal, Thor, Wotan, el Becerro de Oro y el Monstruo Espaguetti Volador.
Simplemente, yo voy un dios más allá.
(Richard Dawkins)
Llamó
mi curiosidad que páginas electrónicas tan ultras como “libertad digital”
y “hazte oír” se la tuviesen jurada a un actor. Un hecho así, siempre
incita a pensar que este actor debe decir algo interesante. Puede ocurrir que
finalmente no sea así, pero la sospecha irrumpe de entrada. Pero además de
ganarse la antipatía de estas páginas electrónicas este actor también se había
atraído las iras de la COPE, La Razón,
ABC, TeleMadrid, Alba…
y del influyente fundamentalista no
hace mucho nombrado cardenal primado de España, Antonio Cañizares Llovera.
Este actor es Leo Bassi (1), payaso y bufón nacido en Estados Unidos el año
1952, y que interpreta en francés, italiano, inglés y español. Atraerse a tan
destacados campeones de las esencias rancias españolas ya es un indicador de
que este actor se mete con cosas que cardenales y fieles nacional-católicos,
periódicos derechistas, sectores sociales próximos al Partido Popular y al
Opus Dei, y medios televisivos y radiofónicos ultra-españolistas consideran
que no deben tocarse. Y no solamente se atrajo la animadversión de todo este
inconfundible muestrario de fanáticos (2). También fue merecedor, a juicio de
algún cerebro no especialmente dotado, del privilegio de que le fuera colocada
una bomba cerca de su camerino en el teatro madrileño Alfil en el que estaba
representando su obra. Pero vayamos por partes.
Un antepasado de Leo Bassi además de formar uno de los primeros circos
modernos, combatió junto a Garibaldi. De muy joven trabajó con Groucho Marx.
El autor de La Revelación es un tipo
valiente. Valiente hay que ser para mezclarse (en Río de Janeiro hace dos años)
entre 5.000 fervorosos y fanatizados evangelistas, enarbolando una pancarta con
esta clara inscripción: “No creo en Dios, pero sí en los filósofos y la
ciencia. ¡Viva Sócrates!”. Le estuvo a punto de costar caro.
Bassi está feliz por la repercusión que ha tenido su obra teatral La
Revelación. Una obra que acaba de ser publicada en forma de libro
(Ediciones Barataria, 2007). Con Leo Bassi tuve una agradable conversación el
24 de mayo en el hotel en que se hospedaba en Barcelona. Este encuentro se gestó
a partir de la iniciativa de Julie Wark del Consejo Editorial de Sin
Permiso, y de Carola Moreno y Claudia Cucchiarato de la editorial que ha
publicado La Revelación. Las líneas
que vienen a continuación son producto de este encuentro y de la lectura de su
libro.
La
Revelación pretende ser una
defensa de “los valores de la Ilustración”, según el propio autor. Se
trataba de “poner en guardia sobre las actitudes ideológicas de los herederos
de Torquemada”. La reacción de las huestes carpetovetónicas fue fulminante.
“Me imaginé que la obra crearía un poco de polémica, pero jamás llegué a
pensar que la oposición de determinados sectores de la sociedad española
llegase tan lejos.” Esta oposición llegó lejos, efectivamente.
2006, Madrid. En el teatro Alfil de esta ciudad se está representando La
Revelación. La derecha católica y las camadas ultras inician una campaña
contra la obra. Amenazas de demanda judicial por blasfemia, manifestaciones en
la puerta del teatro, intimidaciones físicas a los asistentes a la obra. La
dirección del teatro resiste. En palabras de Leo Bassi: “recordemos que
estamos en el año 2006 y en una ciudad importante de Europa y que programar en
un teatro lo que se considera conveniente no parece ser ninguna heroicidad
especial, pero sí lo fue en este caso porque un cierto Madrid de hoy es algo
diferente”. La campaña de la derecha católica, bien estimulada y amplificada
por los medios más arriba mencionados, no logra acabar con la representación.
Empieza una nueva fase. “Intimidaciones de muerte a mi familia son masivamente
enviadas a mi correo electrónico, aparecen pintadas en el teatro, recibo
llamadas telefónicas amenazantes”, explica Leo Bassi. Poco después, “un
grupo que blandía la bandera española agredió, lanzando botellas y objetos
sacados de un contenedor, a la gente que estaba haciendo cola en la entrada del
teatro. Un espectador fue golpeado en la cara por uno de estos ultras.” Poco
después, “una mañana, un individuo que ocultaba su rostro con un pasamontañas
prendió fuego a la puerta del teatro, después de haberla rociado con gasolina.
Afortunadamente una vecina que vio los hechos pudo apagar las llamas antes de
que alcanzaran a ser muy grandes.” Los ataques son cada vez más insolentes
hasta que se llega al intento de atentado con bomba. Leo Bassi lo cuenta así:
“El 1 de marzo de 2006, un empleado del teatro vio una bomba incendiaria
que estaba conectada con un recipiente lleno de gasolina. La mecha de la
bomba, de aproximadamente un kilogramo de explosivos, ya estaba prendida. El
lugar en donde fue colocada la bomba estaba solamente a dos metros de mi
camerino. En el teatro había en aquellos momentos trescientas personas. No se
trataba solamente de bravuconadas de algunos matones, esto ya era terrorismo.”
Pocos días después de la colocación de esta bomba, el vicepresidente de la
Conferencia Episcopal Española y primado de España, Antonio Cañizares Llovera,
arremetía en la catedral de Toledo contra La
Revelación. ¿El motivo? Según este nacional-católico esta obra
“atentaba contra la libertad religiosa”. La vieja, desvergonzada, estólida
e inmunda cantinela.
Inmediatamente después de la arenga de Cañizares, tanto el ayuntamiento de
Toledo (gobernado por el Partido Popular) como el gobierno de Castilla La Mancha
(gobernado por el PSOE) decidieron dar marcha atrás a la subvención al
Festival de la Escuela de Teatro de Toledo que previamente se había dirigido a
Leo Bassi para que ofreciera una función. Gracias al sindicato CCOO, que cedió
sus locales, se pudo llevar a cabo la actuación.
Pero las tribulaciones de La Revelación no
acaban en estas dos ciudades castellanas que tan pocos kilómetros las separan.
Se cuenta en el libro que en la ciudad de Palma de Mallorca, el Teatro del Mar
es propiedad del obispado. En el contrato de alquiler de la sociedad que lo
gestiona hay una cláusula que autoriza a la jerarquía católica a rescindir el
contrato si consideran que la función no está de acuerdo con el dogma de esta
religión. Esta cláusula, ni qué decirlo, fue utilizada para impedir la
representación de La Revelación en
aquella ciudad.
Santander fue también una ciudad en donde La
Revelación sufrió las iras de los ultras lugareños. Incluso uno de los
patrocinadores del festival de teatro de esta ciudad, Caja de Cantabria, fue
objeto de un ataque masivo de correos electrónicos con amenazas de que muchos
clientes dejarían de serlo (3). Finalmente, esta institución financiera retiró
su apoyo al festival de teatro. El dinero obliga.
El libro La Revelación es de una
frescura insuperable. No me resisto a transcribir un pequeño fragmento:
“Hace
unos días, ahí fuera del teatro, había una señora rezando, con una cruz así
de grande al cuello. Me acerco y, sin que ella me reconozca, empiezo a hablarle:
—Señora, ¿qué está usted haciendo?
—Rezo, señor, porque este espectáculo va contra Dios.
—Pero ¿usted lo ha visto?
—No, y no quiero verlo.
—Señora, yo soy el artista. A lo mejor podemos hablar.
En un instante su cara adopta una expresión histérica, y con los ojos
desorbitados me dice:
—¡Un día tus huesos arderán en el infierno!
Sólo le faltaba la cabeza girando sobre su cuello, como en El
Exorcista…
—No lo creo, señora –contesto-. No creo que haya algo después de la
muerte.
—¿Usted no cree en la inmortalidad?
—Sí, claro. Pero en la inmortalidad antes de morir, y no después… Señora,
yo también tengo una pregunta: ¿quién es más poderoso, usted o Dios?
—¿Dios, naturalmente!
—Entonces, si yo me equivoco y Dios existe, me va a castigar de una manera
ejemplar un día u otro, ¿verdad?
—Es lo que le he dicho.
—Pues si me va a castigar y es todopoderoso… ¿por qué viene usted aquí a
joderme ahora?”
Con Leo Bassi hablamos también de El espejismo de Dios (Espasa, 2007), que había leído y de cuyo autor, Richard Dawkins, se considera un admirador. “Especialmente por su valentía”. A mí, que justamente había acabado de leer este último libro de Dawkins pocas semanas antes del encuentro con Leo Bassi y de la lectura de La Revelación, me sorprendió las semejanzas de propósito, si bien cada uno con su tan diferente estilo, de muchos temas. Voy a referirme solamente a seis: 1) la especial brutalidad del Dios del Antiguo Testamento (un Dios que es, en palabras de Dawkins, “posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófono, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo.”); 2) la increíble crueldad con los no creyentes que muestran las jerarquías y seguidores de distintas religiones; 3) la insoportable y constante violación de la lógica más elemental (Dawkins recuerda que la omnisciencia y la omnipotencia son mutuamente incompatibles; y Bassi recuerda que toda la libertad que reclaman las jerarquías monoteístas para no pagar impuestos y poder proclamar su incansablemente pregonada pero nunca demostrada verdad, se convierte en clamorosa intolerancia para los que no comulgan con sus dogmas alucinantes); 4) la gran amistad que une a las jerarquías religiosas con los poderosos del mundo (Bassi recuerda que en el entierro de Karol Wotjyla había cuatro presidentes de EEUU en primera fila a tres metros del muerto “con Bush, criminal de guerra, tan tranquilo”. El Borbón español a 14 metros y los jefes de gobierno africanos a “sesenta y ocho metros, detrás del cuarto pilar lateral”); 5) La razón como medio para combatir patrañas y supersticiones (Dawkins ha dedicado gran parte de su vida académica a ello, Bassi dice: “Y para mí, la razón nunca puede ser blasfema. Me parece que más bien sería blasfemo no utilizarla”); 6) La defensa valiente del ateísmo frente a las posiciones agnósticas (Bassi dice: “…a los agnósticos es como si les faltaran vitaminas, tienen menos caña que los ateos”; y Dawkins: “los agnósticos hacen la ilógica deducción de que la hipótesis de la existencia de Dios y la hipótesis de su inexistencia tienen exactamente la misma probabilidad de ser correctas”).
En
el libro La Revelación también se
publica un buen número de fotografías de la función teatral. Leo Bassi
aparece con una etiqueta en su camisa: “Church of Reason”. La
Revelación intenta aportar precisamente eso que tan difícil es en un mundo
en donde el 98% (4) de la población dice creer en “algo superior”: una
buena dosis de razón. Y la forma de hacerlo es, como no podría ser de otra
forma en un bufón orgulloso de serlo, desenfadada, fresca y honrada.
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Notas:
(1) Leo Bassi no es el único actor teatral al que estos grupos ultra-españolistas
y nacional-católicos tan bien conjuntados se la tienen jurada. Pepe Rubianes es
otro.
(2) En el caso del Reino de España. También el Osservatore
Romano, órgano del Vaticano, consideró que debía alertar los peligros de
la obra de Leo Bassi, La Revelación.
Con este propósito publicó un artículo de la agencia de noticias Zenit. Esta
agencia es propiedad de los Legionarios de Cristo.
(3) hazteoir.org había organizado desde su portal de Internet el envío de
estos mensajes. En el texto preparado por esta organización se dice, entre
otras cosas, “Creo que ni el Ayuntamiento ni ninguna otra institución pública
pueden considerarse autorizados a utilizar nuestro dinero o permitir el uso de
espacios públicos de forma tan negativa y dañina”.
(4) En Estados Unidos, según la Princeton
Survey Research Associates International / Newsweek Poll (marzo 2007), ante la
pregunta “¿Usted cree en Dios o no?” un ¡91%! Respondió que “sí”, un
6% que “no” y un 3% que “no lo sabía”, cosa también rara ante la
claridad meridiana de la pregunta.