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¡Una Iglesia objetora!

Rafael Fernando Navarro

El Plural 27 de Abril de 2007

Una de las asignaturas del nuevo plan de estudios está dedicada a la educación de la ciudadanía. Se trata de transmitir los valores reconocidos al ser humano a lo largo de la historia, como los derechos universales, la igualdad de hombre y mujer, el respeto a las distintas razas, religiones, a una pluralidad fecunda por serlo, la solidaridad con los pueblos más oprimidos, la convivencia con el entorno, la preocupación por el devenir del planeta, etc. Y a estos valores hay que añadir los que surgen en los latidos del tiempo abierto de par en par, como nuevas formaciones familiares, afloraciones sexuales que han permanecido como tabúes, adquisiciones científicas que desde la provisionalidad van hacia tratamientos que nos llevarán a una vida mejor y a una muerte más digna con derecho a ser ejercida eutanasicamente, etc. La sociedad civil no puede renunciar a lo ya adquirido con mucho sudor a lo largo de la historia, ni a un futuro preñado de esperanzas. La sociedad, y más la actual, es conciente de que el hoy es siempre el escalón de un mañana prometedor. No se siente poseedora de verdades absolutas, sino de retazos que engendrarán nuevas metas. A vivir estas realidades y a buscar otras muchas compromete la educación para la ciudadanía.

Pues bien, La iglesia se declara objetora de conciencia ante planteamientos como los anteriores. La Iglesia parte de la posesión absoluta de la verdad, y en consecuencia, su misión no es la de buscar, sino la de señalar, desde de el orgullo de la verdad dominada lo que es bueno y lo que es malo y así salvar y condenar sin miramientos a los seguidores de unos u otros criterios. La historia debería enseñarle cuántos desmanes ha cometido con esa postura, desde Galileo hasta la inquisición. Tiene más conciencia de su santidad que de su peregrinaje pecador. Pero es que además uno se pregunta cómo puede objetarse contra los valores antes mencionados con el evangelio en la mano, cómo vivir excluyendo cuando la Palabra de Dios es siempre incluyente, creadora de universo y poesía sustantiva.

Durante cuarenta años la Iglesia ha sabido sacarle provecho a la formación del “espíritu nacional” y educó, incluso en los colegios religiosos, en los aberrantes principios que dimanaban del franquismo. No alzó entonces la voz para oponerse al dictador. Se prohibían valores como la libertad de expresión, de reunión, de sindicación, la libertad de disensión con el régimen. Se sucumbió a las doctrinas sectarias que duraron tantos años a cambio de Concordatos que otorgaban pingües beneficios, privilegios de todo tipo y la convertían en el sostén del más abominable régimen que hemos sufrido.

¿La Iglesia que fue cómplice de esos antivalores (espantosa palabra), tiene algo que objetar honradamente a los planteamientos de un Estado laico como el emanado de una Constitución democráticamente aprobada?

 

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