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Escuela laica

Gabriel Murillo Cárdenas

La Nueva España 25 de Enero de 2006


No puedo evitar sorprenderme de cómo un acto de total lógica, que se ajusta perfectamente a la Constitución y que viene a refrendar un concepto básico para un estado aconfesional, como es el de una escuela pública y laica, supone un alboroto social, lanzando a la opinión pública desde plumas profesionales, incapaces de poner freno a su vocación de fundamentalismo católico, que deja en muy mal lugar lo que debería ser el código deontológico de un periodista: acercarse lo más posible a la imparcialidad, y digo acercarse lo más posible porque comprendo que la imparcialidad no existe, pero de ahí a convertirse en voceros de las tesis de la intolerancia religiosa va un abismo.


Todo esto viene a cuento del debate surgido sobre la retirada de los símbolos religiosos de la escuela de 0 a 3 años Los Pegoyinos. El que suscribe, como ciudadano, pero también como abuelo, no puede menos que aplaudir la acción de la concejala de Educación, doña Carmen Rúa, con motivo de esta controversia. No existe, desde mi punto de vista, ninguna causa que avale la presencia de estos símbolos en una escuela; y que quede claro que no sólo me refiero a los símbolos católicos, sino de cualquier otra religión. Con esto no quiero decir en absoluto que no se deba disfrutar de estas fiestas, que, por otro lado, son muy anteriores a la entronización del catolicismo como religión oficial de las distintas clases en el poder. Mucho antes el Imperio romano ya festejaba el 24 de diciembre como una fiesta importante en su calendario, fecha, por otro lado, que tiene que ver con el solsticio del invierno, como es fácil observar, a no ser que se esté obnubilado.

Nada tengo en contra de la celebración del solsticio del invierno, como tampoco tengo nada que objetar a festejar, quemando los restos del invierno en una hoguera pública (la de San Juan), iniciándose así el solsticio de verano. La Iglesia católica, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ha cristianizado una fiesta que, seguramente, es muy anterior a Roma y que consistía en la celebración ancestral de los ritos agrícolas de nuestros antepasados. Por tanto, nadie se opone a las fiestas, a la celebración y a la alegría. Lo que no podemos consentir es que algunos quieran que nuestros hijos, en este caso nietos, sean aleccionados en una determinada forma religiosa que ya tiene, por cierto, lugares donde celebrar sus ritos.
La escuela laica exige fidelidad a unas normas básicas y los símbolos religiosos, sean cuales sean, deben estar representados en las iglesias y no en las escuelas. Educar en tolerancia y en solidaridad es incompatible con lo anterior.


Gabriel Murillo Cárdenas, ex presidente de la APA del Colegio Rey Pelayo, ex presidente de la APA del Instituto Doña Jimena, ex presidente de la Federación de APAS de Centros Públicos de Gijón, miembro del consejo escolar del Instituto Mata-Jove.

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