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Antonio
García Ninet *
UCR 29 de Marzo de 2007
Sí,
aunque parezca una broma, es cierto: El Papa acaba de negar la existencia de
Dios, al menos la existencia de Dios en cuanto se le considere como amor y
misericordia infinitas, pues tales cualidades son contradictorias con el castigo
eterno del Infierno cuya existencia acaba de reafirmar el señor Ratzinger,
“al menos para los que cierran su corazón al amor de Dios”.
Si
el ser humano, siendo rencoroso y vengativo, es incapaz de tan absurda venganza,
¿cómo se puede imaginar a Dios como un ser infinitamente rencoroso? Es
inaudito que a estas alturas todavía se sigan diciendo barbaridades como ésa,
que atentan contra la Lógica más elemental: Si el dirigente católico entiende
que Dios es infinitamente misericordioso y si, por definición, la misericordia
consiste en la virtud de perdonar, entonces Dios posee la virtud de perdonar en
un grado máximo; de manera que no hay ni puede haber ofensa que no perdone.
En
consecuencia, es difícil de creer que el señor Ratzinger todavía no haya
comprendido que la existencia del Infierno es contradictoria con la propia
existencia de un Dios infinitamente misericordioso. No obstante, si desprecia la
Lógica y considera que la fe se
encuentra por encima de toda razón, en tal caso podrá decir, al igual que
Tertuliano, “credo, quia absurdum” (“creo, puesto que es absurdo”), y
todas las barbaridades que se le ocurran. Pero llegar a afirmar la brutalidad de
un Dios que condena al “fuego eterno” equivale a poner a ese Dios
a una altura de crueldad infinitamente superior a la de Hitler, quien, a su
lado, sería un manso cordero.
1.
Los “ideólogos” de la secta católica,
cuando tropiezan con tales contradicciones doctrinales, utilizan el recurso
de afirmar que se trata de “misterios de fe”,
manifestando así el nulo valor que para ellos tiene la razón cuando ésta pone
en evidencia el carácter contradictorio de tales doctrinas.
Por
otra parte, el disparate del dirigente católico no es original sino sólo un
retorno a la utilización de antiguos desvaríos, que, junto con el
funcionamiento a pleno rendimiento de la “Santa Inquisición”, dieron en el
pasado sustanciales beneficios políticos y económicos a los altos dirigentes
de esa organización. En efecto, una doctrina similar fue sostenida por Tomás
de Aquino (s. XIII), “doctor de la Iglesia Católica”, respecto al tema de
la salvación o condenación, quien
afirmó que Dios ha predestinado a los
hombres desde la eternidad para su salvación o su condena al Infierno[1],
y que desde la eternidad determinó a quiénes concedería la gracia para la
salvación y a quiénes se la negaría[2].
En
este mismo sentido, los Evangelios describen el Infierno como un lugar de
castigo al que Dios envía a la mayoría de los hombres (“muchos son los
llamados y pocos los escogidos”) y en dicha obra se encuentran múltiples
afirmaciones, en las que Jesús habla del Infierno como un lugar de castigo
eterno para quienes no crean en él o no sigan su mensaje y de manera paradójica
utiliza palabras de condenación contra el hombre que sea incapaz de perdonar,
diciendo en este sentido: “si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro
Padre perdonará vuestras culpas”[3],
palabras igualmente absurdas por considerar razonable que “el Padre” haga
precisamente lo que él reprocha al hombre.
En
cualquier caso, por absurdas que sean, estas
doctrinas sirven para dejar a salvo la omnipotencia
de Dios, aunque tengan el inconveniente de convertirle en un cruel déspota
que castiga al “fuego eterno” sin otro motivo que el de su “santa”
voluntad.
La
doctrina católica acerca del Infierno, además de ser claramente contradictoria
con la idea de un Dios infinitamente misericordioso, es la proyección antropomórfica
de la crueldad plasmada en la imagen de Dios como su máxima expresión: Así
como el hombre es agresivo, cruel y vengativo, igualmente, cuando crea a sus
dioses a su imagen y semejanza, proyecta en ellos esas mismas cualidades,
considerando que también ellos las poseen, pero en una proporción infinita,
acorde con su poder.
Por
ello, algunos católicos, comprendiendo esa contradicción tan evidente, han
buscado una “solución” considerando que no es Dios quien condena sino que
es el hombre quien elige apartarse de Dios; de manera que el Infierno no
consistiría en otra cosa que en un estado de infinita soledad en el que el
hombre se instalaría por su propia voluntad. Sin embargo, aunque de ese modo
Dios quedaría libre de cualquier responsabilidad por lo que se refiere al
destino del hombre, tal solución está en contradicción con la serie de
ocasiones en las que, según los Evangelios, es el propio Dios quien envía
al malo al “fuego eterno”[4],
y pasa por alto la doctrina católica –y cristiana en general- de la predestinación.
2.
Desde hace ya muchos siglos los dirigentes de las organizaciones religiosas han
comprendido el enorme filón económico que proviene de la unión del miedo con
la fantasía humana, la cual es tan poderosa que llega a desplazar a la razón a
la hora de aceptar una doctrina por contradictoria que sea. La fantasía del ser
humano le ha llevado a sus grandes creaciones artísticas de todo tipo con las
que ha sabido enriquecer una vida rodeada de peligros, sufrimientos y temores.
Las diversas religiones son manifestaciones de esa fantasía y en tiempos
remotos sirvieron al hombre para pedir y confiar en la ayuda y en la protección
de los dioses. Este cometido consolador de la Religión estuvo unido con la idea
de que, si el hombre quería conseguir la ayuda de los dioses, debía
compensarles con sacrificios, oraciones y rituales. Y este momento debió de ser
aprovechado por determinados personajes (brujos, videntes, profetas, sacerdotes,
hechiceros, magos y pontífices) que consiguieron convencer al personal de estar
en posesión de un poder especial para comunicarse con los dioses para obtener
de ellos lo que les pidieran, bueno o malo. Aprovechándose de la buena fe de la
gente sencilla, obtuvieron gran prestigio, hasta el punto de que pudieron vivir
sin otra tarea que la de comunicarse con los dioses para luego aconsejar al
pueblo a cambio de vivir de su oficio de simples embaucadores, consiguiendo con
el transcurso del tiempo un imperio económico inimaginable, especialmente en el
caso de los altos dirigentes de la llamada “Iglesia Católica”, quienes,
rodeados de riquezas y de lujos, siguen predicando cínicamente:
“bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”[5].
3.
Parece evidente que el señor Ratzinger vuelve a utilizar esa doctrina por la
sencilla razón de que es mucho más rentable para la organización que dirige
seguir fomentando la creencia en el infierno que proclamar que, si Dios
existiera, su amor infinito sería incompatible con el “fuego eterno”, pues,
si los fieles fueran conscientes de que Dios lo perdona todo, perderían el
temor a las amenazas papales y eclesiásticas en general, y se atreverían a
pensar por sí mismos en lugar de cerrar los ojos a la razón para refugiarse en
una fe irracional, “sin la cual no hay salvación”. La rentabilidad de la
doctrina del Infierno es evidente si se tiene en cuenta que sirve para
atemorizar a los creyentes tibios a fin de que no se borre de su cabeza esa
absurda pesadilla, lo cual a su vez es útil para controlar mejor sus mentes y
sus actos de forma que obedezcan ciegamente cuando, por medio de los delegados
“episcopales”, se les indique a quién tienen que votar y contra qué
gobiernos deben luchar, que no son otros que los que no ceden o intentan escapar
a su chantaje económico, como el que en estos momentos todavía les paga el
Estado Español para seguir llenando las arcas sin fondo del Vaticano.
En definitiva, si no fuera por la rentabilidad política y económica que les proporciona la doctrina del Infierno, hace ya mucho tiempo que esta idea habría pasado a la historia del terrorismo ideológico que tanto daño ha hecho a lo largo de los tiempos.
*Antonio
García Ninet, Doctor en
Filosofía y en Ciencias de la Educación
[1] “Por lo tanto, en cuanto que designó de antemano a algunos desde la eternidad para dirigirlos al fin último, se dice que los predestinó [...] Y a quienes dispuso desde la eternidad que no había de dar la gracia, se dice que los reprobó o los odió [...] Y […] la predestinación y la elección no tienen por causa ciertos méritos humanos […] porque […]nada puede ser causa de la voluntad y providencia divinas” (Suma contra los gentiles, III, CLXIII).
[2] O. C., III, c. CLXI.
[3] Mateo, 6, 15.
[4] Así, por ejemplo, en Mateo, 5-29, 5-30, 6-50, 25-41 y 25-46.
[5] Lucas, 6,20.