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El Limbo  

Antonio García Ninet  29 de Abril de 2007 

¿Qué ha pasado con el Limbo? El señor Ratzinger lo ha suprimido definitivamente. Su desaparición puede verse indudablemente como una buena noticia porque a partir de este momento sabemos que todos los niños que hayan muerto antes de haber podido pecar ya están en el Cielo, gozando de la bienaventuranza eterna, pues el amor de Dios es infinito y no iba a permitir que esos niños estuvieran infinitamente alejados de esa felicidad que nunca termina.

 

La desaparición del Limbo es en definitiva una buena noticia y tan trascendental que debería proponerse a la fundación Nobel algo así como la concesión del ídem de la paz para el señor Ratzinger por haber decidido que los niños difuntos estén disfrutando ya de la eterna beatitud.

 

La desaparición del Limbo es también un motivo de inmenso consuelo para quienes consideran que los embriones y los fetos son ya seres humanos dotados de un alma inmortal, pues a partir de ahora ya saben que, aunque queden privados de esta vida terrenal tan miserable, esa privación no será en vano sino a cambio de la vida verdadera, de la vida y de la felicidad eternas a las que todos aspiramos. Quizás a partir de este momento la secta católica sea más comprensiva con las abortistas al comprender que, al colaborar con Dios enviándole nuevos ángeles inocentes, impiden con ello que el demonio se apodere de sus tiernas almas para provocarles los atroces sufrimientos eternos del Infierno.  

 

Pero lo consecuencia más trascendental de la desaparición del Libo es que, a partir de este momento cualquier miembro de la secta católica podrá plantearse la posibilidad de convertirse en un nuevo “Mesías” de la humanidad al considerar seriamente el siguiente problema: ¿No es realmente un crimen dejar vivir a los niños en lugar de acortar sus sufrimientos en esta vida y enviarlos cuanto antes a gozar eternamente de la visión beatífica? ¿No es eso mucho más grave que dejarles acercarse a un precipicio desde el que podrían caer al abismo? ¿No es realmente un riesgo innecesario para la salvación de sus almas permitir que se conviertan en adultos y de este modo puedan caer en las tentaciones terrenales alejadas de las leyes divinas y ser condenados al Infierno? Y, si Jesús murió por la salvación de la humanidad, ¿no se le podría imitar o superar incluso al propio Jesús si uno fuera capaz de enviarle niños al Cielo, aun a costa del sacrificio de su propia salvación? ¿No sería ése el mayor acto de amor que pudiera realizarse? ¿Cuántos niños se salvarían de la condena eterna si se les ahorrase el riesgo de crecer y, con él, el riesgo de pecar y de ser condenados al fuego eterno? ¿Quién será capaz de un acto de amor tan sublime y tan alejado del egoísmo de buscar la propia salvación olvidando la de los demás? ¿Quién será capaz de convertirse en “el Mesías de los niños”, sacrificando su propia salvación para asegurar la suya?

 

 

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*Antonio García Ninet es Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

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