Educar ciudadanos
Antonio González Carrillo
Diario de Córdoba 31 de Octubre de 2007
Quizás, lo que a algunos les aterra, como declaran de forma encubierta es la desaparición de la enseñanza del catolicismo en las escuelas. Ninguna autoridad en política educativa de los distintos gobiernos socialistas ha propuesto echar extramuros de la escuela la enseñanza religiosa. En todo caso, la ha reforzado con la materia de alternativa o la posibilidad de estudiar la Historia de las Religiones. Los profesores de Filosofía o Historia que vamos a impartir esta asignatura no somos, en su mayoría, ni clericales ni anticlericales.
Distinguimos con claridad entre laicidad y laicismo, por la que las instituciones laicas son la mejor garantía de la libertad de conciencia. Por tanto, los profesores de esta manera no van a adoctrinar al alumnado sino que por el contrario es la escuela la que tiene el derecho y el deber de educar en valores cívicos, en los valores instituidos legalmente que les permitan un desarrollo integral de su personalidad. Hace mal la actual jerarquía de la Iglesia católica en arrogarse una pretendida ética superior que la ética cívica que nos hemos dado los ciudadanos. Y no es de recibo en una sociedad liberal avanzada, sus malas formas, su beligerancia obsesiva y su tono desafiante frente a la legalidad y la Constitución.
El propio presidente de los obispos se ha desmarcado del boicoteo a la nueva asignatura y ha defendido a los colegios católicos concertados a actuar con responsabilidad y flexibilidad. Los desacuerdos están básicamente en las distintas concepciones antropológicas sobre el amor, en el papel de las mujeres en la sociedad actual, en los modelos de sexualidad y de familia.
Es al Estado a quién le asiste el derecho de hacer propuestas para formar a los futuros ciudadanos. En los países de Europa, el uso fundamentalista de la religión no es frecuente, no se le ocurre a nadie utilizar la Biblia contra Darwin.
La sociedad civil española no va a permitir un retorno del nacional-catolicismo o, lo que es lo mismo, la hegemonía moral de la Iglesia que negaría al pluralismo, la modernidad, los avances de la ciencia, la secularización sin complejos, donde la persona como ciudadanía activa sea el centro del mundo.