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Educación para la ciudadanía y la defensa del nacional-catolicismo
José María Chacón

ÍzaroNews  8 de Septiembre de 2007

La ultraderecha cristiana se moviliza contra el asalto que, para la vigencia social de la ideología del catolicismo, supone, según ellos, la dichosa asignatura de Educación para la Ciudadanía. El penúltimo movimiento es la solicitud, por parte de una recién creada plataforma denominada “Navarra educa en libertad”, de que los padres anuncien a sus respectivos centros educativos que sus hijos no van a asistir a las clases de la citada asignatura. Objeción paterna. Además, sus miembros exigen que la asignatura en cuestión sea opcional y no obligatoria, en las mismas condiciones que la asignatura de Religión católica.

En el caso de esta plataforma “Navarra educa en libertad”, lo primero que llama la atención es el hecho de que se cuide muy mucho de hacer referencia a su indudable alineamiento católico a la hora de plantear sus quejas y propuestas, llenando su discurso de apelaciones a la libertad y la ética, y obviando cualquier referencia religiosa. A pesar de que se han tomado muchas molestias para esconder su sectarismo cristiano, no hay más que echar un vistazo a la identidad de sus responsables para comprobar que son personas vinculadas a organizaciones de intervención social de la Iglesia, como asociaciones “en favor” de la familia, organizaciones “pro-vida” o de intervención educativa religiosa en territorio navarro. No hay ningún problema en ello, de modo que no se entiende el hecho de que hayan creído necesario “enmascararse” detrás de un nombre y un discurso “laicos” para anunciar sus iniciativas. A no ser que intenten hacernos creer que no sólo desde ámbitos fundamentalistas cristianos se critica a Educación para la Ciudadanía.

La segunda cuestión que llama la atención en los promotores de esta plataforma es el hecho de que, cuando el gobierno del Partido Popular, en connivencia con la Iglesia Católica, tomó la decisión de imponer la catequesis cristiano-católica como asignatura obligatoria para todos los educandos, ciscándose en los derechos de los padres o de los centros concertados, sin alternativa posible y con valor curricular máximo, no sintieron la necesidad, curiosamente, de recordarnos que “Navarra educa en libertad”, cuando es obvio que la decisión del gobierno Aznar rompía abiertamente la aconfesionalidad que para el Estado promulga esa constitución que tanto valoran.

Personalmente, lo que más me ha chocado es la exigencia de que la asignatura de Educación para la Ciudadanía sea optativa como lo es la de Religión católica ya que, desde su punto de vista, ambas son equivalentes. Resulta increíble comprobar hasta qué extremos puede llevar el fundamentalismo a personas inteligentes.

En su obcecación sectaria, para los integrantes de “Navarra educa en libertad” ser “ciudadano” en España es lo mismo, o deber serlo, que ser “cristiano”, de modo que, a falta de una asignatura única que enseñe a ser ciudadano desde el cristianismo, o viceversa, –que es lo que pretendían la Iglesia y el PP-, proponen que la asignatura que enseñe contenidos concernientes a todo ciudadano disfrute de las mismas condiciones que la asignatura de catequesis católica.

Sin embargo, hay una diferencia obvia que ellos, lógicamente, se niegan a ver: ciudadanos del Estado lo somos todos, mientras que cristianos-católicos sólo lo son quienes quieren serlo, no es más que una opción individual.

Según Educación para la Ciudadanía, uno es ciudadano por el hecho de ser miembro de un Estado, y luego cada uno puede elegir ser cristiano, musulmán, judío, budista, agnóstico o ateo, de la misma manera que puede elegir ser monárquico o republicano, amar la música clásica o el rock, o preferir veranear en el monte o en la playa. Por tanto, la citada asignatura plantea de entrada una necesaria tolerancia –y por lo tanto, un claro relativismo- entre las distintas opciones que cada ciudadano puede elegir en el ámbito privado, y plantea una serie de normas o procedimientos –siempre opinables, siempre discutibles- que han de ser comunes a todos los ciudadanos para garantizar, precisamente por mor del respeto a las elecciones individuales de cada uno, una convivencia normalizada.

Obviamente, esto es lo que no aceptan los fundamentalistas cristianos: para ellos, ese relativismo es insoportable, porque desde su punto de vista el cristianismo no debe ser una opción individual a recluir en el ámbito privado, sino una condición necesaria del ser humano y, por tanto, condición ineludible para “ser español”. De aquí es fácil deducir todo lo demás: si ser español implica, forzosamente, ser cristiano, el cristianismo no sólo no puede ser recluido en el ámbito de lo privado, sino que garantizar el cristianismo de los españoles se convierte en obligación para el Estado, un testigo que el gobierno del Partido Popular, plagado de Legionarios de Cristo y numerarios del Opus Dei, tomó encantado. De ahí colar la catequesis católica como asignatura obligatoria. De ahí el silencio de entonces, ante tal imposición, de esos repentinos defensores de la libertad y de los derechos educativos de los padres que son la CONCAPA, Navarra educa en libertad o el Foro Español de la Familia.

En última instancia, estamos asistiendo a un levantamiento contra el Estado orquestado por una institución privada, la Iglesia católica, apoyada indudablemente por un partido político importante y por sectores sociales cercanos a su nomenclatura, para impedir cualquier decisión que pueda suponer un debilitamiento de la preponderancia del imaginario cristiano en la sociedad española. No es otra cosa.

Esa misma Iglesia que no tuvo ningún reparo, hace escasamente cinco años, en intentar imponer la catequesis obligatoria desde un Estado democrático al que su constitución define como “aconfesional” -con la colaboración necesaria del gobierno derechista de Aznar, de clara inspiración franquista, y por tanto ligado al nacional-catolicismo de tan ingrato recuerdo, pero que lo explica todo- , ahora se revuelve contra ese mismo Estado, en nombre de la libertad, para defender una preponderancia social que ha conseguido y mantenido, durante siglos, por su compadreo con gobernantes liberticidas.


 

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