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El Periódico 11 de abril de 2007
No es verdad que la
Iglesia católica española no sintonice lo suficiente con el espíritu de su
tiempo: en España, la jerarquía católica --que es la cara oficial de la
Iglesia-- sintoniza muy bien con el espíritu conservador, incluso reaccionario,
de buena parte de la sociedad, sintoniza muy bien con el poder, con lo que ha
sido, con lo que es y con lo que será. Con el poder eterno, vaya.
Por ello es tan significativo lo que ocurre en la parroquia madrileña de San
Carlos Borromeo, situada en un territorio difícil --es elocuente que sea el
"barrio de Entrevías"--, con gravísimos problemas de marginación.
Allí trabajan tres curas que han ido aglutinando una comunidad viva, inquieta,
espontánea y, claro, poco convencional, molesta: la liturgia es libre y nada rígida,
la catequesis se entiende, el servicio a los pobres es prioritario. El cardenal
Rouco Varela, convencido de que la actividad de servicio social que se hace es
excelente, pero que la vida parroquial es deficiente, ha decidido cerrar la
parroquia y pedir a Cáritas que gestione y refuerce las acciones sociales. La
reacción popular ha sido inmediata y masivamente favorable a seguir como hasta
ahora. Todo ello lo sé porque lo he seguido, no porque la mayoría de noticias
periodísticas hayan estado al servicio de una información crítica.
Pero, ¿a quién se le ocurre cerrar una parroquia sin siquiera ir a visitarla
para ver cómo vive la gente y saber lo que se hace en ella? ¿Cómo puede haber
llegado a cardenal alguien que todavía piensa que una parroquia pobre y
marginada puede anunciar la salvación sin salvar a la gente concreta que vive
en ella? Si Rouco separa la acción social de la vida parroquial, o no ha
entendido en qué mundo vive o quiere condenar la vida cristiana a los museos de
la historia.
El cardenal defiende una extraña y estéril ideología abstracta, rígida,
inmutable, distante. Una ideología que mata las ideas y doblega a las personas.
Por este camino, no me extrañaría que tuviese razón Montesquieu cuando dijo,
en 1721, que el catolicismo no subsistiría en Europa los próximos 500 años.
Ya solo faltan 214. Rouco empuja, y no lo hace solo.