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La crisis de la Iglesia
Juan José Martínez Zato
La Opinión e Málaga 2 de agosto de 2007
He de decir en primer lugar que todos los bautizados en el seno de la Iglesia que son sinceros y no coyunturales creyentes, sin duda millones en todo el mundo, son dignos del mayor respeto y consideración y así ha de proclamarse. Nada tiene ello que ver con la crítica que pueda hacerse contra el aparato de la Iglesia, partiendo siempre de la base que cardenales, arzobispos y obispos hay que no menor consideración merecen.
Si existiera un Pontífice como Juan XXIII tendría un freno indudable el sector
ultra-conservador de la Conferencia episcopal española. Un Pontífice liberal,
respetuoso con el pensamiento ajeno, defensor de las libertades como no menos
ardiente y sincero defensor de los derechos humanos fue.
Es lo cierto sin embargo que, el actual jefe del Estado Vaticano comienza a
preocupar a los teólogos y creyentes que más se identifican con el pensamiento
del que un día fuera cardenal Roncalli, beatificado hoy como paso previo a su
canonización. Después de haberse desterrado lo que todos presumíamos como
hecho cierto, he aquí que el Papa Ratzinger nos ha devuelto a la niñez al
decirnos, como nuestros profesores en los colegios hacían, que el infierno
existe lo que, de confirmarse, es para echarse a temblar, pues los malos
pensamientos, se nos amenazaba, sólo uno, podía conducirnos a las llamas
eternas.
La postura adoptada por el sector oficial de la Iglesia, apoyada por el Partido
Popular en no pocas ocasiones, en una perfecta comunión en este como en otros
temas, por lo que a la Ley de educación para la ciudadanía se refiere, no
puede ser más retrógrada, sin parangón en el resto de la Europa de larga
tradición democrática. Aquí se juega a la demagogia, amedrentando a los
fieles, a los que no se recomienda la lectura de su texto, pues la lectura, de
forma interesada, la hacen por ellos, así al menos ha de entenderse, Cañizares,
Rouco y algunos obispos, faltando a la verdad. Todo obedece al temor de perder
la educación de este país, que se desea perpetuar conforme a los más
tradicionales cánones del nacionalcatolicismo como en los mejores tiempos de la
dictadura franquista acontecía.
No deja de llamar la atención que la independencia de la Iglesia que se alega
se quiera hacer compatible con el dinero, más bien el gran capital, que del
Estado percibe. No hay que ser un gran sociólogo ni especialista en encuestas
para saber que la mayoría de nuestros conciudadanos desea que, como en otros países
sucede, los ingresos de la Iglesia sean aquellos que los feligreses tengan a
bien proporcionarle. Cierto es que los gobernantes no siempre pueden llevar a
cabo lo que el pueblo quiere, pero el deseo ciudadano parece claro en esta
cuestión, resultando de otra parte anómalo y de dudosa constitucionalidad un
Concordato que no se tiene hoy día en pie. Respeto a la Iglesia y, por supuesto
a los creyentes, todo el que ha de tenerse. Pero reciprocidad y respeto a
nuestro Parlamento, templo que es de la democracia, todo el exigible. La era de
los privilegios insostenibles ha pasado ya.
Esa ley, por lo demás, no pretende otra cosa que la formación de nuestros jóvenes conforme a los principios y valores que en nuestra Constitución se consagran. Todo un peligro al parecer. No descarto la convocatoria de alguna que otra manifestación por las calles en su contra, deporte que con tanta frecuencia vienen practicando algunos obispos y cardenales, ante el asombro, no creo que envidia, de sus colegas europeos. Es un espectáculo propio de la España de la pandereta.
Llama también la atención la `preocupación´ con que se ha recibido el
nombramiento del nuevo ministro de Sanidad. Contar en el Gobierno con la talla
de un investigador como Soria sería un lujo en cualquier país y lo es también
en el nuestro, guste o no. Muchos enfermos, como por ejemplo, los diabéticos,
ven, vemos, con esperanza, las investigaciones por él llevadas a cabo. Habrá
algún obispo diabético, sin duda lo habrá, que igualmente lo ha de agradecer.
Todo lo que suena a progreso chirría al sector más reaccionario de la
Conferencia episcopal. Todo esto, francamente, comienza ya a cansar.
Hora es ya de recordar que con su apoyo de facto a los poderosos, la Iglesia
hizo perder a España tres veces el tren de Europa, como negara San Pedro a
Cristo en tres ocasiones. Primer tren perdido: la Reforma supuso en Europa un
avance en todos los órdenes, mientras que el rey prudente, Felipe II, más
papista que el Papa, lidera la Contrarreforma y de Europa quedamos descolgados.
Segundo tren perdido: importantísimas fueron en todo el continente las
consecuencias de la Revolución francesa, mientras que en nuestro país casi no
se notó y nuestros liberales del XIX fueron masacrados por ese rey
antipatriota, nefasto entre los nefastos, que fue Fernando VII. El tercer tren
perdido, lo conduce con apoyo igualmente de la Iglesia el gran golpista del
pasado siglo, Franco, quedando aislada España de las instituciones europeas.
A partir de ahí el papel desempeñado por la Iglesia fue más preponderante que
nunca. Fue prepotente, en la enseñanza y en todos los órdenes de nuestra
sociedad. Hizo que luciéramos en las playas unos bañadores impresentables, se
prohibió bañar juntos en las piscinas a hombres y mujeres, llegó a oponerse a
la construcción de piscinas, extendían los párrocos certificados de buena
conducta, apoyaba la discriminación de las mujeres y guardó silencio hasta el
final de la dictadura, de los crímenes y atentados contra los derechos humanos
en el régimen policial entonces imperante.
Para no privarse de nada, hasta jugaba un importante papel en las prisiones,
dependiendo de los capellanes el ascenso o descenso de grado en muchas ocasiones
y de si el interno asistía o no a misa y se confesaba y comulgaba o no con
frecuencia. Todo formaba parte de la hipocresía. Recuerdo que en una ocasión,
asistí como fiscal a las fiestas de la Merced en la Modelo de Barcelona. No
parecía importarles mucho a los internos su Patrona, que era también la de la
ciudad condal, pues tras la misa un grupo de ellos iban cantando por una de las
galerías a voz en grito: "Patrona de Barcelona, señora de la Merced, haz
que pierda el Barça y también el Sabadell".
Los obispos ultramontanos, unos cuantos que no pocos son, que invitan a la
desobediencia civil, debieran recapacitar y preguntarse por qué cada vez hay
menos seminarios, las iglesias son menos visitadas y los jóvenes de ellas poco
a poco se van alejando más. ¿De verdad será la culpa de Rodríguez Zapatero?
No pocos bautizados, hoy de la Iglesia alejados, a ella volverían si
comprobaran que el evangelio es su práctica y estuviera menos con los poderosos
y más con los necesitados. Todo es cuestión de elegir: o Cañizares o
Buxarrais. Menos política y más evangelio, así de claro.