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¿Son compatibles la existencia de Dios y la existencia del mal?

 

Dios y el mal

 

Antonio García Ninet *

 

A lo largo de la historia ha habido diversos pensadores que se han planteado el problema de la existencia de Dios llegando a una conclusión radicalmente negativa a partir de diversos argumentos, muchos de los cuales son evidentes. En este momento voy a centrarme exclusivamente en el argumento que concluye en la negación de la existencia de Dios a partir de la existencia del sufrimiento para mostrar que en efecto se trata de un argumento concluyente frente al cual los teólogos de todas las sectas cristianas han intentado encontrarle una justificación teniendo que refugiarse finalmente en el “misterio”, que es el nombre con el que de un modo suave pretenden referirse a lo que en la Lógica se llama “contradicción”. El hecho de que ellos lo llamen “misterio” deriva, entre otros motivos del hecho de que su desprecio a la razón les ha llevado a tratar de defenderse de cualquier crítica de sus muchas contradicciones doctrinales refugiándose en “la fe” y considerando que las contradicciones lógicas que se opongan a sus doctrinas no demuestran que la doctrina correspondiente sea falsa sino que no se ha sabido utilizar bien la razón o que ésta es incapaz de llegar a comprender aquello que se presenta como simple falsedad o simple contradicción. Pero analicemos el argumento.      

   

Si partimos del supuesto de que la idea de Dios incluye las cualidades de la omnipotencia y de la bondad infinita, existe un argumento, defendido ya en la antigüedad por los epicúreos, cuya conclusión niega la existencia de un ser que reúna a la vez en su esencia esas dos cualidades. Se trata del argumento que toma como premisa fundamental la de la existencia del sufrimiento. En los últimos tiempos se lo sigue considerando por parte de diversos pensadores como un argumento concluyente en contra de la existencia de Dios. Así, por ejemplo, B. Russell lo defiende del siguiente modo:

 

“El mundo, según se nos dice, fue creado por un dios que es a la vez bueno y omnipotente. Antes de crear el mundo, previó todo el dolor y la miseria que iba a contener; por lo tanto, es responsable de ellos. Es inútil argumentar que el dolor del mundo se debe al pecado. En primer lugar eso no es cierto; el pecado no produce el desbordamiento de los ríos ni las erupciones de los volcanes. Pero aunque esto fuera verdad, no serviría de nada. Si yo fuera a engendrar un hijo sabiendo que iba a ser un maniático homicida, sería responsable de sus crímenes. Si Dios sabía de antemano los crímenes que el hombre iba a cometer, era claramente responsable de todas las consecuencias de esos pecados cuando decidió crear al hombre. El argumento cristiano usual es que el sufrimiento del mundo es una purificación del pecado, y, por lo tanto, una cosa buena. Este argumento es, claro está, sólo una racionalización del sadismo; pero en todo caso es un argumento pobre. Yo invitaría a cualquier cristiano a que se acercase a la sala de niños de un hospital, a que presenciase los sufrimientos que padecen allí, y luego a insistir en la afirmación de que esos niños están tan moralmente abandonados que merecen lo que sufren. Con el fin de afirmar esto, un hombre tiene que destruir en él todo sentimiento de piedad y compasión. Tiene, en resumen, que hacerse tan cruel como el Dios en quien cree. Ningún hombre que cree que los sufrimientos de este mundo son por nuestro bien, puede mantener intactos sus valores éticos, ya que siempre está tratando de hallar excusas para el dolor y la miseria”[1].

 

1. Aunque la exposición del argumento por parte de Russell es de por sí absolutamente clara, a continuación lo expondré y comentaré con detenimiento para evitar que su sencillez sea confundida con superficialidad y para que así se pueda calibrar mejor su alcance. Presentaré para ello las objeciones y las respuestas más interesantes o más frecuentes a fin de analizarlas con el mayor detalle posible.

 

1.1. El argumento en cuestión puede plantearse como un simple ejercicio de Lógica y podría adoptar la siguiente forma:

 

Primera premisa: Si existiera un ser omnipotente, infinitamente bueno y creador de todo, entonces todo lo que existiera sería bueno.

Segunda premisa: Si existe el sufrimiento, entonces no todo lo que existe es bueno.

Tercera premisa: El sufrimiento existe.

Conclusión: No existe un ser omnipotente, infinitamente bueno y creador de todo.

1.2. Comentario de las premisas y de la conclusión:

1.2.1. Se podría intentar criticar la primera premisa mediante las siguientes objeciones: a) la primera consiste en afirmar que efectivamente Dios lo hizo todo bueno, pero que fue el hombre quien introdujo el mal. La respuesta a esta objeción consiste en señalar, en primer lugar, que hay muchos males que no provienen del hombre (terremotos, enfermedades, sequías, inundaciones, agresividad innata de muchos seres vivos, cuya  conformación biológica exige en muchos casos que deban alimentarse de otros seres vivos a quienes causan sufrimientos, etc.).

 

Omayra Sánchez

Murió el día 14 de septiembre de 1985, cuando sólo tenía 13 años,atrapada entre maderas y barro, después de 24 horas de larga espera y sufrimiento absurdo.

Fue una de las numerosas víctimas que produjeron

 las erupciones del volcán Nevado del Ruiz en Colombia.

Si su padre se hubiera encontrado a su lado y no hubiera hecho nada para salvarla, ¿qué habríamos pensado de “ese padre”? Y si hubiera sido Dios, “su padre más auténtico”, quien hubiera programado que sufriera durante toda esa serie de horas hasta el momento de su muerte, ¿qué habría que decir de ese Dios? Quizás, como diría Sthendal, la única excusa de ese Dios sería la de que no existe.   

Además y aunque esta respuesta por sí sola sería ya suficiente para refutar el valor de la anterior objeción, puesto que con sólo la presencia de una mínima porción de mal no causada por el hombre el argumento conserva toda su validez, hay que señalar que si el hombre fuera causa parcial del mal, ello implicaría que el hombre, supuestamente creado por Dios, no sería bueno, ya que el modo de ser de cada cosa se conoce por sus manifestaciones y por sus obras (“operari sequitur esse”, dice una sentencia escolástica), con lo que el problema volvería a plantearse referido en este caso a la naturaleza humana. Por otra parte y como ya se ha indicado, para rebatir esta objeción es suficiente con hacer referencia a la serie de males cuyo origen no se encuentra en el hombre sino en las adversidades de la naturaleza, que provoca el sufrimiento de los niños y el de muchos otros seres vivos, ajenos indiscutiblemente a cualquier culpabilidad que les hiciera merecedores de los males que padecen, y cuyo único delito -como diría Calderón- es el de haber nacido.

 

b) Como objeción a estas consideraciones se cae a veces en la ingenuidad de pretender explicar el mal a partir de la naturaleza, suponiendo que de esta forma Dios quedaría al margen de las diversas calamidades y sufrimientos que rodean la existencia de los seres vivos. Pero es evidente que, si la naturaleza produce el mal, en tal caso la naturaleza será mala, y, en consecuencia, de la misma manera que se considera responsable de un asesinato a la persona que disparó y no a la bala que atravesó el corazón de la víctima, igualmente habría que entender la relación entre Dios, la naturaleza y el mal, considerando a Dios como causa del mal, y a la naturaleza como un simple instrumento para su manifestación.

 

c) Otra objeción que suele presentarse es la de que el mal resulta inevitable, ya que sin él no se podría tener conocimiento del bien ni gozar de él; recordemos que ya los estoicos se habían servido de esta explicación. Sin embargo, el valor de esta nueva objeción es claramente rechazable, puesto que quienes la presentan olvidan que en la argumentación inicial se hablaba de un ser omnipotente, el cual poseería la capacidad de hacer todo aquello que no fuera contradictorio. Y, evidentemente, no parece haber contradicción en un mundo absolutamente positivo en el que para poder gozar de una felicidad plena no sea necesario pasar por una etapa de calamidades y de sufrimientos[2].

 

d) Habiendo llegado a este punto, algunos han terminado por concluir que junto a Dios, como ser infinitamente bueno, existiría un ser poderoso causante del mal; tenemos un ejemplo de los planteamientos que van por esta línea en la antigua religión persa de Zaratustra (s. VII a. C.), en la que Ormuz representaría el Dios benéfico y Ahrimán el Dios maléfico, que al final de los tiempos sería definitivamente derrotado. El mismo demonio de los cristianos cumpliría, al menos en parte, esta misma función Sin embargo, en estos casos se olvida que la omnipotencia de Dios podría impedir la existencia de esa fuerza del mal, mientras que su bondad infinita le llevaría efectivamente a impedirla.

 

1.2.2. Por lo que se refiere a la segunda premisa, una de las objeciones que se le hacen consiste en indicar lo siguiente: a) que quizás el sufrimiento podría ser bueno, al menos en un sentido semejante a aquel en que lo es una intervención quirúrgica, la cual, aunque resulte dolorosa, es causa muchas veces del bien de la curación. La réplica a esta objeción comienza por diferenciar el dolor en sí mismo de aquello a lo que puede conducir; pero, además, resulta evidente que si se pudiera producir una curación de forma inmediata, sin pasar por una fase de dolor, encontraríamos absurdo pasar por ella; y, si Dios existiera como ser omnipotente e infinitamente bueno, no sólo podría evitar el dolor de la intervención quirúrgica, sino también el de la enfermedad que hizo necesaria dicha intervención. Por otra parte, si el sufrimiento fuera bueno, ¿qué sentido podría tener el mandamiento de no matar y el de tratar de remediar el hambre y el sufrimiento de la humanidad?, ¿por qué, en su lugar, no fomentar las guerras y las torturas más refinadas y suprimir la práctica de la medicina?

 

b) Otra objeción que suele utilizarse a veces es la de que el hombre no está capacitado para comprender en qué consiste la bondad de Dios, y que el propio sufrimiento podría ser bueno en algún sentido oculto para nosotros, pero compatible con esa forma “especial” (?) de la bondad divina. La réplica a esta objeción consiste en señalar que referirse a la bondad de Dios como a algo ajeno a las posibilidades humanas de comprensión es utilizar palabras vacías e inútiles. Pues, si decimos que Dios es “bueno” y, a continuación, “aclaramos” (?) que “bueno” no significa lo que todo el mundo piensa que significa, y no explicamos qué es lo que pretendemos decir con esa palabra, en ese caso estaremos perdiendo el tiempo y haciéndolo perder a quienes nos escuchan. Recordemos, en este sentido, que el lenguaje es un producto humano y que el significado de las palabras no es algo que haya que esperar descubrirlo como si de un misterio se tratara, sino que somos los hombres quienes se lo hemos asignado a lo largo de nuestra evolución histórica y cultural.

 

1.2.3. Por lo que se refiere a la tercera premisa, parece totalmente superfluo discutirla, pues todos tenemos a diario nuestras propias experiencias a este respecto. Reparemos además en que, si sabemos de qué estamos hablando cuando nos referimos al sufrimiento, es sólo por el hecho de haberlo experimentado; de lo contrario, nos pasaría como al ciego de nacimiento, que por no haber experimentado nunca el color es incapaz de hacerse una idea adecuada de él.

 

1.2.4. La conclusión que deriva de estas tres premisas es, como ya sabemos, que no puede existir un ser que reúna al mismo tiempo las cualidades de la omnipotencia y de la infinita bondad, o, lo que es lo mismo, que o bien tal ser quiso pero no pudo hacer un mundo sin sufrimiento y, en tal caso, no sería omnipotente, o bien pudo pero no quiso y, en tal caso, no sería infinitamente bueno. Si, por otra parte, llegamos a considerar que el concepto de Dios sólo puede aplicarse a una realidad absolutamente perfecta, y consideramos además que la omnipotencia y la infinita bondad deberían ser constituyentes de dicha perfección, en tal caso la conclusión evidente de todas estas consideraciones es la de que Dios no existe.

 



[1] B. Russell: Por qué no soy cristiano, p.39. EDHASA, Barcelona, 1979.

[2]En caso contrario tendríamos que aceptar que el propio Dios necesita pasar alternativamente por sucesivas etapas de sufrimiento y felicidad por cuanto las últimas estarían condicionadas por las primeras.

 

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*Antonio García Ninet  es Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

 

 

 

 

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