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El arzobispo de Granada

Rafael Fernández  Navarro

El Plural 25 de Agosto de 2007

La Iglesia es, por definición, un encuentro en la palabra. Dios y hombre dialogando en el espacio abierto a las estrellas. La Biblia no sólo es la palabra que Dios dirige al hombre, sino también la palabra que el hombre dirige a Dios. En expresión de Congar: “la Biblia es una teología para el hombre y una antropología para Dios”.

Cuando la Iglesia antepone su actitud autoritaria y legisladora al diálogo está dejando de ser Iglesia cristiana. Se está convirtiendo en una dictadura más propia de militares que de seguidores de Cristo. Y esa tendencia la ejerce una Iglesia vertical que prefiere autoridad a diálogo. La supremacía del derecho canónico sobre la palabra abierta arruina ese encuentro en la palabra que por definición debe ser la Iglesia.

Javier Martínez, Arzobispo de Granada, se ha revestido de derecho, ha plantado la autoridad de su báculo en el suelo y le han florecido mitras dictatoriales. Se niega a hablar con un pueblo que reclama la presencia de un cura amigo de senegaleses, de marroquíes, de inmigrantes con quienes ha convivido en su propia casa, con un sacerdocio abierto a la pobreza del otro, con una projimidad en la aventura humana del más desfavorecido. Y esto le ha dolido al Arzobispo Martínez, que prefiere la autoridad a la palabra, la alfombra roja de palacio a la habitación maloliente del pueblo de Albuñol.

A Javier Martínez le estorban los homosexuales y por eso se manifestó contra ellos, que es una forma de rebelarse contra el amor lo ejerza quien lo ejerza. Le molesta la asignatura para la ciudadanía porque no entiende que se le enseñe a la chavalería que todos somos iguales ante la ley, que somos sujetos de derechos universales, que hombre y mujer ejercen idéntico papel en la creación. ¿Es posible que a un Obispo le estorben estos principios que se desprenden sin mucha exégesis de una lectura del evangelio?

¿De qué Iglesia estamos hablando? ¿De la Iglesia, que existe, preocupada por la liberación de los pobres? ¿De la Iglesia que tiene acciones en bolsa en empresas dedicadas a los más execrables negocios? ¿De la Iglesia preocupada exclusivamente por el sexo? ¿De la que se opone, en nombre de Dios, a la investigación que mitigue el dolor humano? ¿De la Iglesia hermética e inquisitorial? ¿De la Iglesia dialogante con la historia que se abrió camino en el Vaticano II?

Cuántas interrogantes pisoteadas por un Arzobispo enemigo de la PALABRA.


 

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