Es
evidente que algunos prebostes de la Conferencia Episcopal no han llegado a
leer el artículo 16 de la Constitución española, y si lo han hecho, lo han
interpretado a su exclusiva manera. Es verdad que cuando fue aprobada la
Constitución, hace casi treinta años, nada era como hoy. Sin pretenderlo,
quizá, quienes redactaron el texto mostraron mucha más generosidad con la
Iglesia que la que está mostrando ella ahora en la interpretación de lo
escrito. La Iglesia de Rouco, -que aunque no es la oficial, sí es la más
irrespetuosa y mezquina con los ciudadanos de todo el tiempo democrático-, se
ha erigido en una voz dogmática que, más allá de proclamar sus posiciones,
participa en conspiraciones contra el Gobierno del Estado, desde que éste es
socialista. Nada es tan evidente, después de que absolutamente todo les sirva
para empujar a sus fieles a participar en todas las manifestaciones y
revueltas que el PP y las organizaciones más reaccionarias están organizando
con la única intención de forzar la derrota de Zapatero. Puede que a él no
le guste ni le venga bien que yo lo diga, pero sólo monseñor Blázquez se
salva en esta intentona desestabilizadora. La Iglesia de Rouco tiene que ver
mucho con su propia imagen: taimada, recelosa, impositora más de reglas que
de principios y, sobre todo, muy poco ecuménica pues su ecumene se reduce a
quienes le dicen "amén" y no a todos los humanos que pueblan el
Universo.
¿Qué entiende la Iglesia por libertad religiosa y de culto? ¿Cómo
interpreta la frase de la Constitución: "Ninguna confesión tendrá carácter
estatal" ¿Acaso cree que el Gobierno socialista no está teniendo en
cuenta las creencias religiosas de la sociedad española? ¿Acaso duda de que
las relaciones de cooperación que mantiene el Estado con la Iglesia católica
sean las correctas? Lo cierto es que la financiación de la Iglesia por parte
del Estado, revisada hace bien poco, ha mejorado la cantidad económica que va
a percibir. No estoy tan seguro de que dichos fondos estén siendo todo lo
bien utilizados que debieran, porque no hay duda de que alguna parte de dicha
aportación (no sé cuanta) irá a parar a financiar sus movilizaciones de la
mano del PP, que son legítimas pero extrarreligiosas. Del mismo modo que
servirán para pagar los desplazamientos de obispos, arzobispos y cardenales a
engrosar las cabeceras de las manifestaciones convocadas por organizaciones
políticas a las que los miembros de la Iglesia debieran acudir a título
particular, pero no como institución.
La Conferencia Episcopal en su celo por influir en todas y cada una de las
decisiones tomadas por el Gobierno, a pesar de que Zapatero haya cuidado la
elección de los interlocutores. Si se achaca a la Política que es cruel en
el trato que da a los "disidentes" o contrarios, Zapatero no lo fue,
pues no dudó en incorporar al "cristiano" (y también, socialista)
Bono a su gobierno; ni dudó en destinar al Vaticano al activo más importante
con que contaba para seguir gobernando La Coruña, el cristiano convicto y
confeso Vázquez. Digo esto porque a nadie se le escapa que el socialismo español
tiene fama de antirreligioso y anticatólico, a pesar de que sean muchos los
cristianos y católicos con que cuenta en sus filas.
La Iglesia española se ha pronunciado con atrevimiento ante varias decisiones
tomadas por el Gobierno español desde la llegada de Zapatero. Desde una
posición dogmática todo es posible, pero la política y el gobierno de los
ciudadanos debe huir de todo dogmatismo e instalarse en el amplio campo del
sentido común, para que todos lo puedan comprender. Dijo no a las parejas de
hecho, con lo que muchos ciudadanos hubieran quedado fuera de derechos que
asistían a quienes vivían casados si se hubieran seguido sus tesis. Dijo no
a los matrimonios de personas del mismo sexo a pesar de que su existencia sea
tan antigua como la misma Humanidad. Dijo no, y dice no, a ninguna forma de
eutanasia, aunque aparezcan por doquier situaciones en que mujeres y hombres
diezmados por enfermedades gravísimas reclaman que les dejen cumplir sus
voluntades. Dijo no al divorcio, aunque con ello se pudieran eternizar
situaciones de uniones no deseadas con el consiguiente riesgo para los hijos.
Ha dicho no a cualquier debate en relación al aborto, con la coartada de que
constituye un asesinato, aunque nunca haya propuesto en sus reglas que las
personas nacen en el mismo acto carnal en que se inicia su gestación. Ha
dicho no a que la asignatura de Religión (católica, por supuesto) no sea
obligatoria, convirtiéndola de ese modo en una imposición y no en una devoción
útil. Y ha dicho no, por fin, a la asignatura "Educación para la
Ciudadanía", que está proponiendo el Gobierno como alternativa a la
Religión.
Su actitud, llamando incluso a la rebelión, es mezquina y contraria a tantos
fieles católicos que entienden que ser ciudadano es anterior a ser católico.
¿Qué les molesta de dicha asignatura? ¿A qué temen? En el fondo, lo que
les ocurre es que no parecen dispuestos a compartir espacio con quienes
creemos que la adscripción a una religión debe ser independiente de la
pertenencia a una sociedad formada por ciudadanos libres, capaces de elegir
sus opciones, tanto políticas como religiosas o sindicales.
Estamos ante una Iglesia que vive instalada perennemente en el Concordato y en
su tiempo, nada menos que en el año 1953, cuando Franco administraba su
dictadura con absoluta crueldad y desvergüenza, gracias a sus apoyos. Los
retoques legislativos de 1979 y del último año no han tocado siquiera el
fondo de aquel Concordato que, leído con detenimiento, supone el más
flagrante abuso respecto a la Constitución actual Es ya imprescindible
revisar dicho Concordato y conseguir que los españoles se sientan libres
frente a esta Iglesia, -la de Rouco y compañía-, que viene demostrando cada
día su sectarismo y su utilitarismo a favor de una opción política
concreta, el PP y la derecha más ultramontana. Hay que hacerlo por el bien de
todos pero, sobre todo, por el bien de los cristianos y católicos de buena
voluntad.