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Imperio - Unión Europea
Escrito por Antonio Álvarez Solís   
Martes, 11 de Abril de 2017 00:00

Se ha oficializado la escisión de Europa en dos partes: una parte formada por los tres grandes y sus adláteres nórdicos, aunque en frecuente conflicto interno, y un segundo bloque en que yacerán ya oficialmente los pueblos del este y el mediterráneo

Las globalizaciones, todas las globalizaciones o imperialismos, son un brutal e insaciable monstruo que se alimenta incansablemente de pequeñas presas. No hay que recurrir a dilatados discursos para sostener lo que digo. Hablo tanto de las globalizaciones económicas como de las culturales, militares y eclesiásticas que se han sucedido a lo largo de la historia.

Un monstruo, además, que con su salacidad en todos los campos acaba destruyéndose a sí mismo por exceso de peso, produce paradójicamente la desconexión profunda de grupos e individuos con la realidad del todo al amalgamarlos sin carácter alguno, provoca la contracción de sus posibilidades para actuar con agilidad en un mar revuelto y esquilma el entorno para alimentar su centro duro. Esto es lo que suscita en el momento que vivimos, aunque sea indirectamente, la desazón alemana ante el brexit. Alemania está gobernando sólo un montón sin carácter ni creatividad. Setenta años atrás y ante una situación como esta los panzers alemanes rodarían ya por el campo francés camino de Calais. Ahora no es momento para una operación de tal clase, pero Berlín la ha sustituído hasta cierto punto al colocar su cuchillo en el cuello inglés, para evitar que cunda el ejemplo entre los socios débiles de la Unión, con la advertencia de que no negociará nada con Londres si Inglaterra no abona antes lo que debe a la Comunidad Europea, que al parecer contabiliza en 60.000 millones de euros. Un Berlín, que no ha dicho nada sustancial, sin embargo, acerca de la significativa regresión que insinúa hacia una Unión Europea que funcione a dos velocidades, que supondría el entierro definitivo de la Unión. Esto es lo que trata de encubrir la Sra. Merkel con la extraña promesa hecha en la reunión del Partido Popular Europeo en Malta, en la discreta Malta, al aludir enigmáticamente a unas las posibles «ampliaciones poco a poco» hacia los países del este, que ahora trata de resucitar el capitalismo europeo tras su cruel abandono y explotación desde la creación del invento unionista. El Sr. Rajoy aportó en Malta más ayuda a la Sra. Merkel con una iniciativa notable: «Hay que hablar bien de Europa; hablemos bien los que creemos en el proyecto europeísta». Hablemos.

Lo sustancial de esta reunión íntima en la Malta familiar es que se ha oficializado la escisión de Europa en dos partes: una parte formada por los tres grandes y sus adláteres nórdicos, aunque en frecuente conflicto interno, y un segundo bloque en que yacerán ya oficialmente los pueblos del este y el mediterráneo, cuyos socios ahondan día a día su pobreza y limitan su papel a aportar los trabajadores baratos, las contribuciones extenuantes y las fronteras problemáticas, pero de cobertura inicial, en caso de conflicto con Rusia, Oriente Medio o Africa.

En Malta descubrió por fin su rostro una Alemania que en el fondo teme el viaje ya soberano de Inglaterra hacia la América de Estados Unidos y Canadá, la vieja Commonwealth y países llamados al futuro como la India y naciones africanas ricas, pero maltratadas, que pueden acabar defendiéndose de la dura absorción china en el marco más o menos recuperado del viejo y elástico mundo de la citada Commonwealth británica. Alemania no está dispuesta a abandonar, en la profundidad de su inconsciente colectivo racista, todo ese escenario del que pretendió apoderarse en su sueño nibelungo que desapareció entre los años 39-45. Hitler sigue viviendo en la gran economía germana y en las duras actitudes ante terceros, sean europeos o no. Hay que recurrir al discutido inconsciente colectivo para entender este avance en huida.

Hace años era visible ya la imposibilidad de una auténtica unidad europea; una unidad íntima y sustancial, que ha sido reemplazada por una unidad utilitaria, epidérmica, basada en la adhesión irracional de los débiles a la propuesta de los poderosos para que se suban de alguna manera a su carro para disfrutar en realidad las migajas de su economía, entre ellas la transfusión demográfica, la obtención de auxilios supervivenciales, la resolución de viejos conflictos fronterizos, el pasaporte para una libre circulación por el mundo merced a su participación europea, el aprovechamiento circunstancial de sus minorías notables para sentarse a la mesa de los grandes, aunque sea en silencio… El setenta por ciento de las naciones europeas vieron en la Unión una especie de UCI social. Por eso mantuve desde su inicio que esa unidad no tenía futuro alguno y aún impediría los esfuerzos de esas irrelevantes nacionalidades para aprovechar por su cuenta y riesgo, dando bordadas, la estela de los grandes Estados sin confundirse con ellos. Unos Estados poderosos que navegan hoy con preocupantes vías de agua en sus bodegas. Por lo tanto insisto en mi visión negativa de esa unidad que ahora deja ya al descubierto también sus miserias y enfrentamientos entre las tres grandes potencias europeas –Gran Bretaña ya se ha ido– al hablar de esa Unión Europea a dos velocidades, que permitirá a los poderosos liberarse de sus escasos apoyos a las naciones débiles que creyeron incorporarse a una sólida cuenta corriente.

En este paisaje de fracaso de la Unión habló alto, claro y premonitoriamente la estafa de Bruselas a Grecia, que se desangra por sus venas abiertas. La Unión existente no ha cuajado, ni inicialmente, un sentido étnico presto a la aparición futura de una realidad nacional única, una economía igualitaria, una cultura de rasgos comunes, ni un entendimiento válido de lo universal. Ya no hablo de lenguas aspirantes a confluir en una dominante aunque fuera merced a una convivencia dilatada, porque esa lengua común es desde hace un siglo precisamente el inglés –la popularidad del francés ya ha periclitado y el alemán nunca será una lengua de intercambio– que dentro de poco tiempo ya no aparecerá oficialmente en los papeles y los debates comunitarios.

En los países débiles de la Unión solamente sus poderosos muestran adhesión a Bruselas porque saben que su poder –quedó demostrado en Grecia– depende del imperio represivo sobre los discordantes, los llamados populistas o nacionalistas, ejercido por Alemania, Francia e incluso Italia, que triunfa desde hace casi dos milenios merced al exquisito milagro de sus derrotas. Es como si Italia viviese de su tienda de anticuario. Dejo ahí esa sugestión por si algún sociólogo ilustrado pudiera penetrar en tan atractiva contradicción.

Europa y el mundo dominante que la imita en otras concentraciones por el estilo tendrá solo dos caminos para mantener una Unión que hoy preside, como en taburete trilero, un raro polaco, Donald Tusk, que se ha permitido usar este trabalenguas: «Los nacionalismos y separatismos que tratan de debilitar a la Unión Europea son lo opuesto al patriotismo moderno». Repito, sólo dos caminos para conservar la Unión: o seguir el juego de club de sus dirigentes asentados sobre el suelo movedizo de Bélgica o solicitar, mediante legislaciones de amparo, una dictadura cada vez más dura y viciada. Y los dos caminos conducen con resignación al sacramento del héroe.

El futuro exige bajar varios escalones de la era imperialista y devolver su propia vida no ya a los Estados existentes, que en muchos casos han traicionado a las naciones que someten, sino a esas naciones que reclaman su vieja alma. Es hora de otras relaciones internacionales y de la recuperación de las democracias internas, que funcionan mediante una recuperación del poder cercano al servicio de ciudadanías soberanas.  Los granos de arena han de recuperar la playa tranquila y universal con que siempre han soñado los individuos singulares que de verdad constituyen el todo del todo. Los que no entiendan como vivir en ese arenal limpio y magnifico habrán de resignarse a hacer turismo político y social low cost.

 

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Fuente: Gara