Nicaragua: intelectuales y razón de Estado Imprimir
Imperio - Latinoamérica
Escrito por Marcos Roitman Rosenmann   
Miércoles, 01 de Agosto de 2018 00:00
Los amigos de mis amigos no son amigos, y los enemigos de mis enemigos no son mis aliados. Es necesario aclarar estos términos para explicar la realidad que vive Nicaragua y el papel de los intelectuales. ¿Qué sentido tiene reflexionar sobre el poder sin realizar una crítica a la razón de Estado? La tarea del intelectual, concepto nacido peyorativamente, sirvió para designar a quienes por vez primera, comandados por Émile Zola, manifestaron su rechazo a la mentira, manipulación, justicia corrupta, antisemitismo e impunidad del Estado en el caso Dreyfus.
Yo acuso de Zola, define su rol en el espacio público. Se les desprestigió, afirmando que no era de su incumbencia cuestionar el poder y las decisiones de Estado. Dedíquense a sus tareas, escriban novelas, pinten, realicen investigación científica, docencia, etcétera, pero no se metan en política. Es terreno vedado. Julio Verne encabezó la lista de inquisidores. Tras juicio amañado, Zola se marcha al exilio, de regreso a Francia, muere en extrañas circunstancias. La historia es larga, los desatinos del poder han sido muchos y los silencios cómplices también. Simplemente Stalin. La crítica a destiempo no es crítica, sino justificación. Llámeseles militantes orgánicos, pero no intelectuales. Nicaragua no es la excepción. El insulto se ha convertido en un arma poderosa contra quienes dibujan un cuadro políticamente incorrecto. Los defensores del gobierno Ortega-Murillo, no construyen argumentos, ni aportan datos. Se erigen guardianes de un régimen, disque de izquierda, progresista y revolucionario. Su justificación: el enemigo a combatir es el imperialismo yanqui. Ortega es nuestro hijo de puta. Así comienza la retahíla: desconocen la geopolítica, son tontos útiles, se asimilan a los golpistas, ignorantes, los hay financiados por la CIA. La crítica se deriva a lo personal. Las reflexiones de pensadores, militantes, activistas, dirigentes políticos, teólogos de la liberación, poetas, académicos, escritores, en fin intelectuales, cuyos trabajos aportan al debate, son ninguneados. Ahora, los acólitos de Ortega-Murillo, que les citaban como parte del pensamiento emancipador, les convierten en enemigos. ¿Qué ha pasado? El mensaje es claro: conmigo o sin ti.

Tal y como sucediera en la guerra del Golfo, las movilizaciones del No a la guerra fueron expresión social de una mayoría enfrentada a la prepotencia, la mentira y la manipulación. Participaron progresistas, liberares, demócratas, socialistas, anarquistas, comunistas, conservadores, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres. Una amalgama difícil de encuadrar, salvo el grito: No a la guerra. El imperio les presentó como abanderados de Sadam Hussein. Hoy en sentido contrario, la crítica al gobierno Ortega-Murillo, es etiquetada como pro-imperialista. Y no, no, se puede ser maniqueo y desvirtuar la historia de Nicaragua, la evolución política de los partidos, y el sandinismo. Los defensores del régimen se suman a las descalificaciones, desoyendo su conciencia y recalando en el pragmatismo, quedando inhabilitados como intelectuales.

No estamos en presencia de un golpe blando, por definición. Se piden elecciones anticipadas. Nicaragua no es Venezuela ni Cuba. En Venezuela, la izquierda y el gobierno han ido por delante de la oposición. Elecciones, referéndum, constituyente, se han fajado en las urnas, no han tenido miedo, derrotados o vencedores, le han quitado los argumentos a la derecha y al imperialismo. Así recalan en el golpe blando. Por su parte, Cuba, lleva más de medio siglo con un bloqueo comercial, económico y financiero, pero se erige digna. Se intentan toda clase de maniobras desestabilizadoras y fracasan, la revolución cuenta con el apoyo de su población, es Martí, Haydée Santamaría, Vilma Espín, Melba Hernández, Fidel, Camilo, Celia Sánchez, el Che. Ni tortura, ni muertos en manifestaciones. ¿Cuáles las semejanzas con la Nicaragua de hoy? Usted responda en conciencia. La labor del intelectual consiste en unir ética de la responsabilidad y ética de la convicción. A quienes tienen el poder y lo saben les imputa responsabilidad en sus actos, a quienes no lo saben y pero lo ejercen, le señala las consecuencias de sus decisiones y por último hace pública sus conclusiones, argumenta, genera debate, no busca ganar en una discusión sofista, sino articular pensamiento emancipador y subversivo. Parafraseando a Paulo Freire, educa para la libertad. ¿Cuántos muertos hacen falta para reconocer la infamia?

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Fuente: La Jornada

http://www.jornada.com.mx/2018/07/28/opinion/015a1pol