¿A la mierda el trabajo?, perdón ¿de qué trabajo hablamos? Imprimir
Opinión / Actualidad - Laboral
Escrito por Cristina Carrasco   
Jueves, 02 de Marzo de 2017 07:15

Cualquier propuesta de acción política que pretenda ser emancipadora debe considerar las desigualdades entre mujeres y hombres e incorporar formas de contribuir a la desarticulación del patriarcado como eje de dominación

Desde esta mirada pierde sentido la expresión “a la mierda el trabajo” o hablar del “derecho a no trabajar” o del “trabajo como bien escaso”.

En el primer lugar, respondiendo a la definición de trabajo, queda claro que para satisfacer las necesidades humanas es necesario trabajar (en algún tipo de trabajo). En el segundo, como participantes de una sociedad, todos y todas deberíamos contribuir al proceso común de dar respuesta a las necesidades tanto individuales como colectivas; quien no trabaja pero está en condiciones de hacerlo estaría parasitando de los/as demás.

Y, en el tercero, lo que escasea en realidad no es el trabajo, sino los empleos promovidos por quienes tienen el poder de hacerlo. Además, desde nuestra perspectiva, hay que recordar que todos estos procesos no son neutros sino que están atravesados por distintos ejes de desigualdad, entre los cuales normalmente se “olvida” la desigualdad de género.

Por ello, cualquier propuesta de acción política que pretenda ser emancipadora debería tener una visión amplia en relación a los distintos trabajos –discutiendo cuáles serían básicos, cómo se repartirían, cómo se distribuiría la renta-, pero también debería considerar las desigualdades entre mujeres y hombres y, por tanto, incorporar formas de contribuir a la desarticulación del patriarcado como eje de dominación. Los procesos emancipadores obligan a considerar en conjunto los distintos sistemas de opresión. Sabemos que lo que no se nombra no existe. Por tanto, no hacer explícito el poder patriarcal y sus consecuencias sobre la vida de las mujeres es suponer que el modelo de comportamiento masculino en relación a la violencia contra las mujeres, la no asunción del trabajo de cuidados, etc. se resolverá por sí solo sin ningún tipo de intervención social o política.

La propuesta de una renta universal que sostiene la RBU no considera los aspectos señalados ni con respecto al trabajo ni con respecto a las relaciones patriarcales. En primer lugar, su planteamiento está sesgado hacia el trabajo remunerado, considerando de manera muy marginal los otros trabajos, con lo cual, desde nuestra perspectiva, sus posibles resultados serían limitados. Como señalé anteriormente, todos y todas deberíamos realizar algún tipo de trabajo necesario, pero la RBU no asegura ni plantea la distribución equitativa por ejemplo del trabajo de cuidados o de otros trabajos –seguramente desagradables-- necesarios para la subsistencia de la población. En segundo lugar, es una visión muy monetarizada, que contempla básicamente los aspectos dinerarios. Estamos de acuerdo en que en la situación actual de gran vulnerabilidad social y precariedad laboral, deberían realizarse políticas para evitar la pobreza, pero deberían realizarse junto a políticas que afecten a la reorganización o redistribución de los trabajos entre todas y todos. Por otra parte, la visión monetarizada también se traduce en su idea de pobreza, considerándola solo pobreza de recursos monetarios, sin tener en cuenta otras dimensiones de la pobreza como la falta de acceso a servicios básicos, la cultura o la pobreza de tiempo, característica esta última de la vida de las mujeres en sociedades capitalistas. Por último, la RBU manifiesta un sesgo neoliberal en su visión de la libertad de elección que tendría la población. Sabemos que la libre elección es un mito, una falacia introducida por la ideología neoliberal. Las personas estamos totalmente condicionadas por ideologías, entorno, presiones sociales, etc. En este sentido, las mujeres podrían “elegir voluntariamente” el trabajo doméstico y de cuidados no necesariamente porque sea su opción de vida, sino porque se vean obligadas por la presión social. Y, si no hay una respuesta colectiva y de la población masculina a la organización y la gestión del cuidado, las mujeres lo asumirán, sencillamente, por el valor que le dan a la vida frente a las exigencias del capital. De aquí la importancia de que cualquier propuesta de cambio incluya formas de influir en el comportamiento masculino para ir transformando el imaginario colectivo de la naturalización del cuidado como asunto de mujeres.

Así pues, si se piensa en alternativas viables actualmente, que tengan como objetivo una vida digna y vivible para toda la población –mujeres y hombres-- es necesario considerar un proceso de resignificación de mujeres y hombres más allá de una sociedad patriarcal, un cambio simbólico que conduzca a valorar socialmente las actividades de cuidados que dan sentido a la vida y que las mujeres han realizado a lo largo de la historia. Las relaciones patriarcales no se diluyen por sí solas ni se transforman solo porque se modifiquen las relaciones capitalistas. Por tanto, las propuestas de acción política deberían incorporar en sí mismas lo que alguna compañera denomina “potencialidad género-transformativa”.

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Cristina Carrasco es Economista. Profesora de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona. Miembra del Instituto Interunivesitario de las Mujeres y el Género de las Universidades Catalanas y de la International Association for Feminits Economic.

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Fuente: CTXT