De esclavos, mitos y palabras que hoy carecen de sentido. Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Jorge Alcázar   
Jueves, 07 de Febrero de 2019 04:36
Habla Platón, en su alegoría de la Caverna, de un grupo de hombres que vive encadenado en el interior de una caverna, de tal forma que sólo pueden observar las sombras de los objetos que quienes están fuera pasean al calor de una hoguera que se interpone entre unos y otros, siendo tal su situación, que consideran como verdaderas aquellas sombras que se deslizan por los piedra rugosa sin atinar a percibir la imagen más profunda y completa de los objetos sombreados. Y pareciera que hoy somos nosotros esos hombres y la caverna las sociedades en que vivimos.
Nuestro concepto de Democracia, Libertad, Derechos o soberanía nacional viene tan mediado por ese ruido del que arriba hablo, que apenas se ha convertido en un tosco continente en el que ya cualquier contenido cabe, en una sombra escurridiza en la que apenas queda reflejada cualquier atisbo de verdad, convirtiendo la razón primaria del concepto en un eco tan diluido y lejano que ya ni suena. Son hoy los autodenominados demócratas, los constitucionalistas camaleónicos garantes de la soberanía nacional, quienes marcan la línea de lo que es o no es, de lo que tiene pureza o es impuro, para hacernos saber que un autoproclamado Presidente de Venezuela debe ser legitimado desde fuera como presidente in facto de un país cuya soberanía, sociedad, leyes y procesos internos han estado en constante cuestionamiento por aquellos mismo que con tanta laxitud miraron hacia otro lado en estas u otras latitudes.
Desde Europa, desde USA, desde Brasil, desde Canadá, desde todos esos estados satélites que han traído al mundo con sus políticas y acciones el mayor grado de desigualdad, injusticia y conflictos bélicos conocidos, se fuerza el relatocreando una “verdad” paralela que se permite amenazar incluso con invasiones armadas y despliegue de fuerzas militares, por desgracia harto frecuentadas, pretendiendo así justificar lo injustificable. ¿Nos imaginamos una injerencia así, desde dentro y desde fuera, en países como Arabia Saudí, Yemen, Marruecos o Ucrania, por poner algunos ejemplos? ¿Acaso la comunidad internacional ha sido tan escrupulosa a la hora de condenar la vulneración sistemática de los DDHH, de las soberanías nacionales o de las leyes internacionales en otras latitudes? ¿Son estos estados representantes de la Democracia?
Por mucho que se pretenda disfrazar la cuestión, es evidente que tras la autoproclamación de Guaidó y el posterior apoyo occidental a éste y al movimiento opositor venezolano, existen intereses económicos y estratégicos que nada tienen que ver con las necesidades de este pueblo. Cabría preguntarse cuáles eran las condiciones de los venezolanos antes de la llegada de Chávez, el porqué de la crisis económica aguda por la que pasa el país; sería conveniente preguntarse por quiénes se esconden tras esta y qué los mueve. Mas a este lado del mundo, a mi parecer, lo capital pasa ahora por cuestionarnos qué forma de estado nos gobierna, qué intereses persigue, quiénes lo hacen y a quiénes interesa, pues quizás encontremos las mismas respuestas en uno y otro caso al volver hacia nosotros las mismas cuestiones que demandamos allá.
¿Cómo es posible cuestionar la democracia en Venezuela y no hacerlo en Colombia, donde paramilitares y gobierno han sesgado durante décadas, con el inestimable apoyo de la CIA, cualquier oposición de izquierdas? ¿Por qué señalar y perseguir como dictadura al gobierno venezolano y no hacerlo con países en los que la oposición jamás podría autoproclamarse gobierno porque estarían descuartizados en cualquier edificio gubernamental, o encerrados en cárceles, en el mejor de los casos? ¿A qué hablar de calidad democrática allá, cuando asistimos en nuestros propios países a la vulneración sistemática de la separación de poderes, a la injerencia continua del poder económico y financiero en las instituciones, y a una creciente avalancha de pérdida de libertades y derechos? ¿Cómo denunciar con impudicia el desabastecimiento de un pueblo amigo cuando el hermano de aquí come poco, mal y a destiempo? ¿Acaso podemos exhibir con orgullo, frente al enemigo chavista, la pureza y limpieza de nuestros sistemas electorales, cuando hemos visto con nuestros propios ojos cómo un presidente de los Estados Unidos llegó a la Casa Blanca mediante fraude electoral en un Estado donde su hermano era gobernador? ¿Podemos censurar la libertad de expresión en un país en el que la gente se organiza y manifiesta contra el gobierno, cuando en el nuestro se criminaliza y legisla para perseguir y condenar a quienes pretenden hacerlo? ¿Acaso durante el franquismo existieron autoproclamaciones de presidentes o manifestaciones a plena luz del día contra el régimen que sumió a España en la más negra oscuridad durante cuarenta años? ¿Cómo explicar que los herederos de estos, manchados de intolerancia, violencia y oportunismo, porten hoy las banderas de la Democracia y la Justicia? ¿Es nuestra sociedad más libre acaso que la venezolana con sus medios de comunicación y nuestros periodistas a sueldo? ¿Es posible blindar la soberanía nacional de Marruecos, Yemen, Qatar, etc., y no hacer lo propio con la de Irak o Venezuela? ¿Cómo defender que el pueblo español, francés, alemán o norteamericano es soberano cuando conocemos la Troika, los corralitos, el Bréxit o el no al pago de la deuda griego, todo ello adobado con la sinrazón de las “leyes del mercado” impuestas por las oligarquías internacionales sometedoras de pueblos, voluntades y necesidades mayúsculas? ¿Tiene sentido levantarnos contra aquella corrupción mientras naufragamos entre corruptos consentidos? ¿Qué es Democracia pues? ¿Cuándo se debe respetar la soberanía de un pueblo? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades para que no se destiñan hasta la mentira? ¿Y qué leyes y principios debemos respetar? ¿Quiénes nos los dictan e imponen?
A estas alturas del relato, es manifiesto que vivimos bajo la mentira, la incongruencia y la hipocresía que nuestros gobiernos e instituciones representativas fabrican, alimentando toda una suerte de mitos que funcionan poderosamente a través del medio informativo que canaliza y proyecta una visión de las cosas que nos rodean, sombreada y amorfa, para construir un relato oscuro alternativo, una verdad que sólo es manifiesta en el papel, en la televisión o en la radio, hasta que cobra certeza sucia de validez a fuerza de repetirla en nuestras cada vez más huecas cabezas, desamuebladas para la ocasión del mobiliario necesario y sustituido este por los retales ocasionales. Retales que cobran el sonido de Venezuela y Cataluña, de lo español y lo anti, del miedo y la represión, y que construyen la retahíla de dicotomías lacerantes que simplifican y obvian verdades mucho más tangibles y contundentes, porque están al alcance manifiesto de nuestros ojos, de nuestras manos, de nuestros amigos y familiares, porque nos golpean de pleno, porque nos lo dicen los sucesivos informes de IntermonOxfam, las largas filas de desempleados o desahuciados, la precarización laboral que padecemos en nuestras carnes, las inmensas brechas de todas las desigualdades varias que se dan en nuestros barrios, porque vivimos como esclavos laborales, ignorantes acérrimos, pobres perpetuados o juventudes sin futuro. Y al otro lado de la verja, ¿quién está?
Si Venezuela es una dictadura, Europa, España, Estados Unidos y demás sociedades también viven bajo el régimen dictatorial que marcan los intereses de una oligarquía internacional que se erige hoy como dirigente férreo;e incluso ese yugo es más pesado que en aquellas latitudes. Una dictadura que por aniquilar ha aniquilado nuestra obligación de ser críticos, de cuestionarnos y cuestionar la forma de gobierno que nos dan; que nos ha hecho amorfos e ignorantes para no saber siquiera interrogarnos sobre el contenido de palabras tan esenciales para nosotros, los pobres del mundo, como Justicia, Derecho, Igualdad, Democracia o Libertad, mientras nos exhibe como consumidores con derecho al voto desoído cada cuatro años, a la justicia del doble rasero, a la libertad de comprar a plazos cuando nos lo permiten, al privilegio de pensarnos libres esclavos de la moneda que en la mano no se ve,a la jungla de un mercado laboral caníbal, a la paz que dan las violencias silenciadas, o a una cultura, una información y una formación que sacan a relucir nuestros más bajos instintos en nuestras celdas de gruesos muros transparentes, y que nos moldea en atómicas piezas prescindibles de un organigrama empresarial – industrial que gobierna y dirige el mundo.
Empecemos ya, ahora, sin pérdida de tiempo,a mirar el cielo que señala el dedo que nos ha dejado ciegos, para contemplar y concebir la inmensidad del universo que nos cubre y las complejidades misteriosas y delicadas que en él se dan, pues estas son mucho más ricas y verdaderas que las toscas sombras que nos proyectan. Librémonos de las cadenas que nos atan y condenan. Sólo así, algún día, podremos ver la luz y a quienes nos privan de ella. Entonces, comenzaremos a hacer Justicia.
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Fuente: Colectivo Prometeo