La democracia formal y la democracia real Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Joaquín Sagaseta / Noemí Pérez Machín   
Martes, 31 de Mayo de 2011 03:35

¡Despierta!"Un cielo tan cargado no se despeja sin tormenta". (W. Shakespeare)

Buena parte de la juventud española, y no solo la española, -y no solo la juventud-, en poco tiempo ha realizado todo un doctorado que, en tiempos normales, podría prolongarse durante decenios. Ha comprendido la verdadera razón por la que a sus vidas, apenas comenzadas, se le niega ya un futuro de realización humana.

Se alza frente a ellos un sistema de alma podrida en la que la consideración a la dignidad humana desaparece de la tabla de valores. Son cuotas dispuestas para el cálculo del beneficio con el que una minoría opulenta, que domina los recursos materiales y de reproducción ideológica, excluye o exprime y maneja a su antojo en función de la multiplicación de sus ganancias. 

¿Qué tiene de real una democracia que pese a los inmensos recursos de que dispone la humanidad condena a toda una generación, la generación perdida dicen, sin soltar una lagrima, a que la vida pase por ellos y ellos no puedan pasar por la vida? ¿Qué credibilidad tiene una democracia que atropella y desconoce, hasta considerar una anomalía retórica, los derechos sociales y la expansión material de los derechos políticos y de ciudadanía proclamados en la propia Constitución en que nominalmente se asienta?

Con acida ironía afirmaba solemnemente Anatole France: La ley democrática de nuestra sociedad prohíbe, con igual majestad, al rico que al pobre dormir debajo de los puentes.

Hay que situarse en el extremo del cretinismo democrático-formal para considerar que el derecho a votar una vez cada cuatro años a poderosas creaciones alimentadas a los pechos de sus respectivas nodrizas financieras -con frecuencia las mismas- es bálsamo suficiente para anestesiar los atroces dolores de la destrucción humana que acompaña al desempleo masivo, a la inseguridad en el inmediato porvenir, a la despiadada explotación del trabajo ajeno, a la imposibilidad real de concebir un mínimo proyecto vital, a la desocialización de las relaciones humanas...al miedo a la vida misma.

No hace falta detenerse en describir la presente devastación social, faltan palabras para definirlas en sus reales dimensiones.

Lo que sí cabe es preguntarse porque ahora la vieja canción que adormecía la reacción social pierde su efecto placebo. ¿Por qué ahora los explotados, los excluidos, los humillados y los ofendidos se despiertan a gritos? ¿Por qué ahora ese momento crítico, que en la historia como en la naturaleza anuncia virajes en el curso de las cosas?

Y es que ahora, y aquí, la vieja canción que viene la derecha suena con toda su letra. Viene la derecha, verdad. Pero lo peor es que viene, y tal vez llegue, mejor que no, pero quien la trae son los propios trovadores del gobierno y del socialismo de derecha. Viene de su mano, de la mano de su claudicación, cuando no de su fusión, con el gran capital. Viene al precio que impusieron los mercados y que se paga con el sacrificio de toda una generación.

Y de la canción dormilona se pasa a la vigilia indignada, con un despertar de gritos porque de quienes –sin razón por cierto- se esperaba la resistencia, han resultado, en una mitad, ascendidos a las peanas del mercado, y en la otra parte convertidos en legión humilde que arrodillada ante sus altares ofrece, predica e impone el camino purificador de la austeridad de los humildes.

¿Se podía esperar otra cosa? Las grandes movilizaciones por donde se expresa el momento crítico han escalofriado a la honorable sociedad. En estas cosas pasa como con la pobreza, que no se la siente si no se la ve. Y no se la siente hasta que la pobreza misma se abre camino, a gritos de cientos de miles. Entonces la contradicción está despierta, y donde hay contradicción hay movimiento y es del movimiento de donde nace el progreso. Bienvenido el despertar.