¿Vuelve la mili de Gila? Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Gregorio Morán   
Domingo, 12 de Marzo de 2017 05:44

Han pasado tantos años que me temo sea obligado precisar que la mili era el Servicio Militar Obligatorio y que Gila fue el humorista radiofónico más famoso contando historias bélicas. Creo que la mili se abolió a finales del pasado siglo y que Gila murió en Barcelona unos años después. Todo esto me vino a la cabeza ante la noticia, que tiene envergadura política, que Suecia, el país sin guerras desde hace siglos, va a instaurar la mili. Los países nórdicos ya la tienen, esa era la excepción.

Estoy seguro que la de ellos no tendrá nada que ver con la nuestra. Las historias sobre la mili eran un lugar común de todas las conversaciones de mi generación. Todos afirmaban haberlas pasado muy putas, pero se divertían contándolas. Yo no, por una razón muy obvia, mientras ellos pasaban más de un año haciendo guardias y trabajos humillantes que encargaban hasta las señoras de los oficiales, yo estaba libre, aunque en cama.

Aún es el día que no me sé el escalafón castrense; la diferencia entre cabo y sargento, no digamos entre coronel y teniente coronel. Y es que yo hice una mili digna de Jerry Lewis. Duró aproximadamente una semana. Me habían destinado al Ferral, en las montañas de León, y era el mes de enero. La nieve alcanzaba una altura mínima de un metro, ¿a qué genio estratégico se le había ocurrido meter en un lugar así, en invierno, a unos trescientos -si no más- reclutas, que no podían ni siquiera salir de los barracones? Soy el único aspirante a soldado que no hice ni siquiera lo que se llamaba “instrucción”. Palabra que se traducía en aprender a desfilar. Pero no había dónde. La nieve, que además seguía cayendo, lo imposibilitaba todo salvo estar metido en “los chabolos” abarrotados de reclutas que se reunían por nacionalidades, algo insólito entonces, no se ofendan. El grupo de gallegos, el de asturianos, el de vascos, el de catalanes, el de castellanos…

La única posibilidad de mantener tranquila a la tropa consistía en dar charlas. Aquellos mandos chusqueros hubieron de apelar a la tropa. “¿Quién quiere dar unas charlas? “Yo, dije. “¿Sobre qué?” “La historia de España en los últimos años”. Le hubiera dado igual que la hubiera dedicado a los godos. Pero yo estaba en pleno período militante y era una buena ocasión para hacer proselitismo a centenares. No había llegado mi expediente. Ya estaba concertado el día  ¡Qué razón tenía aquel que dijo que el franquismo era un régimen fascista atenuado por la incompetencia!

El frío era aplastante. Unos garbanzos sacados de la perola ardiente, cuando llegaban al plato ya estaban fríos. Y así ocurrió que, como amante de las naranjas, comí una de postre y me llevaron a la enfermería. No hacía más que echar sangre por el culo: úlcera de estómago “con melenas”, según luego supe que se denominaba aquello que no se podía parar. Decisión de los mandos: “este recluta que no vuelva a comer nada hasta que llegue al hospital”.

Por tanto fue una mili tan poco heroica que ni me dieron el uniforme -“¿para lo que le va a servir? Además, lo arrugaría”. Una semana de mili y tres días sin comer, para evitar riesgos. Me bajaron a León a una especie de cuartel viejísimo que hacía las veces de hospital de emergencias. Yo debía tener un aspecto tan tétrico, casi transparente, que tampoco me dieron de comer. ¡Por si acaso! En el primer envío, al fin a un hospital, el de Valladolid, no hice otra cosa que mirar a la gente; no tuve ocasión de hablar con nadie. Nos metieron a media docena de descojonados por heridas varias en una ambulancia de la Guerra Civil, y pegado al conductor, el que cagaba sangre. Ese era yo.

Al llegar a Valladolid, tenía tanta hambre que me hubiera comido a la monja, con bigote y todo, pero no se dejó: “por favor, deme algo de comer”. Respondió: “Aquí las comidas son a su hora”. Esta fue la historia de mi mili, que para mi desgracia no conoció Gila.

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Fuente: Bez