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Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Ángel Escarpa Sanz / UCR   
Sábado, 23 de Mayo de 2015 05:16

Leo, releo una vez más el artículo de Almudena Grandes, y no ceso de celebrar que aún exista este puñado de intelectuales tan íntegros que permanecen fieles a sus principios, al mismísimo credo de aquellos días de la Universidad, de la juventud primera, de cuando descubríamos a nuestros poetas más combativos y amados; cuando coreábamos las canciones más rabiosamente antisistema y tomábamos las calles en nombre de los que no sabían o no podían hacerlo; ya fuesen éstos los indiferentes o los que padecían prisión.  

 

Sí, seguiremos defendiendo el “fuerte”, aunque en ello nos vaya la vida, aunque hayamos agotado ya el último cartucho, aunque nos hayamos quedado solos en este inmenso desierto en que otros convirtieron al País. Seguiremos defendiendo nuestros principios, mientras otros abandonan la batalla y se entregan con armas y demás bagaje. Seguiremos enarbolando nuestras verdades. Porque tenemos razón, aunque nos derroten, aunque las cifras se empeñen en arrojarnos al mundo de silencios del pasado.

Porque nosotros no elevamos nuestras reivindicaciones por cosas solo, si no por principios que están refrendados por la ciencia misma. Estamos en las calles con la mujer a la que quieren arrebatarle su casa, estamos en la calle con los que quieren una Universidad, una enseñanza estatal y de calidad, estamos en la calle del lado de los que quieren un trabajo digno, estamos en la calle por que a nadie se le niegue el derecho a la cultura, la sanidad pública, la libre información y el derecho a expresarse libremente; por todos esos bienes que, por ser universales, no deben ser patrimonio de ninguna minoría. Pero más allá de todas esas cosas, elevamos también las más hermosas banderas de la utopía, donde únicamente un hombre completamente libre tiene cabida: soñamos con un mundo sin mercados, sin esclavos, sin traficantes que se alcen tras cualquier batalla con su preciado botín. Pero más allá de las cosas materiales y concretas, seguimos reivindicando la III República, ese sueño de tantos y tantas que nos mantiene en las calles, en tanto hay gentes para las cuales no es una prioridad ni una meta. Seguiremos reivindicando un régimen republicano aunque nos quedemos roncos y solos en estos páramos.

Después de todo, no es la primera vez que nos hayamos solos en las calles, en las ciudades, en los tajos, en las estaciones fronterizas; mientras funcionan los teléfonos y la policía se apresta a nuestra detención, mientras funciona la “vietnamita” en cualquier cuartucho mal iluminado y la represión se cobra la vida de los camaradas más valiosos, en tiempos de clandestinidad; mientras se confecciona el Mundo Obrero en la cárcel y el que escapó con vida de aquella guerra escucha la Pirenaica, cubierto con una manta y esperando una noticia alentadora que le diga que los rusos ya tomaron Berlín.

No es la primera vez que nos hayamos solos defendiendo el “fuerte”, mientras los aliados deciden que Franco es intocable y que la guerra contra el nazismo se acaba en los Pirineos. No es la primera vez que tenemos que admitir que estamos solos, en tanto el resto de las fuerzas optaron por la rendición ante una Transición que nos entregaba maniatados a los pies de esta Constitución que ni siquiera se cumple.

Nos quedaremos solos en las calles defendiendo el “fuerte” con aquellos millones de gentes burladas que defendieron hasta el agotamiento el ¡OTAN no!, ¡bases fuera!, nos quedamos solos, pero cargados de razón, gritando allí donde pudieron oírnos: ¡no a la Reforma Laboral!, nos quedamos solos una vez más también exigiendo el fin de los privilegios de la Iglesia y de los políticos, exigiendo la derogación de la “ley mordaza”, ¡igual salario para la mujer que para el hombre!, ¡aborto libre y gratuito!, el mil veces repetido: ¡no a la guerra!, no a los bombardeos sobre la población de la antigua Yugoslavia, ¡libertad de expresión!, ¡libertad para los detenidos!, por la reforma de la Ley Electoral, por la Ley de la Memoria Histórica.

Nos quedamos solos tantas veces cantando, silbando la Internacional en la oscuridad de una celda, mientras en los lóbregos pasillos de Gobernación se oían los aterradores gritos de los compañeros torturados... Cuántas veces solos, exigiendo el fin del “apartheid”, antes de que liberaran a Mandela, cuántas veces solos exigiendo libertad para el Sáhara y la condena para el que ordenó las masacres de Sabra y Chatila. Cuántas veces solos mientras sobre nosotros llovían las hostias de los “grises” y la “gente de bien” corría por las calles para ver una película de estreno. Cuántas veces solos, desde que perdimos aquella última batalla en el Ebro, en Madrid, desde que nos derrotaron en el Valle de Arán, en los montes de León y en la Sierra de Gredos.

Cuántas veces solos desde que se arriaran las rojas banderas del Kremlin, mientras llovían los proyectiles sobre el Palacio de la Moneda, mientras velábamos el cadáver de Pasionaria o el de Pedro Patiño; mientras ellos abrazaban a Pinochet, a Kissinger, a Eisenhawer, a Nixon, a Reagan, a Barak Obama, y nosotros defendíamos a Cuba.

Frente a los mercados y las negociaciones por una rebanada del pan que sobró del banquete de anoche, elevamos nuestra más intransigente demanda de una sociedad sin clases, sin reyes ni princesas, sin explotadores ni explotados; sin carceleros y sin mercaderes de la palabra.

Seguiremos con los trabajadores de los piquetes de huelga, con los sin papeles, sin techo, mientras nos quede aliento y pasión por cambiar el mundo.

Mucho después de que ellos hayan convertido este País en un vasto erial, seguiremos en las calles con las viejas banderas del pasado, aunque los “fuertes vientos” de las Azores, las isobaras y los idus de marzo no nos sean propicios.