Debate sobre el Estado de la Nación Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Xosé Manuel Beiras   
Martes, 21 de Octubre de 2014 00:00

Señorías:

En 1994 –año en el que mi amado padre cumplía 90– el gran pensador, historiador y analista social de formación marxiana, Eric Hobsbawm, publicaba La Era de los Extremos,título de su interpretación histórica del “corto siglo veinte”, el último volumen de la serie que abarca la evolución del sistema-mundo desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Refiriéndose al proceso en curso en el momento en que escribe, Hobsbawm afirma “Lo que está en crisis son las creencias y principios en los que se fundaba la sociedad desde que los Modernos ganaron su famosa batalla contra los Antiguos en los albores del siglo XVIII: los postulados racionalistas y humanistas”

 

.Y agrega: “esa crisis moral, sin embargo, no es sólo una crisis de los postulados de la civilización moderna: es también una crisis de las estructuras históricas de las relaciones humanas que la sociedad moderna heredara de un pasado pre-industrial y precapitalista, y que le permitieron funcionar”. Cualquier pensaría que Hobsbawm estaba divisando la crisis mundial, a la sazón en curso, desde la mismísima Plaza de Obradoiro, quiero decir, desde el corazón de Galicia, con lentes gallegos y visión de alcance universal.

Para Hobsbawm, la crisis no era solo económica, social y político-institucional. Era, sobre todo, una crisis de valores. La involución provocada por la contrarreforma reaccionaria que se está produciendo en todos los niveles, no nos arrastraba a los tiempos previos a la II Guerra Mundial, sino a antes de la Revolución Francesa. No sólo estaba destruyendo el Estado de bienestar conquistado por los ciudadanos al precio de sangre, cadenas y lágrimas. Estaba dinamitando los cimientos mismos del Estado moderno y, por tanto, de la cultura y los valores democráticos. Y destruía, además, las culturas y relaciones humanas heredadas de un pasado precapitalista, esas culturas y relaciones tan ricas en la sociedad gallega hasta que ustedes y sus antepasados franquistas se dedicaron a acometer el exterminio de la Galicia campesina y marinera, y de gran parte de nuestra cultura ancestral. He aquí, en Galicia, en Europa y en el Mundo, la hazaña de sus amos, de aquellos a quienes ustedes sirven como sumisos espoliques, ejecutando las políticas homicidas que ellos decretan y ejerciendo el poder contra los ciudadanos del común.

                             - II –

Estamos viviendo, en efecto, un período histórico de ‘crisis sistémica’. Dicho de manera más precisa: estamospadeciendo–como ciudadanos del común– un período de transición entre dos ciclos de hegemonía en el sistema-mundo. Y nos encontramos, como sostiene Giovanni Arrighi, en una fase de ‘caos sistémico’, esto es, en la fase terminal del declive de la potencia hegemónica del ciclo que acaba –Estados Unidos–, sin que haya surgido aún el nuevo centro de gravedad del sistema, el espacio llamado a ser la potencia hegemónica del nuevo ciclo.

Esta diagnosis –que obviamente no es obra mía– resulta crucial para comprender de manera cabal lo que está pasando en los diversos espacios del sistema mundial, tanto del centro como de la periferia, tanto de la Unión Europea como de África, y en sus distintos planos y dimensiones: el económico (la Gran Depresión en curso), el social (la desigualdad exacerbada), el ideológico (el reaccionario ‘pensamiento único’ ultraliberal) y el político (el funcionamiento antidemocrático de las degradadas instituciones de representación y de gobierno). En concreto, resulta indispensable para comprender y diagnosticar la crisis que padece el pueblo gallego y la perversión de las instituciones autonómicas, puesto que no se trata de un fenómeno ‘puramente local’ sino de ‘importación’. Y especialmente, resulta crucial para no confundir la crisis de la que estoy hablando con una simple crisis financiera, o sea, con el estallido del sistema financiero mundial en 2008, ni con la subsiguiente ‘Gran Depresión” en la que continuamos sumergidos.

Porque toda crisis sistémica se extiende a la ‘globalidad’ del sistema capitalista y a todas las piezas de su arquitectura, aunque los únicos que la padezcan sean las gentes del común, mientras los magnates del poder económico-financiero hacen su agosto y sus corruptos servidores prosperan sin límite. Y porque la crisis financiera no es más que una consecuencia de la crisis sistémica, y por eso no se remedia, sino que se agrava, con las terapias neoliberales de austeridad, de desnutrición para los de abajo. Y porque además la crisis financiera acostumbra a ser el episodio terminal de una crisis de hegemonía. Como acertadamente señaló Immanuel Wallerstein, el declive de la potencia hegemónica comienza en la esfera de la producción –señaladamente la industrial– se extiende luego a la del comercio internacional, pero resiste hasta el final en el baluarte de la hegemonía financiera, controlando el sistema monetario internacional, y exacerbando su esfuerzo como potencia militar para intentar mantenerse por medios bélicos en la hegemonía de un sistema que ya no domina como potencia económica.

Así ocurrió en el declive de la hegemonía británica en el mundo, desde finales del siglo XIX. En la famosabelle époque, cuando Inglaterra ya había perdido su hegemonía industrial frente a los Estados Unidos y la Alemania del II Reich, Londres continuaba siendo el centro financiero del mundo y la libra la moneda de referencia en el patrón-oro. Pero estaba a punto de estallar la I Guerra Mundial, que abriría la fase de ‘caos sistémico’ del período llamado de ‘entreguerras’ y que detonaría con el ‘crack’ financiero de 1929 y con el apogeo de los nazi-fascismos, para acabar con el apocalipsis genocida de la II Guerra Mundial. Fueron treinta años de ‘guerras euro-asiáticas’, necesarias para consumar el relevo de la hegemonía británica por la yanqui en el mundo. Por cierto, en 1892, en este rincón finisterrano, un profesor de la Universidad compostelana llamado Alfredo Brañas, pronunció la lección inaugural del curso analizando de forma brillante la crisis económica de su época. Denunció la concentración y la centralización del poder económico y político como su causa primordial, y defendió un programa radical de autogobierno para Galicia, con instituciones y potestades jurídicas y políticas que hoy harían reventar el corsé del Estatuto de Autonomía. No sé si a ustedes les suena conocidos, señores del Partido Popular, ya que instituyeron una Fundación con su nombre, con el propósito de secuestrar, silenciar y desfigurar su pensamiento más genuino. Si resucitara, les bramaría el que era su lema: “Como en Irlanda, ¡yérguete y anda!”. Menudo pifostio se montaría.

                                                                 - III –

Las analogías –en contextos diferentes, claro está– con la actual crisis sistémica son significativas y aleccionadoras, pese a que los dirigentes políticos gringos, europeos y españoles, además de los economistas ‘zombies’ que presuntamente les asesoran, se empeñan en no aprender de la historia o reniegan, por cobardía, de sus lecciones. Esta crisis se inició en los primeros años setenta del pasado siglo XX, cuando la Europa de la CEE y Japón desplazaron a los Estados Unidos de la hegemonía industrial y comercial. La supresión de la convertibilidad del dólar por parte de Nixon es la primera medida para mantener la hegemonía norteamericana en el sistema monetario y financiero internacional. Seguidamente, las políticas monetaristas-neoliberales inauguradas por el tándem infernal Reagan-Thatcher, abren la vía al espolio financiero del imperio, además de a la famosa ‘financiarización’ de la economía, es decir, a la huida de los capitales hacia suculentas operaciones especulativas en los ‘mercados financieros’. No resuelven la crisis –¡y vaya si no lo hacen!– e instauran la ‘economía de casino’, o sea, el fraude como principio de actuación en el negocio bancario, y engordan la plutocracia especuladora mundial y la balanza de capitales yanquis, sosteniendo así su hegemonía financiera a expensas del empobrecimiento acelerado del común ciudadano y la correlativa ampliación de la desigualdad material y social en el conjunto del sistema-mundo. Es la lógica especulativa del ‘boom’ y de la ‘burbuja’, analizada por Brenner, que reemplaza la producción en la economía real, cada vez más ‘desnutrida’. De ese modo, los estallidos de las diversas burbujas desembocan en el estallido del sistema financiero completo, provocando un infarto de miocardio en Wall Street, corazón del sistema circulatorio mundial, en 2008.

Pero la consecuencia políticamente más grave de todo esto es que este proceso sitúa al capital financiero en la cumbre del poder económico, por encima del capital industrial y del capital comercial. Dicho en plata: a la gran banca, a los grandes fondos de pensión y al resto de esta ‘familia’ plutocrática y mafiosa. De esa suerte, una vez ocurrido el infarto financiero, esta plutocracia tendrá suficiente poder como para imponer a los poderes estatales –incluidos los del centro del sistema y los de la propia metrópolis imperial– el famoso ‘rescate’ de las mismísimas instituciones financieras supuestamente ‘privadas’, causantes de la catástrofe, a costa del ciudadano común. He aquí una diferencia notoria con lo ocurrido con el crack de 1929, que al menos se saldó con quiebras bancarias e incluso con suicidios de magnates.

Por otro lado, el poder financiero rompe el pacto de posguerra con las clases trabajadoras ycon los poderes políticos de inspiración socialdemócrata –base del llamadoWelfare State,desencadenando una ofensiva en dos frentes. Una, contra los niveles de salarios reales de las clases trabajadoras. Otra, reclamando para sí los espacios ocupados por el sector público destinados a producir servicios públicos y sociales gratuitos. Comienza así una auténticacontra-revoluciónultraliberal que acomete, de manera combinada, el desmontaje del edificio delWelfare State,la mercantilización de todos tipo de bien o servicio –incluidos los bienes clásicamente denominados ‘libres’ en la ciencia económica, como el agua o la propia atmósfera (con el mercado internacional de las cuotas de contaminación)– y las sucesivas contra-reformas de las legislaciones laborales, que volatilizan el llamado ‘salario social’, subvencionan los despidos arbitrarios, endurecen las condiciones de trabajo, entran a saco en los derechos constitucionales de los trabajadores, generalizan la precarización y la inseguridad, reducen o suprimen las prestaciones por paro, y condenan a la juventud a tener por profesión la infructuosa búsqueda de trabajo o al exilio. En suma, reducen a la mayoría trabajadora a la condición social de lo que un clásico definiría como ‘esclavos libres’: libres formalmente, pero esclavos realmente.

                                                                - IV –

He aquí el contexto determinante del trágico ‘estado de la nación gallega’ en el momento actual. La causa de la tragedia gallega no está en la crisis financiera, que ustedes utilizan como coartada para no defender a los ciudadanos, como si se tratara de una catástrofe natural. Ojalá fuese un terremoto, como enA jangada de pedra, de Saramago, y ocurriera en Padornelo, y partiera los bordes del macizo geológico herciniano gallego, y lo convirtiese en una enormexangada –entiéndanme: una balsa– desprendida de la Península ibérica, que se desplazara unos cientos de millas hacia el oeste en el océano, convertida en una isla como Irlanda, sólo accesible por el mar, y no por tierra, con aguas territoriales propias para nuestra gente marinera y nuestro complejo mar-industrial, con inequívoca separación física como base de nuestra soberanía, y sin losenanos del paísque convierten a Galicia toda en unpaís de enanos.Pero eso es una metáfora, claro. La causa externa del agónico estado de nuestro pueblo está en los gigantescos poderes que causaron la actual crisis sistémica y sometieron a los poderes políticos a sus dictados, a la manera del ventrílocuo que utiliza a sus muñecos para hacerles decir lo que quiere sin que lo parezca. Y el problema interno de nuestro pueblo radica en su absoluta indefensión frente a estos poderes: los financieros, que toman sus decisiones al margen de cualquier control democrático, y los políticos, que apenas son muñecos de eseleviathanventrílocuo. Nuestro problema, a diferencia de lo ocurrido en un país tan pequeño como Islandia, con una población menor que la de la comarca viguesa, es la ausencia de poderes políticos democráticos capaces de defendernos. Porque ustedes no utilizan el poder que les dieron sus electores para defenderlos, si no para someterlos a las agresiones que les dictan sus amos. Los hechos están a la vista: los ciudadanos agredidos por estas políticas de exterminio tienen que organizarse y movilizarse en legítima defensa contra ustedes. Es la democracia vuelta del revés. Y encima ustedes ejecutan estas agresiones utilizando las instituciones constituidas para el autogobierno y la autodefensa del pueblo gallego, conquistadas en un larga lucha popular en la que ustedes no participaron. Esa conducta, en un Estado democrático normal, constituiría un delito de traición. Pero sé bien que el actual Estado borbónico y ustedes son todos anormales. Y he ahí, por tanto, el escenario y los actores que interpretan las consignas de la plutocracia ventrílocua, de manera esperpéntica, como en elcorral nubladoceltibérico de lasLuces de bohemiavalleinclanescas: el “Estado ‘bubónico’ pepero del franquismo sin Franco” en el que ustedes instauraron el engendro de un régimen de ‘partido único’de facto, en la mejor tradición nazi-necia-estalinista.     

                                                               –V–

En 1912, el gran escritor canario Benito Pérez Galdós escribía lo que les voy a leer sin traducirlo, ya que ustedes son políglotas y lo entenderán:“Los políticos se constituirán en CASTA, dividiéndose, hipócritas, en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo (...). Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia”.

No extraña nada que, en ese mismo año, la Real Academia Española, de la que era miembro, se negase, por segunda vez, a apoyarlo como candidato al Premio Nobel de Literatura. “Por razones políticas y sobre todo religiosas”, según aseveran sus biógrafos.

Debo el conocimiento de esta sentencia galdosiana a la enorme cultura y erudición de un gran intelectual republicano de izquierdas amigo mío. Y seguramente la conoce también otro amigo, culto, y de izquierdas, Pablo Iglesias ‘junior’. Lo más asombroso de esta frase de don Benito no es sólo que sintetiza un fidelísimo retrato y diagnóstico de la descomposición política y de la involución reaccionaria de la Iª Restauración borbónica, sino que podría estar escrita cien años después para retratar la IIª. Pero don Benito no fue profético en este retrato, sino lúcidamente visionario de la patología congénita del Estado español desde el siglo XIX hasta hoy. La patología que puso fin, ‘manu militari’ genocida, al único y breve intervalo de política democrática e ilustrada, la de la IIª República de los Azaña, Jiménez de Asúa, Castelao y Companys, a pesar de no haber resuelto constitucionalmente el problema de la pluralidad nacional del Estado.

De modo que citar aquí a don Benito no es anacrónico ni extravagante. Supone corroborar que la II Restauración cocinada tras la tiranía franquista vino a reproducir la patología política de la Iª, retrotrayéndonos al estado de corrupción denunciado por Galdós hace un siglo, nada menos. Si a ustedes no les parece trágico…

                               - VI –

No voy a desperdiciar el escaso tiempo y las energías de que dispongo en ofrecer una relación de los agravios padecidos desde el año pasado por el pueblo gallego a mano de los poderes de la Unión Europea y del Estado, unos consumados directamente y otros utilizándolos a ustedes como emisarios, ya que, en rigor, ustedes carecen de autonomía de decisión o hacen un uso espurio de las que les otorga el Estatuto. Estos agravios son bien conocidos por los ciudadanos que los padecen a diario y también por nosotros, la gente de AGE, que los combatimos todo el año, con iniciativas en defensa del pueblo que se estrechan contra el muro de hormigón que blinda esta ‘casa de los muertos’ parlamentaria a la manera, virtual por ahora, de los construidos por el Estado sionista de Israel en Gaza y Cisjordania. Además, pasado mañana Yolanda Díaz defenderá nuestras cuarentas propuestas, y ya veremos la acogida que tienen. De las cincuenta del año pasado, casi ninguna fue aprobada, y ninguno de los problemas que procuraban atajar fueron resueltos o paliados por ustedes. Casi todos se agravaron.

Lo que importa ahora –y es lo que estoy intentando hacer– es contribuir, cuando menos, a que los ciudadanos gallegos sepan y entiendan por qué padecen los gravísimos problemas que colocan en una situación límite su supervivencia individual y como pueblo, y por qué los poderes políticos, lejos de trabajar para resolverlos, gobiernan contra ellos, mientras simulan estar a su servicio. Toda mi vida luché con la única arma que tengo, la palabra veraz, dentro y sobre todo fuera de este recinto, para combatir las mentiras del poder, cuando miente; para proporcionar a mis conciudadanos antídotos contra el estupefaciente con el que la propaganda mentirosa del poder, cuando es mentirosa, los narcotiza para tornalos sumisos. Siempre asumí aquello que Castelao le dijera a un periodista cuando era diputado: “Yo no tengo vocación de estupefaciente”. Todo lo contrario. Y sigo en la misma, pase lo que pase. Porque ustedes mienten, y a sabiendas, para convertir a los ciudadanos en súbditos confinados en la ignorancia respecto de la política; para mantenerlosalienados,que consiste en tomar como intereses propios suyos los que son intereses de sus enemigos de clase y de nación. En cambio, los que combatimos por la emancipación de las gentes y de los pueblos, nos empeñamos en hacer pedagogía y en elevarlos al nivel de conciencia y conocimiento de los ciudadanos para combatir su alienación. Por eso estamos con los vencidos y los oprimidos, incluso cuando al hacerlo llevemos, la más de las veces, las de perder, al menos en lo inmediato. No somos ‘buscones’ de la política, como ustedes. Somos gente del pueblo, solidaria con las gentes del pueblo, cueste lo que cueste. Mientras tengamos respiro y aliento, claro: no somos héroes ni tenemos vocación de mártires.   

Y lo primero que la ciudadanía toda debe comprender –y digo toda porque parte de ella ya lo sabe, pero no lo suficiente– es que las instituciones del actual régimen político, tanto en la nación gallega como en la cumbre del Estado, están muertas; son un cadáver que solo tiene movimiento aparente por la acción de los gusanos que pululan en él, como en cierto famoso cuento de terror. Hace pocos meses, una gentil periodista me preguntaba para un diario digital español cómo juzgaba yo la salud de la democracia en España. Le contesté haciendo una distinción indispensable. Le dije, rotundamente, que en las instituciones políticas del régimen actual la democracia está muerta, o a lo sumo, en la UVI, con respiración asistida, es decir, ‘entubada’. Pero le dije, también, que en cambio, donde la democracia sí está viva, donde sigue habiendo una práctica democrática, es en la sociedad civil, en el seno de la ciudadanía. En el tejido asociativo de los ciudadanos, desde las asociaciones vecinales y las agrupaciones culturales y artísticas, a los colectivos feministas o ecologistas. Y primordial y señaladamente en los colectivos y plataformas que se organizan para su auto-defensa en respuesta a las grandes agresiones. Sea frente a un plan minero que intenta convertir Galicia en Katanga, sea en defensa de la sanidad y de la enseñanza públicas y universales, sea contra el saqueo de sus ahorros o el espolio de sus viviendas, sea para llevar directamente el poder ciudadano al gobierno de los ayuntamientos, o para decidir como pueblo su futuro y la forma política que le permitan ser realmente un ‘pueblos soberano’. Porque la democracia, como la república, es sobre todo unacultura cívica,antes que una forma de Estado y un régimen político. Y una cultura solo existe, sólo tiene vida, si constituye una práctica de la gente, de la ciudadanía. La cultura lingüística gallega solo existe si el idioma es una práctica social en el habla y en la escritura. La cultura artística, sólo si hay ciudadanos que crean, practican y difunden, individual y colectivamente, la expresión musical o plástica en clave autóctona y universal. A la cultura democrática le pasa lo mismo. Su práctica no puede depender de que las instituciones políticas funcionen democráticamente o no. Bajo las instituciones totalitarias del fascista régimen franquista, la democracia brotó y luego floreció en los intersticios de la sociedad civil. Muchas generaciones aprendimos e incorporamos la cultura democrática a nuestra práctica cívica, social y hasta política, fuera y contra las instituciones antidemocráticas de aquel régimen infame. Por eso sabemos lo que costó, por eso sabemos que las libertades posteriores no fueron concedidas gratuitamente, y por eso detectamos con plena claridad la deriva antidemocrática, el proceso de degradación, de perversión y finalmente de putrefacción de las instituciones constituidas en la famosa transición. Y así hasta convertirse en cadáveres movidos solo por los gusanos que proliferan dentro de ellas. Corrupción significa descomposición –de ahí la expresión ‘cuerpo incorrupto’ de san-no-se-quién–. Que no es el caso de los cuerpos políticos corruptos de ustedes, los de la casta de don Benito.

Y la prueba decisiva de que este régimen está corrompido, está en que el poder, en casi todas sus instancias e instituciones, reacciona sistemáticamente con actitudes y métodos represivos contra toda clase de prácticas democráticas de la ciudadanía. Para el poder que ustedes representan aquí, los graves problemas sociales que padece el ciudadano común no cuentan. Sólo cuentan los ‘problemas’ financieros que supuestamente les impiden atender las necesidades perentorias de los ciudadanos. Y si los ciudadanos practican la democracia por su cuenta, se organizan en auto-defensa y se movilizan, protestan y se rebelan, entonces el problema no es social, sino de ‘orden público’. Ustedes manejan la ley según su conveniencia, y cuando no les conviene, esgrimen la ley contra el derecho –no digo ya contra la justicia, que es todavía más aberrante–. Y lo hacen a diario. En la educación, en la sanidad, en los servicios sociales, en las condiciones y derechos laborales, en el medio ambiente, en el manejo y provisión de los recursos energéticos, en los derechos lingüísticos, y así sucesivamente. Y lo más grave de todo: en la negación del derecho de los ciudadanos a decidir. Porque no solo niegan ustedes el fundamental derecho a decidir de las naciones sin Estado, esgrimiendo para ello una constitución que violan cada día y un tribunal constitucional controlado por sicarios que dictan sentencias anticonstitucionales, o exigiendo que la decisión de un pueblo esté en las manos de la mayoría de ciudadanos del estado que no forman parte de ese pueblo –imaginen que una decisión del estado español sobre su identidad estuviera condicionada por la voluntad de todos los ciudadanos de la Unión Europea–. Pues no. También niegan ustedes el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su cuerpo y sobre sus funciones progenitoras. Niegan el derecho de los trabajadores a decidir sobre el destino de la empresa que constituye su medio de vida, incluso sobre sus condiciones laborales en la propia empresa. Niegan también el derecho de la juventud a decidir sobre su formación, sus oportunidades de trabajo e incluso sobre la posibilidad de poder vivir en su propia tierra. Niegan el derecho a decidir de los campesinos sobre las formas de cultivo sostenibles, de los marineros sobre los recursos pesqueros renovables, de los enfermos sin dinero sobre la curación de sus enfermedades, de los viejos indefensos a poder pasar el invierno sin morir de frío. No existe para ustedes el derecho a decidir de los ciudadanos sobre nada que no hayan decidido ustedes primero según su conveniencia y la de sus amos ¿Dónde queda, pues, aquello del ‘pueblo soberano’? En el infierno en vida al que ustedes condenan a la ciudadanía del común. No tienen escrúpulos, y por tanto, no tienen excusa ni perdón.

                           -VII-

Resulta evidente, en definitiva, que estamos ante un proceso de progresiva divergencia entre las instituciones del poder y la ciudadanía del común que constituye la mayoría social. Una divergencia que ha desembocado en el descrédito absoluto de estas instituciones y de sus inquilinos, y en un divorcio y confrontación abierta de los ciudadanos con los ‘políticos’ ‘constituidos en casta’,como pronosticara don Benito hace cien años y como denuncian ahora Pablo Iglesias y los suyos. Pero este drama, en la nación gallega, resulta agravado por algunas condiciones peculiares de nuestra realidad social y política. Es una evidencia que, en el tercio de siglo que llevamos de autonomía, en Cataluña y en el País Vasco llevan gobernando primordialmente fuerzas políticas propias que, mal que bien, han defendido las potestades de autogobierno de sus países frente a las presiones e invasiones competenciales del poder central. En Galicia, en cambio, han gobernado sucursales de la derecha española de ámbito estatal más recalcitrante y chovinista. Ustedes actuaron como los ‘cipayos’ en las colonias, o sea, como los indígenas alistados en el ejército colonial de la metrópolis. De esta manera, colocaron a las instituciones construidas para el bienestar de la ciudadanía gallega al servicio de las ‘razones de Estado’ españolas, y encima en la versión reaccionaria de las oligarquías finalmente corruptas que controlan ese estado, y que no lo hacen tampoco en función de las necesidades de la maltratada ciudadanía española del común. Así que el Parlamento y laXuntade Galicia, en lugar de servir para impulsar el florecimiento del enorme potencial gallego en recursos naturales y humanos, del potencial agrario y pesquero, del tejido industrial, del patrimonio cultural, del tesoro idiomático, de la rica diversidad de nuestros ecosistemas, en lugar de esto, digo, el Parlamento y laXuntaestuvieron casi siempre, a la hora de la verdad, sometidos a los dictados de los poderes del Estado y de la Unión Europea que colisionaban frontalmente con las necesidades de los gallegos y gallegas. Nos vendieron reiteradamente, cada vez que estaba en juego el dilema de apostar por nosotros mismos o servir a sus amos. En la breve etapa de mi diálogo institucional con el presidente Fraga, cuando yo lo exhortaba a ‘blindar’ las competencias del Estatuto frente a los ataques de su ‘gobierno amigo’ en el poder central, llegó a confesarme en una ocasión: “Tengo graves problemas con la dirección de mi partido en Madrid”. Entiéndase: con Aznar y Rajoy. Ni siquiera un hombre de estado como él pudo plantar cara y mantener el pulso a esos poderes que nos oprimían y expoliaban. Impotente, acabó comprendiendo que realmente Galicia funcionaba como una colonia interna del Estado y de una Unión Europea en la que ese Estado sería finalmente reducido a la condición de ‘protectorado’ del IV Reich alemán a raíz de la crisis financiera y de la ‘alevosa’ reforma de la constitución que dinamitaba la soberanía de las propias Cortes.

Hace bastante tiempo, Paul Baran demostró (enThe Political Economy of Growth), que en la expansión del capitalismo por el mundo solo se libraron de ser convertidos en colonia los países que no tenían recursos atractivos. Él ponía el ejemplo de Japón en contraste con China y la India, que eran, sin embargo, economías y culturas más avanzadas que la mayoría de las europeas del siglo XVIII, y con el modelo que Adam Smith definiera como ‘revolución industriosa’ y con poderosos y eficientes aparatos de estado y administración. Galicia lleva siglos sometida a un constante expolio precisamente por ser un país rico y potencialmente próspero. Pero para realizar el expolio hace falta imponer el sometimiento político, destruir la conciencia de la identidad y sustituir la autoestima por la inoculación del ‘auto-odio’, el complejo de inferioridad que nos hace sentir culpables de los achaques que padecemos, aunque la Historia demuestre que llevamos siglos luchando contra el expolio y la opresión, y que ya las crónicas del siglo XVI describan la famosa ‘doma y castración’ de Galicia.

Con todo, la ola de rebelión cívica, el proceso de auto-organización de la ciudadanía más consciente y valiente, lleva camino de convertirse en un oleaje de mar de fondo y en una marea viva. La ciudadanía gallega está en marcha. Sólo faltamos, por ahora, las organizaciones políticas, que tenemos el compromiso y la responsabilidad de aportar nuestras ideas y nuestro esfuerzo militante a potenciar esa marea, asumiendo que el protagonismo corresponde a los ciudadanos, y no a nosotros, y que por lo tanto no debemos pretender suplantar a esa ciudadanía luchadora y autoorganizada, si no colaborar con ella y contribuir a que ella se articule a nivel nacional gallego. En lugar de reñir por nuestras pequeñas parcelas electorales o de enredarnos en bizantinas disputas doctrinarias de patio de colegio, tenemos que ser herramientas para esa rebelión cívica. Como me decía uno de mis más lúcidos compañeros jóvenes: “el país arde, y nosotros discutimos de quién son las mangueras”. Os estoy hablando a vosotros, ciudadanos gallegos del común activos y rebeldes, militantes o no en cualquier opción política que apuesta por la emancipación social y nacional del pueblo gallego, o sea, por vuestra propia emancipación colectiva. No estoy hablando para los ‘ignorantes, y fieros y duros, imbéciles y oscuros’ que ‘no nos entienden, no’, como escribiera Pondal en el poema que se ha convertido en himno oficial de nuestra nación. Esos hacen profesión de su sordez y su ceguera. Estoy hablando para los de dentro, pero sobre todo para los de fuera de esta cámara. Hago un llamamiento a la unidad de acción, para caminar juntos y solidarios, con respeto a nuestra diversidad, en el combate contra la bestia. Castelao dibujó aquella famosa estampa de una gran escultura en proceso de construcción, con una nota al pie que decía: “No le pongas pegas a la obra mientras no esté acabada. Trabaja en ella. Hay sitio para todos”. Pero para eso hace falta lucidez, valor y generosidad. Y disculpad que este viejo luchador rebelde acabe con una invocación final. Mi tío Antón, oculista, nacionalista y comunista, acostumbraba recitarnos a los sobrinos, cuando ni siquiera éramos adolescentes, una breve estrofa de Pondal, dirigida a las madres y padres de su tiempo: “No cantes cantos blandos para dormir al pequeño. Cántale cantos osados que infundan vigor en el pecho. Cántale lo que ya cantara, el noble bardo Gundar: llegará la luz a la caduca Iberia, de mano de los hijos de Breogán” [1]. Amén.

 

Nota del t. [1]“Non lles cantes cantos brandos para adurmiñar ao rapás. Cántalle cantos ousados que esforzado o peito fan. Cántalle o que xa cantara o nobre bardo Gundar: a lús virá para a caduca Iberia dos fillos de Breogán”.   

 

   Xosé Manuel Beiras,  es el más destacado dirigente de la izquierda nacionalista gallega. Profesor de economía en la Universidad de Santiago de Compostela, ha sido uno de los políticos más sólidos, imaginativos e independientes de las izquierdas durante la Transición política en el Reino de España.

 

* Discurso de  Xosé Manuel Beiras con ocasión del Debate sobre el estado de la nación el 7 de octubre de 2014 en el Parlamento de Galicia

 

Original en gallego ver en PDF

 

Última actualización el Lunes, 20 de Octubre de 2014 17:56