A. M. D. G., novela de Ramón Pérez de Ayala, cumple cien años con nueva actualidad Imprimir
Laicismo - Crítica a la religión
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Sábado, 13 de Noviembre de 2010 06:48

A. M. D. G.,  novela de Ramón Pérez de Ayala   En noviembre de 1910 apareció la segunda novela de Ramón Pérez de Ayala: A. M. D. G. La vida en los colegios de jesuitas, impresa en Madrid para la editorial Renacimiento. Tuvo tanto éxito que al año siguiente se reeditó, y volvió a ser impresa en 1923 y en 1931, año en que también se estrenó su adaptación teatral.  Es triste comprobar que los horrores descritos en sus páginas mantienen plena actualidad. La diferencia está en que ahora se denuncian públicamente los casos de pederastia eclesiástica, extendidos por todo el mundo. A pesar de ello, los gobernantes internacionales no adoptan medidas contra la secta, y se continúan tolerando los colegios frailunos, en los que se cometen las mismas aberraciones que cuando estudió en ellos Pérez de Ayala, sagazmente reproducidas en su novela.

   El llamado papa Juan Pablo II, de infausta memoria, tuvo que convocar en el Vaticano a los cardenales y obispos de Estados Unidos, los días 23 y 24 de abril de 2002, para abordar el tema. No es que le inquietasen los hechos, sabidos desde siempre en la sede central de la secta catolicorromana, sino el que las diócesis del Imperio se estaban declarando en bancarrota, al tener que indemnizar a los jóvenes víctimas de la lujuria eclesiástica, porque habían decidido romper el silencio y acudir a los tribunales de Justicia. Desde entonces se han sucedido las denuncias en muchos otros países, y se ha visto especialmente implicada la secta llamada de los legionarios de Cristo. El papanazi Ratzinger, el apodado Benedicto XVI, tiene convocados a los cardenales de todo el mundo a una conferencia en el Vaticano el próximo día 19, para tratar nuevamente sobre estos delitos repugnantes de la Iglesia romana.


   El presunto Estado Vaticano se encuentra en déficit continuo desde hace diez años, a causa de las indemnizaciones pagadas a las víctimas de curas y frailes. Hasta entonces gozaba de una situación envidiable en sus presupuestos, gracias al llamado óbolo de san Pedro que deben aportar todos los romanistas, un tráfico de divisas internacional que tampoco atajan los gobernantes. El Vaticano vende bulas para perdonar pecados, y las utiliza en su favor, porque el Tribunal Internacional de Justicia no se atreve a procesar a sus dirigentes, y ningún Gobierno osa impedir la salida del dinero de sus ciudadanos hacia la capital internacional de la corrupción.

UN RELATO AUTOBIOGRÁFICO VERAZ

   Ramón Pérez de Ayala fue víctima de los jesuitas. Estudió en sus colegios de Carrión de los Condes primero y de Gijón después. Este último es el retratado en la novela, el Colegio de Segunda Enseñanza de la Inmaculada Concepción. En su fachada lucía las siglas representativas de la divisa latina jesuítica: Ad Maiorem Dei Gloriam, esto es, “a la mayor gloria de Dios”. Los frailes se la aplican a sí mismos.


   El protagonista de A. M. D. G. es Alberto Díaz de Guzmán, Bertuco según el diminutivo asturiano, como lo es de las otras tres novelas iniciadoras de la narrativa del autor. En él reflejó Ayala sus recuerdos biográficos, según declaró varias veces. Por ejemplo, en el prólogo a un libro póstumo de Julio Cejador, un jesuita decente que, por serlo, abandonó la Compañía de Jesús, harto de sufrir persecuciones de sus superiores jerárquicos, que eran inferiores a él en cultura y costumbres:

   Conocí a don Julio Cejador de maestro en el colegio de San Zoil, de los padres jesuitas, en Carrión de los Condes, provincia de Palencia. Viví en aquel viejo monasterio los dos últimos cursos que fue colegio laico. Al tercer curso pasé al Colegio de la Inmaculada Concepción, en Gijón, de los jesuitas también, que se inauguró aquel año, y es el que describo en mi novela A. M. D. G. .

     Sobre el contenido autobiográfico del relato no se puede dudar, puesto que el mismo autor lo proclamó en diversos escritos. Por citar uno solo, véase su confidencia en el artículo “La autobiografía de mis obras”, en donde se lee:

   Me atrevo a hacer esta insinuación, ya que mi comunicante sostiene que jamás me trasparento en mis personajes y, por el contrario, la crítica y los lectores (y es el único pormenor en que los pareceres coinciden) han establecido el dictamen de que el ciclo de mis cuatro primeras novelas (A. M. D. G., Tinieblas en las cumbres, La pata de la raposa y Troteras y danzaderas) es simplemente una autobiografía aderezada  .

      Otro mártir de los jesuitas, José Ortega y Gasset, que los padeció en el colegio de Miraflores del Palo, cerca de Málaga, se apresuró a publicar una glosa de la novela inmediatamente de su aparición. En su crítica muy laudatoria confirmó los horrores descritos por su amigo el novelista en otra latitud, pero con idénticos métodos de tortura, inolvidables para el resto de la vida de quienes los soportaron: 

   Sólo hallo una divergencia: Ayala envuelve las escenas de su muchachez en un paisaje del Norte, que conviene muy bien a la melancolía y al dolor de la vida que describe, al paso que la armadura de una infancia sometida a la pedagogía jesuítica me llega a mí bajo los recamos de un mediodía magnífico  .

   Recordemos un testimonio más de una víctima jesuítica, ofrecida por el escritor divulgativo Francisco Pina, quien también proclamó la veracidad del espantoso retrato fijado por Ayala sobre su experiencia con los jesuitas, por haberlo sufrido en carne propia y sentirse identificado con Bertuco y sus compañeros: 

   En la novela A. M. D. G. pinta la vida en un colegio de jesuitas; es tan fuerte y veraz la pintura, tan honrado y noble el propósito, que ningún padre que haya leído aquellas páginas se atreverá a cometer la felonía de dejar la educación de sus hijos en manos de los vástagos de San Ignacio. Quienes hemos pasado algunos años de nuestra niñez en un colegio semejante, sabemos bien el cúmulo de verdades que se amontonan en esta hermosa novela  .

   Eso es lo lógico, pero no ha sido así, y la llamada Compañía de Jesús mantiene abiertos colegios y universidades por todo el mundo. Es la peor compañía para unos adolescentes que empiezan a conocer la vida, con pésimos ejemplos de conducta. Y basta de citar testimonios confirmatorios de la veracidad del relato, porque los hay para formar un grueso volumen. A pesar de ello, los jesuitas continúan cometiendo los mismos abusos y acumulando riquezas y poder sin que nadie los frene.

UN PRECEDENTE

   Ayala describió su propia experiencia, pero conocía un precedente que trató el mismo asunto tres años antes. El escritor cubano instalado en Madrid Alberto Insúa publicó como folletón en la revista semanal madrileña La República de las Letras su novela De un colegio de jesuitas. Dulces memorias, en los números 2, 3, 4 y 5, fechados en abril y mayo de 1907.

   El subtítulo resulta sorprendente, porque las memorias revividas en estas páginas no tienen nada de dulces, sino mucho de amargas. Describen la estancia del niño Gaspar de Isla en un colegio jesuítico, desde su llegada hasta su expulsión por haberse disfrazado con la negra sotana frailuna para delatar a uno de ellos, que abusaba sexualmente de los internos. Ya en el primer capítulo un jesuita hace objeto al protagonista de su lascivia, al sentarle sobre él y dedicarle besos y caricias.

   Hay muchos otros novelistas que han denunciado las atrocidades jesuíticas. Por ejemplo, Vicente Blasco Ibáñez en La araña negra (1892), con una continuación en El intruso (1904), exposición del dominio que los taimados frailes llegan a alcanzar sobre las familias adineradas, a las que destrozan para conseguir sus fines. Sin embargo, la novela de Ayala coincide con la de Insúa en resaltar el sadismo y la lujuria, por lo que debe considerarse su precedente.

LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA Y DE LA FE

   Quizá los jesuitas cumplen exactamente su cuarto voto, el de obediencia al obispo de Roma, pero los tres comunes a todos los consagrados de castidad, pobreza y obediencia es seguro que los infringen. A consecuencia de esa terrible experiencia, Ayala perdió la fe inicial, la aprendida en el hogar burgués de sus padres, con la que llegó al colegio. Es lo habitual en los alumnos de colegios frailunos de cualquier orden, como puedo atestiguar por haber sufrido a los escolapios, esos cínicos que denominan Escuelas Pías a sus colegios, y son las más impías que cabe imaginar.  

    Contemplar las acciones de unos frailes ignorantes, viciosos, ávidos de dinero y de poder, tiene que causar rechazo en cualquier mente sana, por juvenil que sea. Al perder la inocencia por causa de las aberraciones frailescas, se pierde al mismo tiempo la fe heredada: es imposible aceptar las predicaciones de tan abominables pecadores. Así se lo explicó Ayala en una confidencia al crítico Andrés González Blanco, quien la reprodujo en uno de sus ensayos:

   Lo que no sabe usted, y es muy importante, es que he perdido hace algún tiempo otro divino tesoro, que es la fe. Pero en cuanto le diga que estudié seis años con jesuitas (dos en Carrión de los Condes y cuatro en Gijón) se explicará usted fácilmente esta segunda pérdida  .

   Sí, resultaba inevitable. Al comienzo de la novela adelanta Ayala cuál va a ser la suerte que les espera en la vida a los compañeros de curso de  Bertuco: uno morirá frenético con parálisis general, otro alcohólico, dos internados en manicomios, cinco tuberculosos, otro será homosexual pasivo, otro se hará jesuita, otro más será alcalde de pueblo, y el que encuentra la muerte más inmediata es el que no puede seguir soportando la vida en la cárcel llamada colegio y se escapa, pero fallece al caer al mar desde un acantilado durante la noche. Aparte los tuberculosos y el alcalde, así como el mismo Bertuco, los demás son resultado de la mala educación recibida.

ALGUNAS ESCENAS CRÍTICAS

   Recordemos algunas de las escenas más truculentas, que obligan al lector a tomar una actitud crítica hacia la llamada Compañía de Jesús, más bien de Satanás. Se cita por el primer volumen de las Obras completas, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 1998.

   La educación de los niños consiste en dividirlos en grupos enemigos, de forma que se impida su unidad de acción, lo que sería un peligro para los frailes:

   El sistema de emulación, mediante el cual los niños ignoraban el concepto de lealtad y compañerismo no viendo los unos en los otros sino émulos, es decir, enemigos del propio bien, seres tortuosos, les estaba encomendado a los maestrillos, en las cátedras. Cada clase se dividía en dos bandos, romanos y cartagineses, con sus estandartes correspondientes. (P. 337.)

  Por estar ubicado el colegio en las afueras de Regium, nombre dado en la novela a Gijón, el cocinero utiliza los servicios de un asno para traer las provisiones. Lo han bautizado con el nombre de Castelar, como burla al político republicano (p. 348).

   El padre Mur es el más sádico y lascivo del convento; somete a los alumnos a crueldades inimaginables en una mente equilibrada, tantas que asustan hasta a sus compañeros. Una comisión de los frailes acuerda denunciarlo al rector, para que impida la continuación de esos procedimientos inhumanos, pero el superior no permite que digan nada, por sus poderes dictatoriales, y él es quien protesta: 

   --¡Una comisión…! ¡Una comisión…! En la milicia de Ignacio nacen los retoños primeros del sistema democrático… Y a ustedes cinco corresponde la honrosa empresa… Retírense por Dios vivo, y hagan por aliviarme de esta pesadumbre que me imponen. ¡El sistema democrático! (P. 375.)

   Bertuco se encuentra mal y acude a la enfermería, en donde es atendido a su manera por el enfermero, en busca del origen del mal allá por donde le satisface:

   A poco de quedarse solo llegó el hermano Echevarría, enfermero, el cual le hizo varias preguntas, inquiriendo los síntomas de la dolencia; le pulsó, le tocó las sienes, por ver si tenía calentura y, a la postre, introduciendo la mano por debajo del embozo, le tanteaba con dos dedos el vientre, punto por punto, e interrogaba: “¿Te duele aquí?, ¿y aquí?”, bajando siempre, con tendencia a la coyuntura de los muslos, hasta llegar a lo que Celestina denomina graciosamente el rabillo de la barriga, al cual tomó por la base, así como al descuido y a manera de accidente en el examen facultativo; entretúvose con él buen espacio de tiempo, que fuera de cierto más largo si la manifiesta inquietud y turbación del muchacho no le hubieran obligado a abandonar la débil presa. (P. 375.)

   El padre Mur odia a Bertuco porque “en cierta ocasión, había repelido coléricamente las asiduidades cariciosas y pegajosas del jesuita” (p. 449). Aprovecha la disculpa de sorprenderlo hablando con un compañero de fila para darle “una sonora y recia bofetada”, y lo lleva agarrado por una oreja hasta el pasillo de los retretes, en donde le obliga a arrodillarse y hacer una cruz con la lengua en el suelo. Como el muchacho no obedece le pega puñetazos en la nuca y se la pisa, hasta dejarle la cara llena de sangre. Después le ordena que permanezca arrodillado en el refectorio sin cenar, y que a continuación se quede de rodillas en su habitación hasta que él vaya a levantarle el castigo:

   Allá, muy avanzada la noche, se le apareció Mur de pronto. Venía envuelto en una manta de Palencia y descalzo. Sin decir palabra, arremetió sobre Bertuco a puñadas y rodillazos, estrujándolo contra los hierros de la cama. Con el furor de la arremetida, la manta se le desprendió de los hombros, dejándolo en ropas muy menores y descuidadas, a través de las cuales mostraba velludas lobregueces, y las vergüenzas, enhiestas. Cuando tuvo al niño bien molido, se fue, cerrando la portezuela de golpe. (P. 452.)

      Hora y media antes de la señalada para levantarse, el padre Mur lo despierta a pellizcos, le obliga a estar arrodillado en la capilla y le prohíbe desayunar. A consecuencia de tales tormentos Bertuco sufre una crisis nerviosa y se desmaya. Llamado a consulta el médico del pueblo, recomienda que avisen a los familiares del enfermo, porque no está seguro de lo que sucede y de lo que vaya a ocurrir.

   El tío y tutor de Bertuco, que es huérfano, acude enseguida con un amigo médico, quien al examinar al muchacho descubre los malos tratos en su cuerpo. Deciden llevárselo del colegio, y uno de los frailes, el padre Atienza, personaje que representa a Julio Cejador, aprovecha la oportunidad para fugarse con ellos, hastiado de soportar aquel ambiente carcelario. En la carretera se produce este diálogo entre el médico y el jesuita en fuga, con el que termina la novela:

   --¿Cree usted que se debería suprimir la Compañía de Jesús?
   --¡De raíz! (P. 458.)

   El comentario crítico de Ortega, ya citado, concluye copiando ese diálogo, y añade esta consideración personal del ensayista:

   Bueno yo no soy partidario de que se suprima a nadie ni de se que se expulse a nadie de la gran familia española, tan menesterosa de todos los brazos para subvenir a su economía. No obstante, la supresión de los colegios jesuíticos sería deseable, por una razón meramente administrativa: la incapacidad intelectual de los reverendos padres  .

   Nótese el sarcasmo de llamar reverendos a tan nefastos sujetos, juzgados por otro de sus antiguos alumnos. ¿Qué poder oculto poseen los jesuitas para que las denuncias contra sus métodos de enseñanza no obliguen a las autoridades estatales a clausurar sus colegios? Tuvo que llegar la II República para que las Cortes Constituyentes se atrevieran a poner freno a su prepotencia sobre la sociedad española, y un Gobierno aplicase (en parte) las disposiciones del texto legal.

LA ADAPTACIÓN TEATRAL

   Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón se anticiparon a la inevitable proclamación de la República, al redactar el manifiesto constitutivo de la Agrupación al Servicio de la República. Se publicó el 10 de febrero de 1931 en los medios de comunicación.

   El 14 de abril siguiente regresó la llamada Niña Bonita, en el exilio desde 1874. Aquel día se inauguró una etapa de libertad para la mayor parte de los españoles, y de odio reconcentrado para algunos otros. El día 22 Ayala fue designado embajador de la República en el Reino Unido, declarado enemigo del nuevo régimen español porque la ex-reina era pariente de su rey. No tuvo fácil la misión por ese motivo.
   También la Iglesia romana patentizó su rechazo de la República desde el primer día. El 13 de octubre las Cortes Constituyentes aprobaron el polémico artículo 24, que finalmente fue 26 en el definitivo texto constitucional, por el que se decretaba la disolución de la llamada Compañía de Jesús y la incautación de sus innumerables bienes. El presidente del Gobierno provisional y el ministro de Gobernación, fanáticos catolicorromanos, dimitieron de sus cargos. Inmediatamente fue elegido Manuel Azaña presidente del Gobierno provisional.

   La editorial Pueyo pensó que sería oportuno reeditar A. M. D. G., y el autor introdujo algunas modificaciones al texto primitivo para la nueva publicación. Otros supusieron que sería un éxito adaptarla al teatro, y así lo hicieron López de Carrión y Martín Galiano. El autor de la novela pidió a Cipriano de Rivas Cherif, prestigioso hombre de teatro en sus diversas facetas, además de cuñado de Azaña, que dirigiera la obra, y él aceptó el encargo  . Parece ser que Ayala asistió a los ensayos, pero no quiso inmiscuirse en la tarea del director, aunque había sido crítico teatral, y muy duro en sus comentarios.

UN ESCÁNDALO PROGRAMADO

   El estreno fue un escándalo. Tuvo lugar el viernes 6 de noviembre, a las 22,30, en el Teatro Beatriz. Nada más levantarse el telón comenzaron los disturbios, programados por los secuaces de los jesuitas: decían que se trataba de una obra sectaria y blasfema, que no debía representarse. De modo que pretendían imponer su voluntad a cuantos habían adquirido una entrada para ver la representación: es la actitud habitual de la Iglesia romana, porque se considera la única verdadera y por lo tanto con derecho a aplicar su criterio y matar a los disidentes.

   Desde el teatro avisaron del suceso a la Dirección General de Seguridad, que envió a una compañía de guardias de Seguridad. Algunos reventadores fueron expulsados a la fuerza, en medio de un enorme griterío a favor y en contra de unos y de otros. Al finalizar el primer acto se repitieron los pateos y abucheos, pero al empezar el segundo era tal el griterío que resultaba imposible oír a los actores. Nueva petición de ayuda a los responsables del orden, quienes esta vez enviaron a una compañía de guardias de Asalto, que se emplearon contundentemente en restablecer la paz.

   Se practicaron 45 detenciones, y se comprobó que entre los arrestados había varios militares en activo. El testimonio de Santos Martínez Saura, secretario de Azaña, delata a uno de los alborotadores:

   Por aquellos mismos días se apresó también al comandante Méndez Vigo –con quien yo había tenido, por cierto, un buen altercado en una representación de la obra A. M. D. G., de Pérez de Ayala, en el Teatro Infanta Beatriz [sic], de Madrid, al presentarse él allí con unas gentes a provocarnos a quienes aplaudíamos al autor, […]  .

   Se le olvidó a El Planchadito, como le apodaban los amigos, que el teatro había perdido la referencia infantesca en su nombre desde la proclamación de la República. Lo cierto es que las protestas no surgieron de forma espontánea, sino que estaban programadas de antemano. El autor abandonó el teatro sin esperar a que terminase el espectáculo, aunque ya solamente se daba en el escenario, y se dice que estaba arrepentido de haber autorizado la adaptación.

   Manuel Azaña y su esposa acudieron al teatro el 16 de noviembre, y Ayala los acompañó en el palco. Ese día se interpretó el Himno de Riego y se vitoreó a la República, sin que se produjera ningún alboroto. Como era obligado, las fuerzas del orden estaban visiblemente presentes, para proteger al jefe del Gobierno provisional.

   La denominada Compañía de Jesús, una sociedad anónima con empresas en todo el mundo, fue muy beligerante contra la República Española. Su prepósito general entonces, el padre Ledokowski, ordenó a los superiores nacionales de la orden que hicieran propaganda a favor de los militares sublevados, y difundieran la Carta colectiva del Episcopado español entre los feligreses.
A LOS CIEN AÑOS

   Y ahora, cien años después de la primera edición de la novela y 79 de su representación teatral, nada ha cambiado con respecto a la denuncia presentada en el texto. Puede calificarse A. M. D. G. como novela de tesis, porque denuncia las aberraciones habituales en los colegios regidos por jesuitas, semejantes a las cotidianas en los administrados por las demás órdenes religiosas. Pero los gobiernos prefieren no enterase, para evitar enfrentamientos con la Compañía de Jesús, un poder inmenso dentro del inmenso poder de la Iglesia romana en España.

   Con motivo de la aparición de la novela, que también originó escándalos, aunque menos sonoros que los de su estreno teatral, el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid organizó un ciclo de conferencias para glosar diversos aspectos de los tratados en sus páginas. Fueron seguidas con expectación y sin provocaciones. Algunos de esos textos se imprimieron.

   Puesto que nada ha cambiado en el siglo transcurrido desde la primera edición, e incluso en estos momentos consigue una radical actualidad por las continuas denuncias de pederastia contra cardenales, arzobispos, obispos, frailes y curas del romanismo, parece que A. M. D. G. mantiene plena vigencia.

   Por este motivo, como socio del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid propuse a su presidente, Carlos París, la organización de otro ciclo de conferencias, en el que se abordaran cuestiones como la enseñanza religiosa y la laica, los castigos corporales, la homosexualidad, la pederastia, la injerencia de las órdenes religiosas en la vida de los ciudadanos, etcétera. Mi propuesta fue rechazada. Al parecer, el poder de la Compañía de Jesús abarca también al Ateneo de Madrid. 
 
----------------------------
Notas

1          “Julio Cejador, in memóriam”, prólogo de Ayala al libro de Cejador Recuerdos de mi vida, Madrid, 1927. Cit. por el t. IV de las Obras completas de Ayala, Madrid, 2 Fundación José Antonio de Castro, 2002, p. 699.

3     Ramón Pérez de Ayala, Divagaciones literarias, cit. por  Obras completas, ordenación de J. García Mercadal, t. IV, Madrid, Aguilar, 1969, pp. 1003 s. Y en nota copia un comentario de La Revue de Genève, referente a “Cette serie d’autobiographies morales”. Lo curioso es que en los cuatro volúmenes de estas tituladas Obras completas no se incluyó A. M. D. G., parece ser que por decisión del autor, arrepentido en su vejez de haberla escrito en su juventud.

4  José Ortega y Gasset, Personas, obras, cosas…, Madrid, La Lectura, 1922, p. 268.
5  Francisco Pina, Escritores y pueblo, Valencia, Cuadernos de Cultura, 1930, p. 52.  Andrés González Blanco, “Ramón Pérez de Ayala”, en Los contemporáneos. Apuntes para una historia de la literatura hispanoamericana a principios del siglo XX. Primera serie, París, Garnier Hermanos, s. a. (¿1907?), p. 208.

6 Ortega y Gasset, o. c., pp. 273 s.

7    Lo cuenta él mismo en la biografía que escribió sobre su cuñado, Retrato de un desconocido. Vida de Manuel Azaña, Badalona, Grijalbo, 1981, p. 213.    
8 Santos Martínez Saura, Memorias del secretario de Azaña, Barcelona, Planeta, 1999, p. 118.

-------------------------------------

Arturo del Villar es Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio