Venceréis, pero no convenceréis no tiene enmiendas Imprimir
Nuestra Memoria - Cultura de la Memoria
Escrito por Félix Población   
Domingo, 08 de Julio de 2018 05:57
 Desde muy joven he dedicado muchas horas de lectura a Miguel de Unamuno y a lo que sobre el escritor vasco se ha escrito, sobre todo a propósito de sus últimos meses de vida en la ciudad de Salamanca, en la que residió largos años y de cuya universidad fue rector, antes de la República, con la República y fugazmente durante la ocupación de la ciudad por las tropas golpistas del general Franco.

Se considera ese último tránsito de la existencia de don Miguel, desde que el 12 de octubre de 1936 se enfrentó al general felón Millán-Astray en el paraninfo de la institución académica que ahora cumple 800 años, un periodo extremadamente amargo y triste de su biografía, cuando la realidad trágica que vivía el país le abrió los ojos y supo criticar con lucidez y valentía el torbellino de odio que se había desatado sobre España, del que fue adelantado el ejército golpista, al que Unamuno había respaldado en un principio, hasta que vio caer víctima de su vesania a algunos de sus más queridos amigos.

Acerca del papel jugado por don Miguel en aquel acto de la apertura del curso universitario el Día de la Raza no hay ninguna duda. Al menos, los hechos discurrieron tal y como se han venido conociendo. Un reciente libro de Colette y Jean Claude Rabaté* analiza concienzudamente las cuarenta palabras que se conservan en la casa-museo del escritor vasco y que a modo de esbozo sustentaron su discurso de réplica a las intervenciones de los ponentes que intervinieron en ese evento, así como sus alusiones al general golpista.

Una investigación reciente de Severiano Delgado**, sin embargo, ha pretendido desmitificar la versión histórica de esa alocución, literariamente recreada por Luis Portillo Pérez, para hacer más ostensible –a juicio del autor- el enfrentamiento entre la Republica y el alzamiento militar del general Franco. El estudio ha sido interpretado por algunos periódicos conservadores con titulares que casi pretenden hacernos creer que entre Millán-Astray y Miguel Unamuno no hubo nada ese día, más o menos airado. "Venceréis pero no convenceréis -titulaba ABC-: Desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray”. En dicho periódico leímos que la investigación de Delgado Cruz “desmonta el mítico duelo de discursos entre el entonces rector y el fundador de la Legión española, un episodio que se califica de exagerado para adecuarlo al relato republicano”.

La recreación literaria hecha por Luis Portillo Pérez y publicada en la revista Horizon en 1941 bajo el título Unamuno's Last Lecture, alcanzó gran difusión gracias a su utilización años después por el historiador Hugh Thomas en su archiconocida historia de la Guerra Civil, publicada por Ruedo Ibérico en los primeros sesenta del pasado siglo. “El relato de Portillo tiene una clara intención literaria, no historiográfica”, según Delgado. “El autor no intenta describir objetivamente el acto del paraninfo, al que no asistió, sino hacer una recreación literaria destinada a subrayar la brutalidad de Millán-Astray. Lo que se pretende mediante la exageración de este episodio es alzar a Unamuno en el papel de valiente que se atreve a enfrentarse al infame militar”.

DESPOSESIÓN Y ARRESTO

Nadie parece reparar, al “desmitificar” ese relato, que sin ese enfrentamiento entre el militar felón y don Miguel –fuera del carácter fuera, más o menos airado- , sería difícil entender por qué se le desposeyó después a Unamuno del título de rector honorífico por parte de las autoridades militares golpistas, por qué se le privó también de su nombramiento como concejal en el nuevo Ayuntamiento rebelde, y por qué sufrió un arresto domiciliario que lo mantuvo en su domicilio hasta el día de su repentina y un tanto extraña muerte, el 31 de diciembre de 1936, seguida de un precipitado enterramiento con ceremonial falangista que a no dudar el difunto hubiera más que repudiado.

Es muy significativo, para advertir la situación personal en que quedó don Miguel después de aquel 12 de octubre, que el líder falangista Francisco Bravo Martínez, desde Burgos, escribiera a Fernando de Unamuno, residente en Palencia, para que fuera a Salamanca a fin de que su padre evitara actuaciones "que indignen o alarmen a gentes que andamos metidas en la guerra, entre los cuales habrá mezquinos y ruines, incapaces de separar sus egoísmos personales del ideal que guía al pueblo, pero cuya mayoría somos los que pensamos y trabajamos por España”. Bravo es bastante explícito al añadir a continuación lo que sigue, según leemos en el libro del matrimonio Rabaté “Sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al movimiento nacional es tan significativa y magnífica, sobre todo para el Extranjero, pudiera sucederle algún incidente desagradable".

Que Delgado haya privado de literatura el texto elaborado por Luis Portillo en el exilio londinense, no quiere decir que la base del discurso no sea la que con tanto rigor desmenuzan los dos más prestigiosos biógrafos de Unamuno, profundos conocedores de la vida y obra del escritor vasco, sobre quien ahora están dando a conocer una gran selección de su copioso epistolario. "No hay que exagerar el episodio -ha dicho Jean-Claude-, pero tampoco minimizarlo. La realidad es que nunca podremos saber qué dijo Unamuno exactamente, sólo tenemos las 40 palabras que escribió en un sobre mientras los demás intervenían. Sí, la versión es un relato más o menos ficticio y podemos pasarnos la vida discutiendo sobre lo que dijo o no dijo, pero el espíritu, la idea, permanece, y el mito creado es muy importante, porque escenifica el enfrentamiento histórico entre una memoria republicana y otra franquista".

En parecidos términos se manifiestó Andrés Trapiello, autor de Las armas y las letras, que además de afirmar que el mito sigue vigente, coincide con los Rabaté en que hay pruebas que acreditan que aquel no fue un enfrentamiento menor o vulgar: “Fue enormemente grave, y tal vez la mayor evidencia sea que el franquismo nunca intentó desmentirlo, como sí hizo con Lorca. Cuando el río suena, agua lleva. También hay un discurso de Millán-Astray, el 18 de octubre, en el que vuelve a hacer una arenga violenta contra los intelectuales, cartas de Unamuno que recogen los Rabaté… Vamos, no niego que se haya hecho literatura con el episodio, pero el mito sigue siendo válido, aunque no se dijeran textualmente las palabras que conocemos”.

El historiador Santos Juliá tiene en cuenta un detalle estilístico clave para entender el texto de Portillo, dado que las licencias poéticas y los relatos exagerados eran vicios habituales del periodismo de esa época, tal como ocurre con los reportajes sobre el fusilamiento de García Lorca, que califica de una novelería absoluta. Entiende Juliá que un contexto tan politizado, es lógico que se escribieran relatos que refuerzan la convicción de la maldad del otro y de la santidad del propio. “Unamuno murió como mártir y santo, y no tiene nada de extraño que triunfase esa versión, porque era lo que se esperaba de él, no se entendía que no se hubiese unido a la defensa de la República”.

Quien sí estuvo presente en aquel evento, y parece que nadie lo ha tenido en cuenta a la hora de valorar los hechos con motivo de la investigación de Severiano Delgado, es el diplomático Francisco Serrat, sobre quien el historiador Ángel Viñas publicó un interesante estudio a modo de complemento de sus memorias***, en las que se alude a ese acto en el paraninfo tal como se conoce. Quien fuera primer ministro de Asuntos Exteriores de Franco estuvo en la corte del dictador en Burgos y Salamanca en 1936, aunque luego sería perseguido y exiliado por el régimen, y describe la “deletérea atmósfera” de los cuarteles generales golpistas en esas dos ciudades al inicio de la guerra, “con unos tribunales dispuestos a encausar a la humanidad entera”.

Juzga Francisco Serrat al general Millán-Astray como “encarnación suprema de patriotismo irreflexivo”, motivo por el cual cedió a sus ímpetus, y “sin respeto a la solemnidad del acto ni a la representación del orador [Unamuno], le interrumpió bruscamente para largar una arenga de las suyas, estilo Tercio, con todo el chinchín del patrioterismo y los lugares comunes de “condenación de los traidores a la patria, y demás mojigangas tan gratas a un público simplista. Recibió una magna ovación. Y así terminó aquella reunión, modelo acabado del espíritu de la raza que se trataba de encomiar. El epílogo que vino después –prosigue Serrat- no fue una medida disciplinaria contra un general que perdió la corrección. No. Un decreto lacónico destituyendo a Unamuno del cargo de rector. Tardó pocos días en morirse [poco más de dos meses, el 31 de diciembre] y tengo para mí que debió irse satisfecho de dejar este loquero”.

AMENÁBAR Y UNAMUNO

Próximamente iniciará Alejandro Amenábar en Salamanca el rodaje de un film en el que Miguel de Unamuno será protagonista y en el que no faltará, entre los episodios con más calado dramático, el de aquella histórica fecha en el paraninfo de la universidad. No he podido resistirme a participar en el casting que con objeto de elegir figurantes convocó el cineasta español, sin que nunca en mi vida haya sentido la más mínima curiosidad por una participación de ese tipo.

Si lo hice fue por tres razones: por considerar, en primer lugar, que en el paraninfo de Salamanca se vivió una de las escenas más significativas y cruciales de ruptura entre la España republicana, con su innegable y breve impronta cultural, intelectual y educadora, y la España franquista, cuyo régimen dictatorial, represor y oscurantista se mantuvo durante casi cuarenta años. Considero, en segundo término, que como cineasta me parece Alejandro Amenábar uno de los profesionales más indicados para dejar lúcida constancia fílmica de ese hecho y sus circunstancias en una ciudad bien acomodada a una ambientación y escenarios de época, aunque desconozca las interioridades y desarrollo del guión de “Mientras dure la guerra”, título al parecer del film.

Rodaje de Mientras dure la guerra

La tercera razón es estrictamente personal y tiene relación con las muchas horas de lectura dispensadas desde mi adolescencia a la obra de don Miguel, así como a esos últimos cuatro meses de su vida en una ciudad en la que resido desde hace más de veinte años y en la que recordar su personalidad forma parte aún de la intrahistoria urbana. Añado, entre esa documentación sobre la obra y vida, uno de los recuerdos que quizá más influyeron en mí para que le dedicara al rector de Salamanca atención y estudio. Se trata de una producción, emitida por TVE quizá a mediados o finales de los sesenta y de la que no recuerdo ni título ni contenido, pero sí la magistral actuación del olvidado actor José Orjas interpretando a Unamuno.

Siempre, desde entonces, tuve el anhelo de que Venceréis pero no convenceréis y el último trecho de la vida de don Miguel en Salamanca llegara a la pantalla según me lo sugirió la imagen que del rector vasco hizo Orjas y lo que luego contó el escritor González Egido en Agonizar en Salamanca****. Puede que la base de todo esté en el relato literario de un desconocido poeta exiliado, escritor y profesor. Se llamaba Luis Gabriel Portillo Pérez (1907-1993), y es autor de un solo libro, Ruiseñor del destierro, al que pertenecen estos versos, muy unamunianos:

Cuando en su propia sangre redimida/ España otra vez libre resucite, / no encontrará a su alcance otro desquite/ que ahogar odio en piedad, y muerte en vida.

*Artículo publicado en el número de julio/agosto, 2018, de El viejo topo

 

----------------------------
**En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil, Colette y Jean Claude Rabaté. Marcial Pons ediciones, Madrid, 2017.

***Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, Severiano Delgado Cruz.

**** Salamanca, 1936. Memorias del primer “ministro” de Asuntos Exteriores de Franco. Francisco Serrat Bonastre. Edición y Estudio de Ángel Viñas. Crítica. Ed. Planeta, noviembre, 2014.

*****Agonizar en Salamanca. Unamuno (julio- diciembre, 1936). Alianza editorial, 1986.