Cuando la Iglesia ofende Imprimir
Derechos y Libertades - Libertad de Expresión
Escrito por Ana I. Bernal-Triviño   
Jueves, 27 de Septiembre de 2018 05:05

Feministas, homosexuales y víctimas de abusos sexuales han escuchado auténticas barbaridades en nombre de Dios

En pleno siglo XIX, en democracia y en un Estado aconfesional, el juez ha procesado a Willy Toledo en su libertad de expresión al decir una frase tan popular como “Me cago en Dios” (nombrar a Dios en vano), y la imputación de un delito contra los sentimientos religiosos tras la denuncia de la Asociación de Abogados Cristianos.

Menos se habla del origen de todo, y es que Toledo respondió con esa expresión cuando conoció que se iniciaba el proceso contra tres mujeres que participaron en la procesión del “coño insumiso”, caso que se reabrió después de ser archivado, tras el recurso de la Asociación de Abogados Cristianos (sí, los mismos, otra vez). Sus fieles señalan a Toledo, pero han callado siempre cuando es la Iglesia la que ofende o daña. En la raíz de este caso, no podemos olvidar cómo la Iglesia ha mostrado no solo su machismo y misoginia en su política interna, sino en sus actos, discursos y sermones protagonizados por sus representantes masculinos.

Podríamos empezar por la persecución que durante años hizo la Iglesia católica a las mujeres que desafiaban su poder, condenándolas a la hoguera como “brujas”, o su complicidad con varias dictaduras; pero no hace falta irse muy atrás…

“Si una mujer aborta da a los varones la licencia absoluta de abusar de su cuerpo”, expresó en el 2011 el arzobispo de Granada, Javier Martínez. No es su única perla. Sobre el aborto manifestó que, al menos, “los crímenes nazis no eran tan repugnantes”, que lo que genera violencia de género es el aborto o el divorcio, o que tras la “ideología de género” hay una “patología”. También consta en su historial ser el primer obispo en España en sentarse en el banquillo de los acusados, aunque fue absuelto; y más tarde tuvo que declarar por el caso Romanones.

El obispo de Alcalá de Henares, Reig Pla, dijo que el derecho al aborto era “como los trenes de Auschwitz”, y que el Tren de la Libertad (del movimiento feminista) tenía que llamarse el “Tren de la muerte” por el “holocausto” más infame.

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, manifestó que “la mujer tiene una aportación específica, dar calor al hogar”, que “cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en casa”, dado que “aporta la cobertura, protección y seguridad”.

José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, escribió un libro de sexo donde indicaba que las hormonas provocan en las mujeres cambios de humor o que “les da por limpiar”. Antes del 8-M, el obispo nos explicó a las feministas que el feminismo radical tiene al “demonio en sus propias filas”. También añadió que “lo que más dignifica a la mujer es el don de la maternidad, la capacidad que tiene para ser custodia del don de la vida y transmisora de la esperanza en el futuro”.

Podemos sumar también cuando, en el 2014, un cura de Jaén dijo en misa que “a lo mejor un hombre se emborrachaba y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba como hoy”. O cuando, en el 2016, el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, vinculó los asesinatos machistas con la falta de “verdadero matrimonio” y la petición de divorcio. O cuando las madres afectadas por los bebés robados en la dictadura franquista escucharon en el 2012, en boca del cardenal arzobispo de Barcelona, Martínez Sistach, que aquello era una cosa puntual que tenía que juzgarse con “criterios de aquel tiempo”.

Hay cientos de personas a las que la Iglesia, con su poder real y en la sombra, desde hace siglos, sí que ofende profundamente sus sentimientos. Podemos sumar muchos más titulares donde homosexuales, transexuales o víctimas de abusos sexuales han escuchado auténticas barbaridades en nombre de la Iglesia. Aquí solo he reflejado estas pocas, centradas en la mujer, dado que el origen de aquel “Me cago en Dios” de Willy Toledo tenía raíz en el feminismo.

La Conferencia Episcopal podría haberse pronunciado y cuestionar, al menos, la demanda de la Asociación de Abogados Cristianos, dado que saben que estamos en un Estado aconfesional. Quizá, por ello, varias cabezas de la Iglesia católica se sienten con la impunidad no solo de ofender los sentimientos de las mujeres, sino de ofender su dignidad, capacidad de decisión y postergar su destino a sus mandatos. Vean cómo en Andorra, porque la Iglesia manda, las compañeras feministas pelean por el derecho al aborto estos días.

Con los casos de pederastia en la Iglesia, la Asociación de Abogados Cristianos no ha propuesto ni una demanda, a pesar de que más les vale limpiar en su propia casa. Porque el hecho de que curas abusaran de menores, manipulando el mensaje cristiano para hacerles creer que aquello era correcto, sí que es ofensivo, repugnante y usar el nombre de Dios en vano.

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Fuente: El Periódico