Locos por el turismo con el caos a las puertas Imprimir
Opinión / Actualidad - Ecología y Medio Ambiente
Escrito por Joan Buades   
Viernes, 11 de Agosto de 2017 04:43

Sinceramente, hay un no-tema colosal en un no-lugar crucial de la geopolítica mundial que hará palidecer la actual crisis de refugiados y las guerras periódicas al Levante. Corre prisa: apiñémonos. El turismo y el cambio climático van de la mano y cambiarán para siempre la geografía humana, política, económica de nuestro país y del Mediterráneo.

El Mediterráneo es una de las zonas cero del apocalipsis climático que se fragua durante el siglo XXI. Si no actuamos con sensatez, los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de la ONU prevén que a finales de siglo las temperaturas medias del planeta podrían incrementarse de 3,4 grados centígrados respecto a finales del siglo XX. En el Mediterráneo, el pico podría alcanzar los 5,4 grados. Esto significaría que el calentamiento de la cuenca sería superior al de los últimos 10.000 años. Las subidas no serán uniformes: en la segunda mitad de la centuria y en el Mediterráneo oriental, sufriremos más. Las lluvias disminuirán y se volverán más intensas y destructivas.

Lejos de todo catastrofismo tronado, sabemos que la sequía que comenzó en 1998 en el Levante y que aún dura es la peor sufrida en los pasados 900 años debido a la explosión de las emisiones de carbono durante la era industrial. El nivel del mar subirá bastante más que los 25 centímetros anunciados por el IPCC, quizás un metro, porque este olvida el impacto de la fundición del Ártico, así como la de la Antártida. El dato es interesante porque uno de cada tres habitantes de la cuenca vive en el litoral. Egipto, el estado más poblado del Mediterráneo, tiene ahora mismo un 40% de su gente vive junto al mar. A la vez, el desierto crecerá. De hecho, el Sahara tenderá a expandirse hacia las zonas medias y nórdicas de nuestro mar. La Mediterranía templada que hemos conocido está acabándose a un ritmo vertiginoso.

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El Mare Nostrum sigue siendo la gran piscina del mundo para un turismo que no cesa de crecer al margen de toda cordura ambiental. De hecho, sólo las guerras y el terrorismo ralentizan la apuesta ciega de todos los gobiernos ribereños por el turismo masivo. En 2015, 3 de cada 10 turistas internacionales, unos 350 millones, eligieron el Mediterráneo para hacer vacaciones. Según la Organización Mundial del Turismo, serán 500 millones en 2030, los cuales se alojarán, sobre todo, en los Países Catalanes, en Francia, en España, en Italia, en Croacia y en Grecia.

Esta historia de éxito, sin embargo, amenaza con colapsarse en las décadas siguientes por falta de atención a dos factores que se retroalimentan: la progresiva saharización de las principales zonas balnearias y la dilapidación del poco caudal de agua potable disponible por parte de la insostenible masa de turistas. Ya notamos como están desapareciendo las cuatro estaciones que hemos conocido en favor de un verano interminable y de un invierno suave y breve. El Banco Mundial da por hecho que Berlín o Londres tendrán un clima mediterráneo, mientras que Barcelona o Roma sufrirán el calor del Ouezzane y de la Nicosia de hoy.

El aumento del nivel del mar sumergirá una parte de las playas y obligará a desplazar bastante gente en ciudades como Beirut o Barcelona. Paralelamente, la demanda turística dispara el consumo de agua tanto para uso residencial como de servicios (desde campos de golf hasta marinas y parques acuáticos). Cada turista gasta al menos el doble de agua que un nativo en un contexto donde un tercio de la población de la cuenca (siempre en la orilla sur y del Levante) sufre estrés hídrico. Si el nivel de demanda de este bien común esencial ya es imposible de satisfacer en regiones ricas como Baleares o la costa sur de Turquía, qué futuro turístico pueden esperar estados como Chipre, Marruecos, Egipto o Túnez? El caos climático galopante y el colapso de las reservas de agua están poniendo calendario al final del turismo litoral en el Mediterráneo.

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Este desbarajuste ambiental inédito tiene un factor de riesgo acrecentado en sociedades con rápido crecimiento demográfico y con baja cohesión y bienestar comunitarios. Las crisis se soportan mucho peor en contextos de extrema precariedad. En el Mediterráneo vivían 250 millones de habitantes en 1950 y seremos 600 millones en 2025. Hay tres estados con una desigualdad social explosiva que tienen muchos números para vivir situaciones de violencia extrema cuando las condiciones de vida se vuelvan insoportables: Túnez, Turquía y Marruecos. Entre los tres reúnen cerca de una cuarta parte de la población de la cuenca. Si no aprendemos nada de lo que está pasando bajo la superficie de la "actualidad", el futuro de las tres sociedades puede reflejarse en la catástrofe siria. Ahora sabemos que la guerra tuvo mucho que ver con el desplazamiento de un millón de campesinos hacia las ciudades en condiciones infrahumanas debido a la terrible sequía que asola el país desde 1998, así como por la desafortunada insistencia del régimen de al Asad a apostar por la producción de un algodón que chupa las pocas reservas de agua disponibles.

Harald Welzer, quizás el psicólogo social más agudo de hoy día, nos recuerda que no son las condiciones objetivas de una situación las que deciden cómo nos comportamos, sino como nosotros las percibimos e interpretamos. El eclipse del "tema" cambio climático en los grandes medios y en la agenda de bastantes movimientos sociales, y la falta de un sujeto político autónomo del espacio "Mediterráneo" requieren, por ello, una revisión radical antes de que sea demasiado tarde y topemos, de lleno, con lo impensable

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Fuente: El Critic