Corresponsabilidad en la vida y la obra de Lilly Martin Spencer Imprimir
Mujer y Feminismo - Mujer y feminismo
Escrito por EstherTauroni Bernabeu /UCR   
Lunes, 04 de Marzo de 2019 00:00

Todavía en la sociedad actual no se comprende ni acepta que la corresponsabilidad es beneficiosa tanto para hombres como para mujeres, y es que el patriarcado se ha encargado de crear roles y estereotipos que perjudican a ambos sexos estigmatizando al hombre que se responsabiliza de las tareas de cuidado de afeminado o poco varonil. La corresponsabilidad se entiende como una oportunidad para el liderazgo femenino, para la incorporación de las mujeres al mundo laboral y se olvida que es una oportunidad para que los varones dejen de soportar en exclusiva la carga económica además de disfrutar de sí mismo y su familia.


Si desmontar este tipo de mentalidades hoy es difícil, 170 años atrás era una proeza y la artista Lilly Martin Spencer y su esposo lo hicieron tanto a nivel personal como creando ella obras que divulgaban un estilo de vida familiar nada convencional, pero que ella con su talento técnico e ironía tambaleó los cimientos de la sociedad americana desde sus exposiciones con cuadros que provocaban las risas de los espectadores, cuando era ella quien en realidad se mofaba de quienes los observaban. “Young Husband: First Marketing”, creado en 1854 y conservado hoy en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York, es buena ejemplo de ello.


Aunque los padres de la pintora eran franceses, ella nació en Inglaterra, en Exeter un 26 de noviembre de 1822. Su nombre originario fue Angelique Marie Martin y a la edad de 8 años, con su familia, emigró a Nueva York dónde vivieron durante 3 años hasta trasladarse a una granja en una pequeña ciudad de Ohio llamada Marietta. Desde bien pequeña fueron evidentes sus dotes artísticas y llamó la atención de artistas locales como Sala Bosworth y Charles Sullivan, quienes la apoyaron y asesoraron hasta conseguir que en 1841, a los 19 años organizará su propia exposición en una rectoría de la Iglesia del pueblo, que fue visitada por el crítico Nicholas Longworth quien quedó fascinado con su obra y su corta edad, recomendándole que fuera a estudiar a Cincinati.

 

La madre de Lilly, Angelique Perrine LePetit Martin, era una firme seguidora del utopista Charles Fourier, y esas ideas calaron profundamente en su personalidad convirtiéndose en una mujer inusualmente independiente en su época así como firmemente creyente en la igualdad entre los sexos y la oportunidad para las mujeres. Lilly se sentía artista y no pretendía serlo por presumir de habilidades, sino por ser su profesión. Así pues antes de cumplir los 20 años marchó a Cincinati dónde se formó con los retratistas James Beard y John Insco William a quienes asombraba el estilo peculiar de la pintora.

En 1844, tres años después de haberse instalado en ciudad Lilly se casó con Benjamin Spencer, y decidió mantener su apellido (ya sabemos que lo nomal es adoptar el del cónyuge en los países anglosajones). Benjamin, inglés, trabajaba en una sastrería pero una vez casados decidieron que él dejara su trabajo para apoyarla a ella en su carrera, dedicándose a atender las labores domésticas. De éste modo Lilly se convirtió en el sostén económico de su hogar. Familiares y amigos apostaban que ella, antes o después, abandonaría su carrera pero se equivocaron. Además tuvieron 13 hijos de los que solo 7 llegaron a la madurez.

En 1848, buscando un mayor público Lilly y Benjamin se trasladaron a vivir a Nueva York, dónde ya era conocida por las exposiciones que había realizado en la Academia Nacional de Diseño y en la American Art-Union. La población neoyorkina gustaba comprar cultura en la que se sintiesen representados y Lilly, que era especialista en retratos, encontró en esa brecha dónde triunfar con escenas domésticas a menudo inspirándose en escenas de su propia familia. Así pues, se convirtió en la pintora de género femenina más popular y reproducida de mediados del siglo XIX. Sus pinturas rebosaban optimismo, calidez y entusiasmo que transmitían felicidad y una forma de vida familiar sorprendente. También resultaba peculiar el nombre de sus obras a las que titulaba de forma cota, pegadiza y no descriptiva del contenido de la misma sino más bien como un reclamo artístico, “Una de las horas felices de la vida”, “Las des debemos desaparecer”, “Leyendo la leyenda” o “Bésame y tú besaras a las chicas” son algunos de los sugerentes títulos.

Lilly Martin también ilustró libros y revistas, realizó litografías e hizo retratos por encargo, entre otros el de la sufragista Elizabeth Cady Stanton, sin embargo había una gran disparidad entre su aparente popularidad y su éxito financiero. Realmente su vida fue una continua crisis económica repleta de facturas que se amontonaban a final de mes. Por ese motivo en 1858 ella y su familia se mudaron a vivir a una granja en New Jersey dónde la crianza de animales de corral y la plantación de verduras evitó que cayeran en la inanición que trajo la guerra. La familia se trasladó de nuevo, en el invierno de 1879, a las zonas rurales de Nueva York, y un año después, con tan solo 46 años falleció su esposo quedándose ella viuda y con un montón de niños por lo que tuvo que vender la granja y trasladarse a otra más modesta a unos 10 kilómetros de distancia, manteniendo un estudio allí.

Lilly siguió trabajando hasta su muerte, acaecida el 22 de mayo de 1902, pero su situación financiera siguió siendo insegura siempre. Lilly Martin perseveró a pesar de la crisis financiera y enfrentó desafíos que todos los artistas deben enfrentar, así como dificultades específicas para una mujer que trabajó en un mundo dominado por hombres.

La obra de Lilly Martin es tanto ideológica como utópica. Ideológica por fomentar a la clase media en ascenso en el mundo cultural; utópica, por resistirse a la dominación de la clase o del género. Sus obras. En su gran mayoría óleos sobre lienzo, fueron pintados con una paleta de colores brillantes y nítidos, refinados en su ejecución y terminados con suavidad. Son llamativas las cabezas que pinta, grandes y desproporcionadas de sus cuerpos, especialmente en el caso de las mujeres con una intención de empoderarlas y equilibrarlas en la igualdad. También es curioso el tratamiento que da a los varones como amorosos esposos e ineptos maridos ante la corresponsabilidad. Ejemplo de ello es “Young Husband”, cuyo modelo fue su esposo y a través de cuya obra pretendió un acercamiento cómico a las ansiedades sociales de su tiempo, y que era desmontar los roles de hombres y mujeres.

El protagonista del cuadro es Benjamin que, aturdido viene de hacer la compra de alimentos para su hogar pero de la canasta que porta ya han caído varias verduras que están esparcidas por el suelo, y un pollo que está cayendo. Sujetando el paraguas y la cesta al hombre parecen faltarle manos para llegar con la compra completa a su casa. Tras él, un caballero, observa sonriente al protagonista y al fondo una criada mira con desconcierto. Las costumbres de la familia de la artista provocaban la burla de la sociedad pero fue ella quien realmente se burló de la misma con esta obra que expuso en la primavera de 1854 en la Academia Nacional de Diseño de Nueva York. El marido de Lilly realizaba estupendamente las tareas de la casa, pero el público que vio la obra tras divertirse se sintió ofendido porque en el cuadro se ridiculizaba la gentileza e incompetencia del hombre.

Lilly Martin a mediados del siglo XIX trató sin pudor las relaciones hombre y mujer en una sociedad igualitaria y en una vida matrimonial con responsabilidades compartidas y lo hizo en términos humorísticos para provocar y sensibilizar a la sociedad del momento. Pintando escenas domésticas la artista visualizó a la mujer que reclamaba igualdad, espacio, ámbito y status profesional de modo que ambos sexos tuvieran las mismas oportunidades.

Resulta más que curioso que actualmente los hombres y las mujeres le dediquen prácticamente el mismo tiempo a las tareas domésticas cuando no tienen pareja (11 horas ellos y 13,5 ellas semanales), y que la cantidad de horas se duplique en el caso de ellas y se mantenga en la de ellos cuando conviven. Ello implica que ambos sexos están perfectamente cualificados para su realización pero la cultura patriarcal carga con esta labor a las mujeres por no estar remunerada económicamente.

Las tareas de la casa, en un estado de igualdad, han de contemplarse como una oportunidad para ambos sexos de compartir tiempo con la pareja, aumentar el bienestar personal y social, mejorar la complicidad con la persona elegida, disfrutar y conocer mejor a los y las hijas, aprender nuevas competencias y habilidades, dar independencia y autonomía, tener la satisfacción de ser paz de cuidar de sí misma/o y de la familia, ser responsable y coherente y convertirse en un buen ejemplo para la prole.
Ningún hombre puede hablar de libertad o de justicia sin poner en práctica los valores de la igualdad en el hogar. Pues de lo contrario se convierte en el inepto que retrató Lilly Martin.

 

EstherTauroni Bernabeu es Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.