El discurso del rey Imprimir
Monarquía - Felipe y Letizia
Escrito por Cayo Lara Moya   
Miércoles, 30 de Julio de 2014 00:00
"Solo los hombres libres
pueden negociar…”

Nelson Mandela

La película El discurso del rey cuenta la historia de Bertie, que se convirtió luego en el Rey George VI y gobernó el Reino Unido durante dieciséis años. La historia Trata de un mundo donde la diplomacia se ejerce a través de discursos, y el candidato a heredar el trono de su padre es... tartamudo.

Así las cosas, y dado que para realizar su tarea a George VI no le alcanza con el incondicional apoyo de su esposa, la futura Reina Elizabeth, su vida cambia cuando conoce a Lionel Logue, un fonoaudiólogo poco convencional que insiste en abordar el problema desde un punto de vista psicológico, y poco a poco logra que el reservado y obstinado Bertie se abra y gane la autoconfianza perdida desde pequeño.

Es evidente que no es disfluencia en el habla una característica que acompañe a “nuestro” Felipe VI, aunque dado que su primer discurso pronunciado como Rey fue muy plano y poco ambicioso, sí es posible que le pudiéramos calificar como un trastorno de la comunicación, o al menos como un trastorno de la comunicación positiva. Todo ello, además, agravado por el hecho de que perdiera la oportunidad de anunciar ante las Cortes su disposición a promover un referéndum que le permitiera desempeñar sus tareas como jefe del Estado legitimado por el voto de los ciudadanos en las urnas.
Ciertamente, no estuve presente en el hemiciclo durante la ceremonia de proclamación del nuevo monarca, pero sí escuché las palabras de Felipe por responsabilidad y me llamó mucho la atención, así lo resalté en aquel momento, sus similitudes con el que pronunció Juan Carlos al anunciar su abdicación. De hecho, en ambos casos el eje central fue la idea de "estabilidad", lo que se sitúa en la esfera de lo muy reprochable, pues España es un país democrático y hablar de estabilidad en función de la forma de Estado está fuera de tiempo y lugar.

Todos los pasos que se han dado desde que Juan Carlos anunció su “marcha” se han hecho con un claro desprecio al auténtico parlamentarismo democrático que los responsables políticos de esta concatenación de hechos dicen defender. Desde la Casa Real hasta el Gobierno del PP, con la colaboración necesaria de la cúpula dirigente del PSOE, han preferido condicionarlo todo a una supuesta estabilidad política e institucional que es sólo la suya, no la de la mayoría de la gente. Convirtieron a las Cortes Generales -el Congreso y el Senado- en un escenario de cartón piedra para evitar a toda costa que se trasladara el debate que está en la calle: la posibilidad de plantear lo que para nosotros, en Izquierda Unida, es la imprescindible convocatoria de un referéndum para que el pueblo decida entre Monarquía y República o, lo que es lo mismo, entre Monarquía y Democracia plena.

Nosotros seguimos con nuestra hoja de ruta, de la misma forma que ‘ellos’ siguen la suya: "Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos sentimos tan orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes", defendió el monarca en su alocución, sacando pecho del supuesto e infalible liderazgo ejercido por su padre y que hizo posible que “nuestra Nación” pudiera recuperar “su lugar en el mundo”.

Es decir, autocomplacencia y defensa del statu quo. Frente a ‘ellos’ y lo que representan, nuestra prioridad debe centrarse en aportar de forma constructiva, democrática y contundente propuestas para una auténtica salida social a una crisis devastadora y despiadada. Además, no vamos a olvidar seguir planteando todas las acciones necesarias, para acabar con la elección del jefe del Estado por derecho de sangre, por supuesto, pero también para sentar las bases en aras del necesario impulso y desarrollo de un proceso constituyente que reclamamos desde hace años, que no es nuevo para nosotros, y que creemos imprescindible para construir un nuevo proyecto de país.
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Fuente: Mundo Obrero