La vida por el arte de Manuel Arce Imprimir
Cultura - Libros / Literatura
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Miércoles, 16 de Febrero de 2011 05:33

Manuel Arce, Los papeles de una vida recobrada, prólogo de Germán Gullón, Santander, Valnera, 2010, 1.340 páginas, más 87 de fotografías, 50 euros.

   A los 81 años ha editado Manuel Arce el libro de su vida, que es también una historia de la vida cultural santanderina a lo largo de sesenta años, en los que ha sido, y sigue siendo, un referente imprescindible para cuanto se relaciona con las

 artes, extendido al resto de España y con irradiación en otros países. Las cartas de escritores y artistas incluidas en el libro demuestran que su nombre está presente en el devenir de la cultura europea en la segunda mitad del siglo xx.

 

   Es un hombre de acción, al que no asustan las dificultades, aunque ha tenido que enfrentarse a muchas, debido a las circunstancias políticas en las que se ha desarrollado la mitad de su vida. Nacido en 1928, bajo el poder de una dictadura militar que cerró las universidades y persiguió a los intelectuales, desde los nueve años padeció bajo la tiranía de otra más larga y sanguinaria, a la que tuvo que hacer frente para burlar sus leyes ilegales negadoras de la libertad.

   En 1948, recién estrenados los veinte años, quiso editar una revista de poesía. Constituía una aventura peligrosa por varios motivos: en primer lugar, porque carecía de medios de fortuna para correr con los gastos de impresión y distribución, sin contar el pago a los colaboradores por saber que los poetas están acostumbrados a no cobrar su trabajo, pero sobre todo por los problemas impuestos por la censura dictatorial. No le autorizaron editar una revista.

 

Una isla muy poblada

 

   Para burlar a la censura recurrió a la treta de imprimir unas hojas sueltas, unidas por un cordón, con lo cual no constituían una revista. Así, el objeto titulado La Isla de los Ratones tuvo como subtítulo Hojas de poesía, y no debía llevar número de orden ni fecha. De vez en cuando se atrevió a ignorar esa prohibición, y el resultado es que algunos ejemplares lucen un número, carente de precedente y continuador. La colección, de la que Visor hizo una edición facsímil en 2006, ofrece por eso un aspecto caótico, nunca imputable al editor, sino a la censura. Que lo tengan presente los historiadores de la cultura española, para que se conozca lo que significó la dictadura militar, ahora que se propone un revisionismo blando de sus horrores.

   El otro problema, el económico, lo resolvió primero gracias a la amistad de dos hermanos decididos a ser impresores, que le concedieron todas las facilidades de pago necesarias, y después porque empezó a ganar dinero con la venta de los ejemplares, algo insólito para una revista de poesía española, que ni siquiera era una revista. Apareció con intermitencias hasta 1955, con un número triple, 24-25-26.

   En sus páginas colaboraron los más destacados poetas españoles del momento, los del exilio, como Juan Ramón Jiménez; los del grupo del 27, como Vicente Aleixandre; los que se daban a conocer entonces, como Blas de Otero, e incluso los extranjeros, como Nicolás Guillén, por citar un solo nombre ilustre. El de Guillén se lo coló a la censura, porque un comunista que participó en la guerra con el bando republicano tenía prohibida cualquier referencia durante la dictadura. El editor se arriesgaba a sufrir las penas de multa y cárcel junto con el secuestro de la revista, mejor dicho, de las hojas de poesía, pero tuvo la suerte de encontrar distraídos a los censores oficiales de la dictadura, por regla general muy avizores y enrabietados.

 

Editorial no comercial, pero próspera

 

   Ya que la impresión de las hojas prosperaba, en 1949 se animó a publicar libros, con la misma marca, por lo que La Isla de los Ratones pasó a ser una editorial especializada en títulos de poca tirada, despreciados por las editoriales comerciales. No estaba prevista como un negocio, sino que el editor se conformaba con cubrir los gastos. Divulgó cuatro colecciones: Poetas de Hoy, con 73 volúmenes impresos; Narración y Ensayo, con 27; Bisonte, dedicada a las artes, con 12 libros, y Clásicos Inolvidables, con sólo dos obras. Batalló con la censura, hasta el extremo de llegar a hacer dos tiradas de los Tréboles de Jorge Guillén, una con el original completo y otra con el censurado. Cultura y dictadura son términos antitéticos.

   En su catálogo junto a los nombres de Miguel Ángel Asturias, Gerardo Diego y  Francisco Ynduráin, valgan de ejemplo ilustre, figuran otros entonces jóvenes, como Gabriel Celaya, Angelina Gatell y Julio Neira, así como traducciones de Saint-John Perse, Pavese, Quasimodo, y Rilke, entre otros. La editorial fue clausurada en 1986, creo que por cansancio del editor, que ya antes la había dejado en manos de su hija y su yerno, no por quiebra ni por falta de originales.

   Ya lanzado a la difusión cultural, y puesto que obtenía algún pequeño rédito, se animó a entregarse más decididamente, con la inauguración el 8 de julio de 1952, a sus 24 años, de la librería y galería de arte Sur, la primera sala de exposiciones comercial abierta en Santander.

   Fue una apuesta muy arriesgada, de la que trataron de disuadirle familiares y amigos, pero persistió en su empeño, y salió adelante, con tanta fortuna que la mantuvo abierta hasta 1994, año de su jubilación. Todos los pintores españoles con algún nombre reconocido colgaron en sus paredes, además de organizar exposiciones memorables de Picasso y Miró. Un resumen histórico permanece en los diez volúmenes antológicos editados en 1992 con el título común de 40 años de Galería Sur, Santander, 1952-1992, en los que se comprueba que están todos los que eran pintores en esos años, más otros desde las vanguardias históricas ya convertidas en clásicas, hasta las últimas experimentaciones con materiales no tradicionales.

   En la galería organizó actos culturales, alguno tan insólito como un recital de Blas de Otero, porque se negó a recitar sus versos, con el natural disgusto de los asistentes, que no comprendían el motivo de su mutismo, ni lo había, como no se tenga por tal la personalidad del poeta: un genio fuera de las normas.

 

La obra literaria propia

 

   Todas estas ocupaciones no le han impedido crear su propia obra literaria, iniciada en 1948 con unos Sonetos de vida y propia muerte, título al que solamente han seguido otros tres de poesía, porque Arce prefirió dedicarse a la novela. O no lo prefirió voluntariamente, sino que la prosa se impuso sobre el verso. A su primera novela, Testamento en la montaña, editada en 1956, se han unido seis más, en lucha con la censura. Una de ellas, Anzuelos para la lubina, fue impresa en Santander clandestinamente en 1962, con un pie de imprenta mexicano, al mismo tiempo  que los censores tachaban párrafos en el original de Oficio de muchachos. Esta novela también le proporcionó disgustos cuando se hizo su versión cinematográfica.

   Aquel año 1962 es importante en la historia de la cultura española, porque 102 intelectuales escribieron una carta al ministro de Información y Turismo, el fascistísimo Fraga Iribarne, denunciando las torturas a los presos en Asturias por declararse en huelga, palabra inexistente en el argot dictatorial. La mayor parte de los firmantes residía en Madrid, y otros muchos en Barcelona, mientras que de Santander figuraba un único nombre, el de Manuel Arce.

   Los dos diarios locales reproducían obligadamente los comentarios editoriales remitidos desde el Ministerio fragoso, con insultos contra los que denominaban "los llamados intelectuales", una nómina en la que estaban los nombres más ilustres del pensamiento libre español, y por su parte añadían comentarios soeces contra el santanderino rebelde a la paz de las cárceles dictatoriales. La librería aparecía diariamente empapelada con pasquines amenazantes, y personas que nunca habían comprado un libro entraban en Sur, pero no para adquirir uno, sino para insultar al propietario. El pintor que estaba exponiendo en esos momentos se eclipsó discretamente, y obró con prudencia, porque no se sabía lo que podía suceder. Hubo incluso un intento de secuestro de la hija de Arce, en el colegio donde estudiaba.

   Podríamos repetir el título de una película famosa, y decir que Arce resistió solo ante el peligro, hasta que los medios de comunicación encontraron otro tema para sus editoriales, y los santanderinos para sus conversaciones. He aquí un dato para la memoria histórica que conviene tener en cuenta, y comunicárselo a quienes afirman que no hubo una dictadura en España, sino un régimen autoritario. Y tanto. Díganlo los torturados, porque a los fusilados no se les puede consultar su opinión.

 El arte de la política

    La ideología política de Arce se encauza por un izquierdismo moderado, aunque resulta extremista en una ciudad tan conservadora como Santander. Los escritores cántabros figuran en la derecha más ultraconservadora, como demuestran los nombres de Menéndez Pelayo, Amós de Escalante, José María de Pereda, Gerardo Diego y Concha Espina en alguna de sus etapas, porque pasó de ser más republicana que nadie durante la República a convertirse en fascista de toda la vida con la dictadura. Así que la escritura de Arce produce hormigueo desasosegante en algunos sectores. Lo comprobé durante mis años de crítico literario en el diario local Alerta.

   Por ese motivo se recibió con discrepancias su nombramiento como presidente del Consejo Social de la Universidad de Cantabria en diciembre de 1985. Ese cargo le permitió crear unos premios para promocionar la escritura de los jóvenes, y realizar otras labores de agitación cultural, hasta entonces inexistentes en la provincia.

   Fracasó su candidatura a la Alcaldía de Santander en 1987, presentado como independiente por el Partido Socialista de Cantabria. Es lógico. En una ciudad mayoritariamente conservadora no podía esperarse otra cosa. A poca gente le importa que Arce haya sido durante sesenta años el animador cultural de la ciudad, como escritor, editor, librero y galerista. Tanto La Isla de los Ratones como Sur han sido conocidas internacionalmente, y con ellas se ha tenido memoria de Santander. Pero firmó aquella carta contra la tortura oficial durante la dictadura, y eso no lo olvidan nunca algunas mentes adoctrinadas.

 

El negocio editorial en España

 

   No es un mal exclusivo de Santander. La vida cultural española está anémica, por no decir podrida. Las memorias terminan con la narración ejemplar de cómo funciona el negocio editorial en el reino. Merece la pena tenerla en consideración.

   En 2002 escribió Arce una novela de tema histórico, ambientada en el Santander republicano, titulada El latido de la memoria. Envió originales a editores amigos, que habían publicado sus novelas anteriores, y recibió unas amables respuestas de rechazo. La opinión de los asesores decía que se trataba de una narración más sobre la guerra, que no aportaba nada nuevo a la larga serie de títulos sobre el tema, por lo que no se consideraba comercial su publicación.

   Ante esos criterios tan negativos, se impuso una revisión general del texto, para hacerlo más comercial, en el criterio requerido por los editores, y de nuevo intentó encontrar uno que lo aceptase. Buscó la recomendación de escritores amigos, para que intercedieran ante los editores con sus críticas favorables, pero fue inútil. Los asesores coincidían en asegurar que el argumento no encajaba en la línea editorial respectiva, a pesar de su calidad estilística, etc.

   El 27 de enero de 2006 El latido de la memoria obtuvo el premio internacional de novela Emilio Alarcos Llorach, convocado por el Centro Asturiano de Oviedo, y consistente en una sustanciosa cantidad de euros y la publicación del libro por Algaida Ediciones, del Grupo Anaya. El autor hace estos comentarios:

 

   Siempre resulta interesante y enriquecedor adentrarse en ese mundo de los innumerables asesores literarios que jerarquizan, supuestamente con rigor, el valor literario y creador de cuantas obras llegan a los despachos de los grupos editoriales.

   Cuatro meses atrás, Alianza Editorial, del Grupo Anaya, había rechazado mi novela El latido de la memoria. No encajaba. [...]

   A mi buen amigo, el eterno insaciable Germán Sánchez Ruipérez, me hubiera gustado preguntarle ¿quién le garantizaba la categoría intelectual de los directores de sus numerosas marcas editoriales? (Página 1.321.)

    Otras reflexiones acerca del oficio de escribir, en relación con esta novela, merecen ser tenidas en cuenta, porque abordan la cuestión de la responsabilidad del escritor ante sus lectores, pero también ante sus personajes: 

   Porque el novelista, en razón de lo que esencialmente pretende –que es crear una obra literaria— tiene su destino de narrador vinculado a la historia común que quiere contar. Ahora bien, por el hecho de que el novelista sea una especie de testigo --de defensa o de cargo del mundo que le rodea— siempre estará obligado a trascender la realidad de aquello que sólo es circunstancia histórica. Una historia común le puede servir al novelista de motivación argumental, pero la consecuencia literaria, la obra de arte recién creada, ya es en sí misma una realidad. Un hecho nuevo que actuará desde el valor estético de su propia condición de obra.

   A mi juicio, el novelista, aunque se apoye en acontecimientos reales, deberá crear "aquella" realidad vital que intelectualmente supere la comparación con cualquier realidad exterior. Incluso la realidad histórica que nos haya servido de acontecimiento novelable. Decir que un novelista se inspira en la vida que le rodea es simplemente una determinada manera de hablar y de entendernos, pero queda muy lejos de reflejar lo que ciertamente ese novelista hace con la vida que toma como materia novelable. (Página 1.289.)

    Por eso vida y arte se han complementado en Manuel Arce, hasta el punto de que sus memorias constituyen un capítulo sobresaliente en la historia de la cultura española desde 1948. Las cartas de sus amigos reproducidas en el volumen son el testimonio de una época terrible, pero a pesar de ello, o quizá por ello, que mereció la pena vivir, para superarla. Es el motivo de que haya querido recobrarla al recordarla con este memorial.

Arturo del Villar

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Manuel Arce, Los papeles de una vida recobrada, prólogo de Germán Gullón, Santander, Valnera, 2010, 1.340 páginas, más 87 de fotografías, 50 euros