Necesidad de educación para la democracia en nuestra escuela Imprimir
Servicios Públicos - Enseñanza Pública
Escrito por Cándido Marquesán Millán   
Sábado, 21 de Diciembre de 2019 06:48

Aristóteles nos decía en la Política: para asegurar la permanencia de los regímenes políticos es muy importante la educación de acuerdo con el régimen. Porque de nada sirven las leyes más útiles, si los ciudadanos no son educados en el régimen, democráticamente si la legislación es democrática, y oligárquicamente, si es oligárquica…».

Ese entrenamiento y educación para la democracia debe producirse en la familia, los medios de comunicación, los partidos y, por supuesto, en la escuela. Si está pasando por una profunda crisis nuestra democracia todos somos responsables. Yo como docente asumo mi responsabilidad. ¿En nuestra escuela se educa democráticamente? Trataré de responder a esta pregunta, aunque soy consciente de que a muchos de mis compañeros docentes, las repuestas puedan molestarles. Pero, asumo el riesgo.

La educación es fundamental a la hora de adoctrinar para imponer unos valores, una forma de pensar y de actuar a la ciudadanía. Hoy en una democracia se ha impuesto una educación impregnada de los valores del neoliberalismo, para el que la democracia es superflua, y en todo caso, subordinada al mercado. La libertad de mercado es una necesidad, dijo Hayek; la democracia, una conveniencia. La primera imprescindible, la segunda aceptable en tanto no perjudique a la primera.

Jaume Carbonell en La educación es política explica el adoctrinamiento neoliberal en nuestra escuela. Mientras que el del franquismo era trasparente, claro, sin tapujos, caía como una tempestad; el del neoliberalismo, como una lluvia fina. Se presenta edulcorado, con eufemismos, bellas palabras. El del franquismo provenía directamente del Estado, el del neoliberalismo es más diversificado a través de think thanks, medios, empresas, familia, y, sobre todo, a través de la escuela. ¿Cómo se forja la subjetividad neoliberal en la escuela? Jurjo Torrés en Políticas educativas y construcción de personalidades neoliberales y neocoloniales incluye cuatro dimensiones de este individuo neoliberal, que se manifiestan en el currículo explícito y en el oculto.

El Homo economicus, que considera el dinero como móvil fundamental de su comportamiento vital. El Homo consumens, obsesionado por el afán consumista, para satisfacer necesidades artificiales y muchas prescindibles. El Homo debitor, que se ve precipitado en la necesidad de la deuda. La importancia de la deuda en el neoliberalismo, la explica Maurizio Lazzarato en La fábrica del hombre endeudado. Estar en deuda es la condición general para la vida social. Sobrevivimos endeudándonos y vivimos bajo el peso de pagar nuestras deudas. La deuda nos controla, disciplina nuestro consumo, nos impone la austeridad y dicta nuestros ritmos de trabajo y nuestras elecciones. La deuda nos hace responsables y culpables por haberla contraído. Y además hay una sorprendente paradoja, aunque estemos endeudados, el capitalismo nos anima a consumir sin parar, por ello nuevos préstamos, y así cada vez más encadenados a la deuda. En definitiva, la deuda es una fuente de sumisión para una gran mayoría de la población. Y para los Estados.

Y por último, el Homo numericus, dimensión en que todo se cuantifica, para prever comportamientos, para emitir diagnósticos y, sobre todo, para hacer evaluaciones. Las notas son lo importante para competir con el alumno de enfrente, que es ya un enemigo. La educación como inversión financiera se antepone al derecho de la educación; la escuela, el instituto, la universidad como empresa sustituye a la comunidad democrática y solidaria, y el profesario –nuevo término que fusiona los roles de docente y empresarial– sustituye al maestro. Término ya en desuso.

La obsesión enfermiza por la evaluación, uno de los paradigmas más emblemáticos del neoliberalismo, se ha impuesto en las pruebas nacionales e internacionales, como el Informe PISA. Lo importante son los resultados, los ránkings para competir y clasificar, que presionan a los centros educativos, y estos se someten, seleccionando a los mejores y expulsando a los peores. El mercado ha entrado sin concesiones en la escuela, por lo cual esta funciona como un supermercado en el que eligen las mejores ofertas. Esto es una catástrofe para una educación democrática, como señala Emilio Lledó: «La escuela debe crear seres humanos y no ansiosos por competir, por ganarse la vida, que es la forma más fácil de perderla». En esta educación valores democráticos como la solidaridad, la empatía, el reconocimiento del otro, la inclusión estorban, de lo que se trata es destacar sobre los demás, sin reparar en los medios. Lo importante es el individualismo, el egoísmo, la insolidaridad. Y estos son los valores predominantes y casi exclusivos en nuestra sociedad.

En el Congreso de los Diputados y en la Comisión de Educación y Deporte, el 27 de junio de 2017, Jordi Feu Gelis, profesor de Pedagogía de la Universidad de Girona, experto en Democracia y Participación en la Escuela y Director del Proyecto de Investigación DemosKole, participó en la elaboración de un gran Pacto de Estado Social y Político por la Educación. Señaló que en nuestras escuelas e institutos la práctica democrática es muy baja, lo que significa que los alumnos acceden a la vida adulta con un déficit democrático. Señala siete causas de este déficit, para el cual presenta medidas correctoras.

Una cultura democrática de baja intensidad entre los docentes. Hay excepciones. Sin una cultura democrática y política firme por parte de los docentes, difícilmente podremos avanzar. Ha observado que los conocimientos sobre historia, sobre instituciones políticas europeas, nacionales y autonómicas, sobre sistemas políticos, sobre cultura política en general, son muy bajos. Muchos docentes asocian estos temas a la política, la cual les genera una cierta inquietud. Habría que implantarla en la formación inicial y permanente del profesorado sin complejos. Otra cosa diferente es que politicen a los alumnos, esto es distinto

La segunda que limita una democracia plena está asociada a dos temas. El primero está relacionado con una representación estamental de alumnos, docentes y familias en los órganos institucionales previstos por la ley, y el segundo, es que identifican democracia casi exclusivamente con el voto, lo que es una reproducción empobrecida de la democracia representativa. Empobrecida porque la vía de acceso a los órganos de representación es en muchos casos dudosa, ya que se neutralizan voces disidentes y el voto contrario a la posición oficial es mal visto. Por ello, los centros deberían ser espacios de democracia directa y toma de decisiones a través de procesos deliberativos.

La tercera es el estilo directivo impuesto, que favorece en general una democracia de baja intensidad. Al ser el director como un gerente con capacidad de tomar decisiones a espaldas de la comunidad educativa, esto impide construir proyectos educativos pedagógicos, ambiciosos y con calidad educativa. Habría que promocionar liderazgos colaborativos y horizontales.

La cuarta es asociar la participación de los alumnos a la elección de los delegados hecha de una manera precipitada, al inicio de curso sin conocerse el grupo y sin que los candidatos sepan sus funciones. Es un trámite que el tutor debe cumplir. Este es el punto único de la participación democrática, sobre todo pensando en los alumnos. Que los delegados participen activamente en las reuniones, parece que ya es suficiente. Habría que redimensionar a la baja las funciones de los delegados y algunas asumirlas el grupo de clase. Se debería destacar el proceso de elección y las funciones de los delegados.

La quinta es la banalización de las asambleas de clase, al ser concebidas para transmitir información inocua en general. Cuando se discuten aspectos relacionados con la clase, el curso o el centro se evitan temas polémicos, porque se piensa que el conflicto no tiene que entrar en la asamblea. No se puede hablar mal de un docente, del grupo clase o del centro, etcétera. Se podrían convertir estas asambleas como espacios reales y efectivos de participación y discusión, de vital importancia para el grupo, clase y centro.

La sexta se refiere a la participación de las familias. Si bien existe una retórica sobre la importancia de la implicación de las familias en los centros, en la mayoría de los casos la escuela condiciona su participación pidiéndoles ayuda puntual en cuestiones poco trascendentales. Las familias podrían intervenir en aspectos relacionados con la dirección, de mantenimiento, remodelación y mejora del centro. Esto permitiría construir comunidad, sentido de equipo, de responsabilidad, etc.

La democracia es un ideal, un proyecto colectivo permanente. Reducir la democracia a unas elecciones es una visión muy estrecha y tramposa

Los consejos escolares (CE) como órgano de participación, supremo, para democratizar los centros hoy no sirven, o no mucho. Por ser un órgano de representación estamental en el que, al menos en Primaria, los alumnos están excluidos; donde lo que se va a votar está decidido de antemano y con una presión indirecta por la dirección; es poco ágil y menos resolutivo, y al que se le han quitado competencias. Los CE están muy alejados de las formas de participación de los jóvenes de hoy, que participan, con estructuras ágiles, más efectivas y más resolutivas y acordes con un radicalismo democrático. Se pueden mejorar con más funciones, más transparencia informativa, con la incorporación de aspectos del interés de familias y alumnos.

Por lo expuesto nuestros alumnos cuando acceden a la edad adulta, como acabamos de ver, llevan un déficit democrático. Bien por la educación neoliberal, o porque en nuestras escuelas e institutos la práctica democrática es muy baja. La democracia es un ideal, un proyecto colectivo permanente. Reducir la democracia a unas elecciones es una visión muy estrecha y tramposa. Básicamente, si un país organiza elecciones más o menos libres, se dice que es democrático. No es suficiente. Lo que no significa que el ir a votar no sea importante. Una democracia auténtica es mucho más. La democracia significa todo un conjunto de valores, que el catedrático de la Universidad de Zaragoza, Manuel Ramírez, los ha expuesto: la verdad política absoluta no existe, fomento de la capacidad crítica de los ciudadanos, valoración de la existencia de una sociedad pluralista, comprensión de la democracia como valor e incluso como utopía, personalidad democrática caracterizada por la comprensión y el diálogo, fomento de las virtudes públicas en detrimento de las privadas, asimilación del valor positivo del conflicto, estimulación de la participación y de su utilidad y conciencia de la responsabilidad y ejercicio del control. Todos ellos son contrarios a los que nos inculcaron en tiempos de la dictadura de Franco. Pero estos valores hay que sembrarlos, enseñarlos y cultivarlos día a día. Todavía más en países, como el nuestro, que no estamos acostumbrados a ellos. Insisto, hay que socializarlos, en la familia, en las instituciones de la sociedad civil, en los medios de comunicación, y, sobre todo, en la escuela, donde al niño no se le deben imponer ideas y mucho menos dogmas, sino que se le debe estimular su capacidad de raciocinio.

Termino con una referencia al británico Bertrand Russell que no sólo fue un brillante matemático, también fue un filósofo quien por sus escritos, ganó el Premio Nobel de Literatura. En pleno siglo XX, Russell defendió los derechos de las mujeres, rechazó la guerra (lo cual lo llevó a la cárcel) y fue un firme opositor de la segregación racial. Aunque su principal interés fue la matemática, éstas y muchas otras acciones convirtieron al filósofo en uno de los más importantes del siglo XX.  Tiene un ensayo precioso en Ensayos impopulares. Las funciones del maestro, que reproduzco a continuación, son  ocho. A todo docente le deberían servir de reflexión permanente.  Me extenderé en la quinta, donde desarrolla la importancia del maestro para salvaguardar la democracia e inculcarla en sus alumnos.

1. “Un sentimiento de independencia intelectual es esencial para el adecuado cumplimiento de las funciones del maestro, puesto que su tarea es inculcar todo lo que pueda de conocimiento y razonabilidad”.

2. “Los maestros, más que ninguna otra clase, son los guardianes de la civilización”.

3. “Ningún hombre puede ser un buen maestro a menos que tenga sentimientos de cálido afecto hacia sus alumnos y un legítimo deseo de inculcarles lo que cree de valor”.

4. “Una de las funciones del maestro tendría que ser la de abrir ante sus alumnos paisajes que les demostraran la posibilidad de actividades que fuesen tan deliciosas como útiles”.

5. “Por encima de todo, lo que un maestro debe tratar de producir en sus discípulos, si se quiere que sobreviva la democracia, es la clase de tolerancia que surge de un intento de comprender a los que son distintos de nosotros”. Es quizás un impulso humano natural el mirar con disgusto y horror todos los modales y costumbres diferentes de aquellos a los que estamos acostumbrados. Las hormigas y los salvajes matan a los desconocidos. Y los que nunca han viajado, ni física ni mentalmente, encuentran difícil tolerar los modales extraños y las creencias extranjeras de otras naciones y otras épocas, otras sectas y otros partidos políticos. Esta clase de intolerancia ignorante es la antítesis de un modo de ver civilizado, y es uno de los más graves peligros a que está expuesto nuestro excesivamente poblado mundo. El sistema educacional tendría que estar destinado a evitarlo, pero en la actualidad se hace muy poco en ese sentido. En todos los países se alienta el sentimiento nacionalista, y a los escolares se les enseña lo que están demasiado dispuestos a creer: que los habitantes de otros países son moral e intelectualmente inferiores a los del país en que los escolares residen

6. “Son ellos quienes conocen más íntimamente las necesidades de los jóvenes. Son ellos quienes, a través del diario contacto, han llegado a quererles”.

7. “El maestro, como el artista, el filósofo y el hombre de letras, sólo puede ejecutar adecuadamente su trabajo cuando se siente un individuo dirigido por un impulso creador interno, no dominado y aherrojado por la autoridad exterior”.

8. “Yo no considero que un hombre pueda ser un buen maestro a menos que haya tomado la firme resolución de no ocultar jamás, en el curso de toda su vida de enseñanza, la verdad”.

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Fuente: Nueva Tribuna