La vida en la ciénaga PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Antonio Alvarez-Solís/ Gara   

JM Aznar & F GonzálezAl hilo de la contratación por Gas Natural y Endesa de los ex presidentes González y Aznar, el autor aborda la cuestión de la posible «inmoralidad o escándalo ético». Tras definir la moral como una fina sustancia que limpia el aire colectivo y la inmoralidad como el gas mefítico que despide el fangal, dibuja una «cenagosa situación», y analiza la historia de la España actual, que considera «un charco de arenas movedizas y putrefactas donde todo se confunde». Concluye reclamando la calle como ámbito de combate por la ética transgredida.

 

Pero, ¿quiénes tienen razón? ¿Los que defienden que no hay escándalo alguno en que don Felipe González y don José María Aznar hayan sido contratados por Gas Natural y Endesa, respectivamente, o quienes critican con acidez esta nueva escalada económica de ambos ex presidentes del Gobierno español? ¿Hay que decantarse por quienes argumentan la inmoralidad flagrante de los dos nombramientos o debemos aceptar que cada cual es libre de situarse como desee o tenga ocasión en el mercado una vez liberado del cargo público, sobre todo tan relevante?.

La discusión resulta obligatoria si queremos aclarar qué comportamientos son morales y qué decisiones entrañan un escandaloso quebramiento de la ética. Prescindamos incluso y de inicio de los rotundos sueldos asignados a ambos ya que se trata de la moral posible, que es lo que importa. Se trata, insistamos, de algo más profundo que la asignación dineraria; de algo más significativo socialmente hablando. Se trata de la posible inmoralidad o escándalo ético. Conviene, pues, concretar en torno a ambas situaciones, sobre todo en tiempo de tribulación.

L a moral es una fina sustancia que limpia el aire colectivo y la inmoralidad es el gas mefítico que despide el fangal ¿Ante qué clase de emisión nos encontramos al hablar de ambos nombramientos de consejero, que los personajes afines a las mencionadas personalidades definen como una simple colaboración externa y «puntual» con las empresas citadas, que quieren aprovechar los «profundos conocimientos» de ambos prohombres en materia eléctrica o de los países que al parecer conocen sólidamente dado el cargo que ostentaron?

Cenagosa situación. Las teorías sobre moral o ética son numerosas y, muchas de ellas, endemoniadamente sutiles. Sin embargo algo dice al ciudadano del común que la moral expresa un pálpito de limpieza y desprendimiento, de frontera entre la función pública que supone la política y el mundo donde los intereses privados conllevan siempre una sospecha de colusión con el poder. Si fuéramos platónicos -¿y por qué no serlo, filosóficamente hablando?- diríamos que en el último y enigmático fondo del alma hay una especie de molde que configura lo bueno y honrado y lo constituye en medida categórica de todas las acciones o posturas.

La diferente consideración de lo bueno y de lo perverso en las diferentes culturas concluye casi universalmente en una estrecha confluencia acerca de lo aceptable y de lo inaceptable. Es cierto que el paso de los siglos ha cambiado la expresión material y epidérmica de esta aceptabilidad y de esta inaceptabilidad, pero la emoción de lo correcto y de lo incorrecto permanece casi inalterable en la conciencia y en la consideración sociales. Al fondo de la caverna platónica algo regurgita aceptación o desprecio respecto a los comportamientos humanos que tienen que ver sobre todo con el poder. El poder sigue siendo sacramental para el ciudadano. Al poder se le exige limpieza, claridad y desprendida utilización del mismo por la persona que lo protagoniza o que ha quedado marcada por su ejercicio.

El gobernante, a juicio de la calle, ha de ser el espejo de esa categórica consideración kantiana acerca de lo honesto o de lo deshonesto. Otra vez Platón. O Cristo. O Marx. A juicio de la calle lo político debe conllevar un desprendimiento respecto al poder. Poder político. O financiero. O pontifical. O del hombre de armas. Creemos que ante la equivocación caben reflexiones variadas, pero no ante la colusión. O el engaño. O la desaprensión. O la concupiscencia. O la venalidad. O la impudicia o la obscenidad. Para todas estas expresiones que entrañan la negación de la ética la historia del pensamiento aceptado por el pueblo, al menos en su intimidad, suele reservar una condena radical, incluso en épocas de confusión moral como es la presente. Una época que ha querido teñir de color indefinido, merced a filosofías ligeras y desafiantes, lo que ha de ser tenido por triunfo legítimo y lo que realmente debe calificarse como simple y radical abyección moral.

La historia de la España actual -y con ello no descargo de horror a épocas pasadas- está plagada de corrupción. Constituye un charco de arenas movedizas y putrefactas donde todo se confunde según el viento gire y azote las pretensiones e hinche los intereses. Cuando se dice que los Sres. González y Aznar sólo intervendrán en operaciones «puntuales» de ambas empresas eléctricas se dice bien, se habla con rigor. Desgraciadamente. Porque tras esta afirmación, que parece corresponderse con un saber antiguo y profundo de la materia tratada --- que me permito negar desde mi vieja experiencia informativa- se oculta el dispositivo de intereses e influencias que ambos caballeros aprestaron durante el cargo que el pueblo les otorgó no para hacer negocios privados sino para conducir limpiamente el carro público. Un socialista como el Sr. González hizo en Latinoamérica un nido con todos los contactos sostenidos allí y que ahora no valdrá para servir justamente a los ciudadanos en materia de tarifas eléctricas, por ejemplo, sino para incrementar la fuerza de Gas Natural en tierras en que España ha desarrollado un nuevo colonialismo.

El Sr. González abrió su paraguas político sobre altísimos niveles estatales ¿O es que decir esto implica alguna suerte de novedad? Ahora toca que su acción financiera cabrillee en la corte de Rabat ¿Acaso su oscura elección en Suresnes suponía tan rutilante futuro?

¿Y qué decir del Sr. Aznar, aún descontando la herencia de vínculos poderosos que le dejó su abuelo, el irisado y multivalente don Manuel Aznar, escritor magnífico y pensador de finas contabilidades? La derecha pura y dura, es decir autocrática y excluyente, siempre ha brincado sobre la frontera que separa lo público de lo privado implicando ambas cosas en el conocido salto entre Pinto y Valdemoro. Lo del Sr. Aznar pertenece a la esencia misma de la aventura ultraconservadora, que pilota un mundo en que los ciudadanos han sido hechos no con la misma arcilla divina sino con tierras de muy diversa composición. Nacieron amos y han logrado que un mundo fatigado y simplón les mire como depositarios de las tablas de la ley, aunque en el trasfondo insobornable de su reflexión silenciosa sospeche que la ética no anida en ese campo de Agramante. La derecha actual, culmen del fascismo encaretado de democracia, ha superado el posible trauma producido por la inmoralidad de gran parte de sus comportamientos mediante el recurso a su creencia en una propiedad única, formada por lo público y por lo privado, que al parecer les pertenece justamente.

Y qué hacer frente a todo esto? Evidentemente no queda más que la calle como ámbito de combate por la ética trasgredida. En este sentido giran las guerras que se sostienen en diversas partes del mundo y sobre las que el Poder ha puesto el sello de terrorismo. La ética y la moral funcionan en estros casos como al agua que se despeña espumosa hacia el molino trasformador del grano. Túnez, por ejemplo, ha hecho girar la piedra con sangre popular, aunque los tiburones heridos tornen al bocado. La batalla por la moralidad es larga siempre y está preñada de violencia, pero ¿acaso cabe pedir al torrente liberador la placidez del agua domeñada? La democracia de las palabras sería el camino ideal si se respetasen, mas la experiencia secular demuestra que las palabras solamente son atendidas cuando la fuerza material implicada en lo popular puede mover la rueda del molino. De no ser así aceptemos los versos: «Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos/ Que Dios protege a los malos/ cuando son más que los buenos». Paciencia y barajar, hermano.