La alarma tranquilizadora. PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Rafael Torres / OTER Press   
Miércoles, 15 de Diciembre de 2010 19:26

Estado de alarma. Todo sea por la tranquilidad bovinaEmparentada con la tensa calma y con la cuadratura del círculo, llega la alarma tranquilizadora. Y llega, ¿dónde si no?, a España, donde la clase política rivaliza consigo misma y con la ciudadanía en despropósitos. Hoy, como se sabe, el gobierno va a solicitar autorización al Congreso para extender el Estado de Alarma ¡hasta el 15 de enero!, argumentando que es para tranquilizar a la gente.

Si uno no fuera español y no estuviera acostumbrado al absurdo como norma política y de convivencia, se preguntaría cómo demonios puede tranquilizar una alarma, pero como uno es español, no se lo pregunta y celebra, si las Cortes dan el oportuno cuartelillo, la tranquilidad tan grande que vamos a tener viviendo alarmados.

Al gobierno le pasa, en realidad, como a las personas, que aplazan todo lo que pueden, y lo que no pueden, la visita al dentista: sin resolver el problema de los controladores, pretende conjurar el albur de un nuevo sabotaje del transporte aéreo en Navidad manteniéndoles sometidos a la férula militar, en la convicción de que lo primero que harían si se les desmilitarizara sería volver a ponerse malitos todos a la vez. El infausto Ronald Reagan, según parece, resolvió un problema similar despidiendo a 11.000 controladores y contratando a otros 11.000, pero los nuestros tienen el poder que tienen porque son los que son y no hay más. Así las cosas, el gobierno, más contento con su alarma que un chico con Gormiti nuevo, decide extenderla para tranquilidad de todos, particularmente de él mismo. Porque, en puridad, ¿no hemos vivido los españoles los últimos cuatrocientos o quinientos años en estado de alarma permanente? Pues ya está.

El hecho de que lo verdaderamente alarmante sea regresar al Ejército a los predios civiles que no debieron transitar nunca, no parece, sin embargo, alarmar a casi nadie. Todo sea por la tranquilidad bovina y, en la onda de la cabaña lanar, por el silencio de los corderos