En ocasiones veo fascismo Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por E.J. Rodríguez / Jot Down   
Jueves, 23 de Febrero de 2012 06:26

Sentada frente al IES Luis Vives de ValenciaCuando ocurren cosas como las que acabamos de ver en Valencia siempre resulta difícil mantener una postura serena y ecuánime. Uno quisiera permanecer siempre frío y analítico ante este tipo de situaciones, pero cuesta bastante trabajo no sentirse ofendido al contemplar la imagen de un antidisturbios empujando salvajemente a dos chicas adolescentes contra un coche o de otro antidisturbios abofeteando a un chaval que estaba en la acera con las manos en los bolsillos, sin que medie provocación alguna, y literalmente volándole las gafas de un sopapo. Por citar un par de truculentos ejemplos.

 

 

 Estos y otros sucesos resultan de por sí suficientes como para cuestionarse los criterios de decisión de quienes dan órdenes a la policía, los criterios de actuación de esa mismo policía o incluso los criterios de selección y preparación de los miembros del cuerpo. Naturalmente, siempre habrá quien recuerde ejemplos de lo contrario, de la profesionalidad y abnegación de las fuerzas del orden en la historia reciente de España. Algo que no niega nadie, creo yo. Pero algo que tampoco justifica el que pasemos por alto los que empiezan a ser más que demasiado frecuentes desmanes de ciertos servidores públicos.

Uno se pregunta cuál es el problema y por qué se necesita una violenta actuación de los antidisturbios para desalojar a unos pocos cientos de alumnos del instituto Luis Vives, que estaban cortando el tráfico de una calle en protesta por los recortes presupuestarios que está sufriendo su centro educativo. Recortes que, entre otras muchas cosas, han supuesto la falta de calefacción. Para quienes no conozcan Valencia —la ciudad donde nació y creció quien les escribe— el IES Luis Vives es cualquier cosa menos una conflictiva escuela marginal de la periferia. Está situado en pleno centro de la ciudad, a menos de 200 metros del Ayuntamiento y justo enfrente de la "Estación del Norte", principal terminal ferroviario. El instituto será lo primero que muchos lectores que lleguen a Valencia en tren verán nada más salir de la estación y pisar la calle, pues está justo enfrente de la entrada principal. Tiene un alumnado tranquilo y es tradicionalmente un instituto de ambiente bastante reposado, ubicado en el corazón administrativo, comercial y folclórico de la ciudad: donde se celebra la mascletà municipal, donde se erige y se quema la mayor falla de las fiestas, donde se planta el mayor árbol de Navidad.

Pues como decíamos, resulta que un grupo de alumnos decidió cortar el tráfico de la calle Xátiva —una estrecha aunque crucial vía automovilística en donde está situado el instituto— en lo que parecía una típica e inofensiva protesta estudiantil. Y digo que lo parecía, porque la alcaldesa doña Rita Barberá, aquejada de un ataque no sé muy bien de qué, decidió que la manifestación era resultado de un extraño contubernio, afirmando con "tristeza, pena y preocupación" que todo se trataba de una "estrategia predeterminada de la izquierda",  nada menos que con "métodos de la izquierda y objetivos de la izquierda". Eso era lo preocupante, al parecer. Los estudiantes que protestaban por el frío en las aulas y la falta de material escolar eran Agentes Rojos subversivos.

Aquí ya empieza uno a sospechar que algo no anda bien. Primero, porque no encaja que ese temible Ente, "la izquierda", cuyo conjunto tanto preocupa a nuestra alcaldesa (digo "nuestra" porque como valenciano que soy, me toca cargar con mi pequeña pero pesada parte del lastre) por lo visto sólo había conseguido encarnarse en la no muy temible forma de pequeña manifestación de alumnos—¿es esta la "estrategia de la izquierda" que tanto le preocupa a vuecencia?—, una demostración callejera en la que "vi la gente que era (...) y no pasaban de 200 personas en su conjunto"... palabra de Rita, no mía. Lo dicho, menuda estrategia aquella que sólo consigue reunir a doscientos estudiantes. ¿O no será que de verdad era una manifestación de estudiantes que estaban allí protestando por las malas condiciones en las que han de dar clase, doña Rita?

Esto me hace preguntarme, para empezar, por la percepción que tienen algunos de nuestros cargos públicos sobre lo que es una protesta ciudadana. En una ciudad donde —por poner algunos ejemplos— el billete de metro es casi el doble de caro que en Madrid y Barcelona, aunque ofreciendo un servicio bastante menos frecuente y más restringido en horarios (es más; un billete de autobús municipal en Valencia ¡también es más caro que el metro de Madrid y Barcelona!), una ciudad donde —además de la falta de calefacción, tizas y fotocopias en institutos— ya era casi tradicional que hubiese cada año niños dando clases en barracones o donde se caen los techos de un hospital recién inaugurado, a la señora Barberá no deberían sorprenderle las protestas. Lo que debería sorprenderle es que no haya todos los días miles de ciudadanos ante el Ayuntamiento o ante la Generalitat, reclamando un poquito de vergüenza a los que rigen el consistorio y/o el gobierno comunitario. Sospecho, pues, que nos toma por imbéciles. Y puede que no le falte razón. A fin de cuentas sigue estando en el cargo.

Otra cosa que sorprende a la amiga de los bolsos de Louis Vuitton es que esa manifestación que era producto de "la estrategia de la izquierda" pero que estaba compuesta por apenas doscientos alumnos, haya tenido una trascendencia "tremenda". No sé a qué achaca ella esa trascendencia, pero por si no le queda claro, se lo voy a explicar —gratuitamente, por menos de lo que cuesta un billete de metro— desde estas líneas: ha tenido trascendencia porque nadie puede entender la necesidad de que un puñado de chavales de secundaria hayan sido desalojados a palos por unos antidisturbios evidentemente fuera de control. Bueno, o casi nadie, porque he escuchado o leído algunos comentarios en la línea de "los estudiantes no pueden cortar la calle cuando les venga en gana" porque tal cosa "vulnera los derechos de otros". Bien, también vulnera esos mismos derechos que durante las fallas se corte al tráfico no ya esa calle, sino toda la zona y muchas otras calles de la ciudad. Pero bueno, eso es lo de menos. La cuestión importante aquí no es que los estudiantes hayan vulnerado un derecho a circular libremente en automóvil por cortar una calle, sino la desproporción y brutalidad de la respuesta policial para corregir la actitud estudiantil. Y eso en el supuesto de que acordemos que resulte necesario corregir esa actitud, que a fin de cuentas ha sido puntual pacífica y por un buen motivo. Los estudiantes han ocupado la calle Xátiva porque esa es la calle donde está situado su centro escolar, estaban justo en la puerta de su propio instituto; no es que han venido desde treinta kilómetros para cortar una calle céntrica. ¿Que no habían pedido autorización previa para manifestarse? Bien, son unos chavales de secundaria protestando porque pasan frío en clase. Si se ponen a bucear en la burocracia llegará la primavera antes de que puedan manifestarse (claro que para entonces, dados los recortes, quizá empiecen a pasar calor y sigan teniendo motivo de queja).

Pero es aquí, en esta incomprensión hacia lo que es una protesta estudiantil bastante comprensible y perdonable, además de absolutamente pacífica, donde siguen sin cuadrarme las cosas. Un cargo público que respeta al ciudadano debería entender cuándo dicho ciudadano está protestando con un buen motivo. Empezando por Antonio Moreno, jefe superior de la policía de Valencia; sí, ese mismo que un revelador lapsus se refirió a los estudiantes como "el enemigo". Quizá esa tendencia a ver al ciudadano que protesta como tal enemigo explique la total falta de proporción, mesura y por momentos civilización, de la intervención policial. Desconozco si también el señor Moreno, como la señora Barberá, ve a los estudiantes del Luis Vives como títeres de algún oscuro Komintern que maneja los hilos en la sombra, pero si tenemos que deducir su visión de la actitud de los antidisturbios, podríamos decir que sí, que ve a los estudiantes de secundaria como una peligrosa turba. Es curioso. No sé si conocen ustedes Valencia, pero les aseguro que el botellón de la Plaza del Cedro —"manifestación" nocturna compuesta también por un par de cientos de chavales, sólo que en estos casos acompañados de alcohol, lo cual teóricamente haría las cosas más difíciles— ha sido desalojado unas cuantas veces sin más necesidad que algunos agentes de la policía local (la local, no los antidisturbios), y sin detenciones ni porras, con absolutamente cero incidentes. Y la plaza queda vacía. Permítanme pues dudar que el alumnado del Vives ofrecería una resistencia mayor, salvo que creyesen estar ejerciendo un derecho a protestar pacíficamente por las circunstancias desfavorables en que la ineptitud monetaria de los gobernantes han sumido sus años de formación. Quizá es que el señor Moreno ha visto demasiadas películas de guerra o ha pasado demasiadas horas jugando al Call of Duty, ese videojuego de pegar tiros en Irak, pero le puedo asegurar que un puñado de estudiantes del IES Luis Vives no es lo que yo calificaría como "el enemigo". Bueno, cualquiera puede comprobarlo en los vídeos que ya abundan en YouTube: el alumnado del instituto no parece demasiado peligroso. No puede decirse lo mismo de los antidisturbios, por desgracia.

Así que la alcaldesa ve contubernios, el jefe de policía ve al enemigo y la no menos inefable delegada del Gobierno, Paula Sánchez de León ha asegurado que no piensa dimitir porque —agárrense ustedes los machos— "no es momento de dimisiones sino de diálogo". Ah, que lo de dialogar está bien para que Paulita no pierda el cargo pero no para desalojar a dos adolescentes de una esquina (además, ¿por qué hay que desalojarlas cuando están en la acera sin cortar el tráfico y es el propio policía quien las lanza contra un automóvil? Buena pregunta, amigo lector. La respuesta: no lo sé). Una muestra más de que nuestras autoridades están dispuestas a cualquier cosa excepto a reconocer que han metido la pata, lo cual sería la primera muestra de respeto al ciudadano. "Sí, estoy aquí pagada con dinero público así que le debo una explicación al público: la he cagado, lo siento, si me dan otra oportunidad no lo volveré a hacer". Algo así hubiese estado bien, y aún hubiese estado mejor que ella y el señor Moreno dimitan ante lo que es una flagrante incapacidad para manejar una inofensiva concentración de escolares sin que el asunto se convierta en una vergüenza internacional y se proyecte (una vez más) la imagen al mundo de que España es una república bananera cuyos ciudadanos tienen alojado en el cráneo un imán para las porras. La delegada del gobierno tiene un asunto bastante grave al que hacer frente con dignidad torera, pero en cambio, ante la primera mención de la palabra "dimisión" (reclamada por los estudiantes) se agarra al "diálogo" como un náufrago a un cacho de madera flotante.

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Bien, a que por muy moderado que se esfuerce uno en ser, los hechos y dichos de las últimas horas me llevan a una conclusión que no es nueva pero que parece confirmarse a cada día que pasa: en España se le está perdiendo el respeto al ciudadano. El policía pega cuando no debe, el gobernante menosprecia la protesta de sus gobernados, el administrador no quiere ni que se le haga mención de las responsabilidades inherentes a su puesto. Dicho de manera más contundente: se ríen de nosotros. Y eso me ofende, y me ofende profundamente. Da igual que sean de derechas o de izquierdas. No quiero reducir este pensamiento a un único partido, porque realmente creo que es un problema de mentalidad nacional. Suele decirse que un país tiene los políticos que merece, pero no sé si estoy muy de acuerdo con esa idea. El país no es un ente abstracto, el país está formado por la gente. El pueblo no siempre es bueno ni siempre tiene razón, y entre la gente omún hay también individuos mediocres e incluso malos, de acuerdo. Pero también hay muchos individuos —por lo visto, la mayoría— que al menos saben comportarse de manera civilizada. El pueblo español, que en otras épocas pecó de sangriento y pagó un alto precio por ello, está ahora dando muestras una y otra vez de que ha madurado; ni es el primero en dar una bofetada, ni es el primero en pisotear los derechos ajenos, ni es el primero en convertir una pacífica demostración ciudadana en una vergonzosa crónica de sucesos. Casi siempre intento evitar este tipo de lugares comunes o alusiones demagógicas en plan to er mundo e güeno, pero es que estoy empezando a pensar que es cierto: no tenemos los gobernantes que merecemos, ni los cargos públicos que merecemos, y por lo visto tampoco la policía que merecemos. Y merecemos algo bueno, porque somos quienes pagamos los impuestos y somos aquellos en quienes reside la soberanía. El estado ya no es un rey, el estado somos nosotros. Eso es una idea que cualquier demócrata que se precie comprende, porque la idea contraria —que el estado sea algo ajeno a la ciudadanía— es propia de regímenes autoritarios, del fascismo o del comunismo. La policía no está para controlarnos, sino para protegernos y servirnos (no, señora Barberá, esta no es una consigna de la "estrategia de la izquierda", este es el lema que hemos visto en coches de la policía en tantas películas estadounidenses). Cuando veo a una adolescente inofensiva, esa chica que según Rita Barberá es parte de una "estrategia", esa chica que según Antonio Moreno es "el enemigo", aterrorizada ante un agente de la ley que acaba de abofetear a otro chaval delante de ella; cuando la veo muerta de miedo ante un agente en cuya presencia debería sentirse segura y no amenazada, sé que algo no está marchando bien en este país. Sé que tenemos un serio problema.

No quiero ser agorero, pero estas cosas, más a menudo de lo que nos gustaría pensar, van a más. Si no se corrigen las estructuras que dan lugar a estos preocupantes síntomas, esos síntomas no desaparecerán, sino que tenderán a hacerse más graves.

Hoy es un chaval o una chavala en la televisión. Mañana podría ser tu hija. Pasado mañana podrías ser tú. Cuando se le empieza a perder el respeto al ciudadano, se empieza perdiéndoselo de palabra, y se termina perdiéndoselo a golpes. Y cuando se le pierde a uno, y lo consentimos, se le terminará perdiendo a dos, y a tres...

¿Qué hacer? Lo que se ha hecho en la propia Valencia. Salir a la calle en mayor número, de manera igualmente pacífica, y contemplar cómo esta vez la policía se abstiene muy mucho de negar a los ciudadanos el derecho a protestar ordenadamente. Porque resulta que el problema no era el corte del tráfico, el problema es otro. La gente no ocupa la calle, la calle pertenece a la gente. El estado pertenece a la gente. El país pertenece a la gente. Piénsenlo bien la próxima vez que ordenen una carga policial innecesaria, injustificada y desproporcionada, contra un grupo de manifestantes inofensivos. Porque un día acabará en desgracia. Esta vez ha habido suerte, y ninguna chica joven ha terminado con la cabeza abierta contra el capó de un coche. Podría no haber tanta suerte a la próxima. No sería la primera vez que un país se ve sumido en un caos por la muerte de algún manifestante. ¿No quiere usted, señor Rajoy, que terminemos pareciendo Grecia o algo peor? Muy bien, pues use su puesto para exigir responsabilidades y haga —políticamente hablando— que rueden cabezas por esto. Demuestre usted, que es el presidente, que siente respeto hacia el pueblo.

El problema es que, por lo que parece, si el pueblo no sale a la calle a imponer respeto por sí mismo no se le respeta. Muy bien, pues salgamos a imponer respeto cada vez que se nos falte al mismo, por mucho tráfico que se corte. No se preocupen, señora alcaldesa, señor jefe de la policía, señora delegada del gobierno. Los ciudadanos pueden cortar una calle, pero si una ambulancia necesita pasar, los manifestantes permitirán que pase. Están allí para protestar, no para moler a palos a nadie. Porque los ciudadanos, por fortuna, sí siguen comportándose como si viviesen en el siglo XXI.

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Fuente: Jot Down