Entre el Humanismo y unas porras Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Jean Valjean   
Miércoles, 22 de Febrero de 2012 05:50

Resulta significativo que el instituto que simboliza el hartazgo y la reivindicación de un buen número de jóvenes valencianos tenga por nombre el de Luis Vives. Nacido en Valencia, e hijo de unos comerciantes judíos que tuvieron que convertirse al cristianismo para evitar su expulsión de España. No obstante, la familia siguió practicando el judaísmo en secreto, como tantos otros en aquella época. La Inquisición descubrió a su madre en una sinagoga y abrió un proceso contra la familia. Juan Luis Vives fue enviado por su padre a estudiar al extranjero (no hay constancia de que se fuese a Laponia).

 

Su padre fue condenado, y quemado en la hoguera en 1526; los restos de su madre, que había fallecido 18 años antes, fueron desenterrados y quemados en 1529. Pese a la atrocidad e intransigencia que persiguió a su familia, Vives lograría convertirse en uno de los más destacados humanistas de la Historia. Él fue el principal impulsor de la asistencia y ayuda a los necesitados desde el propio Estado. Su obra Tratado del socorro de los pobres se considera un documento pionero en la organización de la asistencia social.

El nombre de Luis Vives llega ahora a todos los rincones del planeta a través de las redes sociales, adornado con las siglas IES. Es en ese instituto en el que los recortes han obligado a sus alumnos a asistir a las clases con mantas bajo las que cobijarse y retener el propio calor corporal. No es la España de la posguerra, sino la España de la crisis, la España de la contemplación equidistante de la mayoría, la España de esos españoles que solo reaccionan cuando les manchan con unas gotas de sangre el traje de los domingos y no piensan en el herido sino en la factura de la tintorería. La equidistancia sigue siendo ese feudo de pretensión burguesa en el que se instalan quienes siempre se arriman al sol que más calienta. La desproporción de la actuación policial ayer en Valencia denota dos cosas: de un lado, la consigna política imperante, basada en la rotundidad y en la necesidad de instaurar la autoridad a cualquier precio; del otro, el problema de unas fuerzas de Seguridad del Estado que parecen contar con la impunidad como mejor arma, mejor incluso que esas porras desgastadas por su acción violenta. La semana pasada, el Gobierno indultó a cinco mossos que habían sido "condenados por torturas a un inocente" (aquí lo de "inocente" parece que añade algo de dramatismo al titular de la noticia, pero igualmente repugnante hubiera sido aplicar la tortura a un "culpable"). En enero de este mismo año, la Dirección General de la Policía absolvió a dos de los tres policías antidisturbios expedientados el pasado verano por la agresión a una joven y a un fotógrafo tras la manifestación laica que tuvo lugar en la Puerta del Sol de Madrid en protesta por la visita del Papa. Es muy probable que el subinspector que permanece sancionado vea cómo la previsible sanción económica –de producirse- acabe pagándola el sindicato al que se encuentre afiliado. Así funcionan las cosas; entre policías... no van a pisarse las porras.

La brutalidad con que se emplearon ayer los antidisturbios en Valencia podría volverse en contra...de los políticos. Algunos diputados populares aplauden su contundencia y acusan a "los de siempre" de estar tras estos desórdenes. Paula Sánchez de León, delegada del Gobierno en Valencia se sacudía la presión y la responsabilidad como si estuviese quitándose de encima las migas residuales de una bacanal. Esta misma mañana se vio obligada a solicitar la apertura de un expediente informativo. Se trata de una acción de cara a la galería. Previsiblemente, fenecerá en la nada, como ya ocurrió prácticamente siempre y en situaciones similares en el pasado. Por otro lado, el ministro de Justicia asegura que los policías fueron "violentamente agredidos" (se desconoce a esta hora, si el señor Gallardón conoce otro modo de agresión que no sea con violencia), pero eso demuestra que no se ha tomado la molestia de echar un vistazo a los vídeos que ayer saturaban las redes sociales. El que quiera seguir viendo en el ministro justiciero un lobo con piel de cordero, debería acudir al oftalmólogo. El SUP, completando el despropósito, apunta al ministro del Interior, al que acusa de "cobarde" por descargar la responsabilidad en la Policía. El cóctel está servido. Lo malo es que algunos necios piden, además, unos panchitos como apertivo. Se recrean en su degustación y tras engullirlo de un trago, devuelven el vaso a la barra con un golpe fuerte y seco, algo macarra, con el ademán de un de matón de western de bajo presupuesto, con las maneras del típico chulo de barrio. La pena es que la silla no es de madera, ni hay pianista, ni hay siquiera un tapete con una baraja de póquer reposando sobre él, sino un puesto oficial y el designio y la voluntad de un electorado inanimado y contemplativo en la mayoría de los casos. Las imágenes de la exagerada represión policial han dado la vuelta al mundo y han ocupado portadas y espacio en multitud de diarios internacionales. Lo decían los populares, ebrios de felicidad en su último congreso celebrado en Sevilla: "Comprometidos con España". Y es que, como acreditara la familia de Luis Vives de manos de la Santa Inquisición, hay amores que matan.

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Fuente: La celda de Jean Valjean