El PSOE y la República: un movimiento pendular PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Diego Díaz   
Domingo, 18 de Octubre de 2020 16:53

El partido socialista, ya lo saben, tiene la llave del fin de la Monarquía en España. En 141 años de vida unas veces ha sido republicano y otras no. Esta es la historia de un partido sin el que no será posible la Tercera República.

El 10 de junio de 1910 Pablo Iglesias se convertía en el primer diputado socialista de la historia de España. Le había costado tres largas décadas llegar a sentarse en las Cortes. El fundador de la Asociación del Arte de Imprimir y de la Unión General de Trabajadores no era ya ningún chaval. Tenía 60 años y todo el pelo cano cuando por fin lograba entrar en el hemiciclo madrileño como único representante del partido obrero que había fundado 31 años antes en la taberna Casa Labra junto a otras 16 personas, varios tipógrafos como él, un marmolista, dos joyeros y cuatro médicos. Su acta no la había conseguido en solitario, sino en las listas de la Conjunción Republicano Socialista, una heterogénea coalición del PSOE con los distintos partidos republicanos españoles encabezada por el prestigioso novelista Benito Pérez Galdós, y que incluía también al republicanismo catalanista.

Entre la ortodoxia obrerista y las alianzas interclasistas

Al contrario de lo que pueda pensarse, la República no formó parte del ADN fundacional del partido socialista español. En su manifiesto programa de 1879, escrito tan solo seis años después de la fallida experiencia de la Primera República no se habla mucho de República. Más allá de una genérica referencia a la toma del poder político por parte de la clase trabajadora, los autores del programa no especificaron qué forma adoptaría el futuro Estado obrero, y si bien se presupone que no sería una Monarquía, el texto no se muestra demasiado interesado por este tipo de cuestiones políticas, como si en cambio lo hacía por un detallado listado de medidas para el progreso y mejora de las clases populares: desde el derecho de asociación a la prohibición del trabajo infantil pasando por la justicia gratuita, la abolición de la pena de muerte o la protección de los inquilinos.

Durante décadas la República y el republicanismo serían un asunto político demasiado burgués o pequeño burgués para interesar al PSOE. ¿Qué más daba que el dominio de la burguesía sobre el proletariado fuera ejercido a través de una Monarquía o de una República, como sucedía en la vecina Francia, donde la III República se había levantado sobre la sangrienta represión de la Comuna de París?

El PSOE nacía precisamente en directa competición con el republicanismo, y pretendía aleccionar a los proletarios españoles de que “la emancipación de la clase trabajadora solo podrá ser obra de esta”, tal y como decía Marx. Es por ello que, haciendo caso a los socialistas, los trabajadores debían separarse de los republicanos e ingresar en el partido obrero. Sin embargo, la identificación de gran parte de las clases populares con el republicanismo seguía siendo difícil de romper para un partido todavía demasiado débil y con escasa implantación más allá de unos pocos bastiones obreros.

Con el restablecimiento en 1890 del sufragio universal por el Partido Liberal, la mayoría de los trabajadores que se interesaban por la política volverían a depositar su confianza en los partidos republicanos en las sucesivas convocatorias electorales. Ante esto, ¿cabía seguir empeñado en el enfrentamiento con el republicanismo o tocaba pensar sumar fuerzas con el otro vector de oposición al régimen alfonsino? Iglesias, fiel a la ortodoxia obrerista vigente en la Segunda Internacional, se opondría a la formación de un frente interclasista con los republicanos, tal y como proponía su gran rival en el seno del PSOE, Antonio García Quejido, defensor de un acuerdo electoral con estos en torno a un programa democratizador de reformas sociales y políticas.

En 1909, sin embargo, los criterios de la Segunda Internacional con respecto a las alianzas interclasistas se relajaban en toda Europa, y en España la oposición a Antonio Maura empujaba a republicanos y socialistas a confluir contra lo que se había vislumbrado en la brutal represión de la Semana Trágica de Barcelona, una nueva vuelta de tuerca conservadora en el ya escasamente democrático sistema político de la Restauración. Iglesias cambiaba de posición y se abría a pactar con los partidos republicanos.


1910: la republicanización del PSOE

El encuentro del PSOE con el republicanismo permitiría al partido socialista salir del gueto, y ampliar su influencia social, política y territorial. De hecho, a pesar de la inicial resistencia de Iglesias a la colaboración con el republicanismo, sería él quien terminaría convirtiéndose en el mayor defensor de la Conjunción, así como convirtiéndose en su figura más popular y valorada. En estos años el PSOE se reinventaría como un partido ya no estrictamente obrero, sino portador de un proyecto de país más amplio: democrático, moderno y reformista. Cuadros intelectuales y de clase media como Julián Besteiro procedentes de los partidos republicanos se acercarían al PSOE al encontrar en el partido de Pablo Iglesias un liderazgo carismático y un vehículo mucho más dinámico y eficaz para luchar por la República que los viejos partidos republicanos, algunos de ellos ya en franca decadencia.

El nuevo impulso del PSOE se haría notar en la década de 1910, que sería de crecimiento y expansión para el partido y su sindicato, con nuevos afiliados, agrupaciones, periódicos, cooperativas, casas del pueblo y más cargos públicos. El éxito de la asociación con el republicanismo empujaría a consolidarla y repetirla en nuevos procesos electorales. Republicanos y socialistas irían también de la mano en la lucha contra la Guerra de Marruecos, asunto que aumentaría la popularidad del PSOE entre unas clases populares rurales y urbanas cansada de una aventura colonial muy escasa en glorias imperiales, pero en cambio muy exigente en vidas humanas. Asimismo harían conjuntamente campaña por los Aliados durante la Primera Guerra Mundial, convencidos de que una derrota militar de Alemania y Austria-Hungría en los campos de batalla europeos arrastraría consigo a los Borbones.

Entre 1917 y 1919 el hundimiento de los imperios ruso, alemán, austrohúngaro y otomano parecería darles la razón a los “aliadófilos”, alimentando entre Pablo Iglesias y los dirigentes socialistas la esperanza de que la Monarquía de Alfonso XIII, sumida en una profunda crisis económica, social y política, podría ser la siguiente en caer en el Viejo Continente. Como parte de su ofensiva para desestabilizar el sistema y traer la República a España, el PSOE apoyaría la huelga general de agosto de 1917, convocada por UGT y CNT, y las asambleas de parlamentarios celebradas en Barcelona y Madrid, así como la campaña catalanista por el estatuto de autonomía. El régimen sin embargo lograría sobrevivir a sus crisis y a la agitación republicana principalmente liderada por el PSOE, aunque no solo. Sería eso sí, a través de un giro autoritario, anulando las libertades constitucionales y llamando a un militar, Miguel Primo de Rivera, a tomar en 1923 las riendas del país.


La Dictadura: la des-republicanización del PSOE

La Dictadura de Primo de Rivera, entre 1923 y 1930, constituye uno de los capítulos más oscuros de la historia del PSOE y de su sindicato la UGT. Los dirigentes socialistas, con muy pocas excepciones, Indalecio Prieto sería una de ellas, se adaptarían a la nueva coyuntura, enterrarían la bandera del republicanismo, y aceptarían colaborar con el directorio militar mientras anarquistas, comunistas, republicanos y nacionalistas catalanes y vascos eran perseguidos por su oposición al régimen. Los argumentos para pactar con Primo de Rivera eran que el partido y el sindicato ni debían arriesgarse a ser ilegalizados emprendiendo acciones suicidas contra una Dictadura que vivía su momento más dulce, ni debían desperdiciar ninguna oportunidad para lograr progresos para la clase trabajadora. La defensa de las libertades democráticas quedaba relegada a un segundo plano, a la espera de tiempos mejores.

Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto se quedarían en minoría defendiendo que el PSOE se mantuviera fiel a la reivindicación democrática y republicana que otros dirigentes, como Julián Besteiro y Largo Caballero optarían por aparcar en previsión del establecimiento de un largo régimen corporativo en el que los socialistas podrían ser tolerados como representantes de la clase trabajadora en las instituciones. Había que prepararse para un nuevo régimen en el que el PSOE sería la “leal oposición”.

Sin embargo, la paz social primorriverista duraría menos de lo esperado. En torno a 1930, la Dictadura, que inicialmente no había conocido una gran oposición popular, comenzaría a tambalearse en medio de crecientes protestas y un malestar general, fruto en gran medida de las repercusiones en España del Crack de 29 y seguramente de su propia torpeza metiéndose en charcos innecesarios. Prieto, que en agosto de 1930 participaría a título individual en el Pacto de San Sebastián, lograría arrastrar a finales de ese año a su partido a una repetición de los acuerdos con el republicanismo.

Largo Caballero, intuyendo que con el final de la Dictadura se derrumbaría también la Monarquía, cambiaría de posición, dejando solo al inmovilista Besteiro, pésimo futurólogo, en su defensa de un PSOE alejado de conspiraciones republicanas. En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 republicanos y socialistas volverían a repetir sus tradicionales acuerdos electorales. El resultado es sobradamente conocido. El 14 de abril la arrolladora victoria de la nueva conjunción republicano-socialista en las principales ciudades españolas desembocaría en la proclamación de la Segunda República y la huida de la familia real al exilio.La década republicana del PSOE

Si como ya hemos visto las relaciones del partido socialista con la República habían sido históricamente erráticas, con frecuentes idas y venidas, será en los años 30 cuando se consolide la asociación entre el PSOE y los colores de la bandera tricolor. Tras la entrada en numerosos ayuntamientos de toda España, así como en el gobierno provisional, primera experiencia gubernamental de los socialistas en la historia de España, en las elecciones generales de junio de 1931 el partido se va a consolidar como principal fuerza política del país. Frente a los malos augurios de Besteiro se demostraba la hipótesis de Prieto: al PSOE le sentaba bien la República.

Tras ello entraría a formar parte de un gobierno de coalición presidido por el republicano Manuel Azaña, pero con importantes carteras reservadas para el PSOE como Trabajo, Obras Públicas, Justicia o Educación. Un jurista socialista, Luis Jiménez de Asúa, sería además el principal arquitecto de la Constitución republicana. En 1931 el PSOE tocaba el cielo y parecía llamado a convertirse en el partido central de una larga hegemonía progresista en España. Sin embargo, la identificación del PSOE con la República y la propia coalición republicano socialista iban a resquebrajarse muy rápidamente.

En 1933, entre protestas obreras y campesinas por la lentitud de las reformas prometidas, y una creciente inquietud de los dirigentes de la UGT por el malestar de sus bases y el crecimiento de la CNT en algunos puntos del país, el PSOE iniciaba el camino de salida de un Gobierno que se enredaba en guerras culturales, como la batalla contra la Iglesia católica, mientras seguía sin resolver el problema de la tierra, seguramente el más importante de cuantos tenía la España del momento. Tras la ruptura con los republicanos y el varapalo electoral de noviembre de 1933, una parte del PSOE, liderada por Largo Caballero, no rompería tanto con la idea de República, como pasaría a defender la superación de la “República burguesa” por una “República de trabajadores”. La cosa tenía bastante de bravuconada retórica, pero era lo suficientemente creíble como para meter el miedo en el cuerpo en la burguesía, cada vez más fascinada por los uniformes y las nuevas modas derechistas que llegaban Berlín y Roma.

Mientras tanto el sector centrista, afín a Indalecio Prieto, sin renunciar a su liberalismo llegaría a la conclusión de que era necesaria una demostración de fuerza obrera precisamente para proteger la República del 14 de abril. Una República que consideraba en peligro con la entrada de la CEDA en el Gobierno del Partido Radical. Ambas almas del partido confluirían en la confusa, contradictoria y chapucera huelga general revolucionaria de octubre de 1934. Una huelga que paradójicamente será reprimida en nombre de la República democrática por las mismas derechas que un año y medio más tarde se levantarían contra ella.

La resistencia contra el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 va a acrecentar de nuevo la identificación del PSOE con la República. También de otros sectores del movimiento obrero, como la CNT y el PCE, que hasta entonces se habían mantenido a considerable distancia de una “República burguesa” que en todo caso cabe recordar, no había escatimado en medidas represivas contra ellos a lo largo de sus sucesivos gobiernos de izquierda y derecha. De septiembre de 1936, con la formación del gabinete Largo Caballero, al final de la guerra, la presidencia del gobierno republicano va a estar además en manos socialistas. El PSOE será por tanto el partido central de la República en guerra, pero dadas sus divisiones internas, también del golpe de Casado. Será un sector del PSOE enfrentado al presidente Juan Negrín, el que junto a los destacamentos de la CNT madrileña liderados por Cipriano Mera, los restos del republicanismo y parte del Ejército, asienten el golpe definitivo a la República. Entre el 5 y el 12 de marzo de 1939, en uno de los episodios más estúpidos y delirantes de la historia contemporánea de España, el autoproclamado Consejo Nacional de Defensa liderado por los generales Casado y Miaja, y los socialistas Besteiro y Wenceslao Carrillo, dará un golpe de Estado contra Negrín y la República, entregando Madrid a Franco sin obtener ninguna contraprestación ni medida de gracia o clemencia a cambio.

 

Movimientos sin éxito: la fallida operación Don Juan

Después de haber participado en la reconstrucción de un Gobierno y unas Cortes republicanas en el exilio, en 1948, el PSOE, ya dirigido por Indalecio Prieto tras ganarle el pulso a Juan Negrín y sus partidarios, se volvería a distanciar de la República y del republicanismo, para explorar ahora en solitario la posibilidad de una restauración de la monarquía parlamentaria en España apoyada por Gran Bretaña y EEUU. Prieto sabía que en plena Guerra Fría las potencias occidentales preferirían antes una dictadura de derechas que una República a la italiana, con un partido comunista fuerte. Plantearía para conjurar esto una maniobra de seducción. Su plan consistía en renunciar a la República y ofrecer a cambio una Monarquía anticomunista como garantía de tranquilidad geopolítica para británicos y norteamericanos. El pretendiente al trono, Don Juan de Borbón, exiliado en Portugal, se dejaría querer por Prieto y el PSOE, probablemente con el único objetivo de lograr mejores condiciones en su negociación con Franco para restablecer de su mano la dinastía borbónica en España.

El llamado “Pacto de San Juan de Luz” supuso una estafa en toda regla de los monárquicos a Prieto y el PSOE, que además de no lograr sus objetivos rompió la precaria unidad del exilio, muy debilitada por la Guerra Fría y la consolidación del franquismo. No obstante, Prieto había tenido una hipótesis que prefiguraría lo que tres décadas más tarde sería la Transición: restablecimiento de la democracia con la Monarquía como elemento de control geopolítico de la OTAN y como cortafuegos de las clases dominantes a cualquier proyecto democrático excesivamente escorado a la izquierda.

 

Del republicanismo federal al juancarlismo

Tras el abandono en 1950 de Prieto de la primera línea, el partido va a quedar prácticamente hibernado, con escasa actividad política tanto en el interior de España como en el exilio. No será hasta principios de los años 70 cuando el PSOE inicie su revitalización de la mano de Felipe González y otros jóvenes dirigentes del interior que en 1974 toman las riendas del partido en el Congreso de Suresnes. En la reunión celebrada en esta localidad del sur de París el partido va adoptar un programa muy izquierdista que pretendía, al menos sobre el papel, ser una alternativa tanto al comunismo como la socialdemocracia reformista del norte de Europa. Así se incorporan al ideario y al programa cuestiones tales como la definición marxista y socialista autogestionaria. Con respecto a la forma de Estado el partido se va a declarar abiertamente republicano, y partidario de una República federal y plurinacional en el que las distintas nacionalidades ibéricas tendrían reconocido su derecho a la autodeterminación.

Aunque durante la Transición el PSOE moderaría su imagen y discurso con respecto a las retórica izquierdista de Suresnes, en las elecciones de 1977 la profusión de banderas y consignas republicanas sería común en los actos del partido, algo que contrastaba con las rigurosas indicaciones dadas a los servicios de orden de los mítines del PCE para evitar el despliegue de parafernalia tricolor. El PSOE no pondría en el centro del debate político la cuestión republicana pero jugaría con una calculada ambigüedad en ese tema que le llevaría incluso a emitir un coqueto voto republicano en 1978 durante el debate constitucional. Como señala el historiador Juan Andrade en su obra El PCE y el PSOE en [la] transición, fueron de hecho los socialistas quienes pidieron la votación expresa del artículo relativo a la Monarquía: “indudablemente el PSOE ya se había comprometido tiempo atrás con la monarquía y promovió esta votación no sólo sabiendo que la tenía perdida, sino precisamente porque sabía que no la podía ganar”. De este modo el partido socialista, en una inteligente jugada dirigida a su audiencia más sensible a este tipo de guiños izquierdistas, se mostraba como un partido más valiente y fiel a sus principios que un PCE que había aceptado la Monarquía y la rojigualda sin rechistar.

Tras el estancamiento del partido en las generales de 1979, Felipe González y su entorno llegarían a la acertada conclusión de que el partido debía ahora mostrar un perfil mucho más amable con respecto los sectores centristas. Las elecciones solo se podrían ganar arrancándole un buen puñado de votos a la UCD. Los del PCE ya llegarían solos gracias a la habilidad de Santiago Carrillo para sumir a su partido en una espiral autodestructiva de crisis y expulsiones. De cara a las generales de octubre de 1982 el PSOE se envolvería en la bandera rojigualda, despojada ya del aguila imperial, a modo de salvoconducto tranquilizador para votantes conservadores que todavía pudieran desconfiar de la ubicación 100% socialdemócrata del partido. La rotunda victoria del PSOE en esas elecciones abriría paso a casi tres lustros de hegemonía socialista en España.

Del encuentro entre un monarca relegitimado por el relato oficial sobre el 23F y un presidente de Gobierno en estado de gracia y convencido de que el futuro de su partido debía basarse en la seducción de la mayoría silenciosa que aspiraba a un cambio tranquilo, nacería el “juancarlismo”. Si la Monarquía estaba por la democracia y el progreso de una España a la que en una década “no iba a reconocer ni la madre que la parió” (Alfonso Guerra dixit), el PSOE estaría por la consolidación de la Casa Real. El trato era muy simple. Zarzuela dejaría hacer a Moncloa, y Moncloa transigiría con los negocios de Zarzuela en una España que según el entonces ministro de economía, Carlos Solchaga, era el país de Europa donde más fácil era hacerse rico.

Durante 40 años el “juancarlismo” se convertiría en una manera ingeniosa de ser monárquico sin parecerlo. A través de este subterfugio típicamente felipista, el PSOE se colocaba en un punto equidistante tanto de un monarquismo estéticamente derechista como de un republicanismo trasnochado solo apto para románticos y resentidos políticos. Ser “juancarlista” era ser moderno, europeo, constitucional y progresista, es decir, valores que el PSOE y el diario El País podían encarnar mucho mejor que la derecha postfranquista heredera de Alianza Popular y el periódico ABC.

La abdicación en junio de 2014 de Juan Carlos I, con Alfredo Pérez Rubalcaba como director de orquesta entre las bambalinas del Estado profundo, supuso el intento de darle un salida digna a un “juancarlismo” en decadencia, y de construir un nuevo “felipismo”. Un proyecto que quedaría a medias, como señalaba recientemente Raúl Sánchez Cedillo en un artículo, precisamente por los miedos de las élites a acometer antes de la crisis de 2008 una verdadera reforma constitucional que diera estabilidad y prolongara el régimen nacido de la Transición a través de “una monarquía parlamentaria confederal, que habría estado cimentada en los ejes de independencia fiscal madrileño, vasco y catalán”.

A día de hoy ese gran casquete polar que durante décadas fue el “juancarlismo” está en pleno proceso de deshielo. ¿De dónde sale ese 41% de españoles que quiere la República? La encuesta publicada esta semana por 16 medios independientes, entre ellos Nortes.me y El Salto, revela que el nuevo republicanismo emana en 2020 de tres grandes fuentes: las personas más jóvenes criadas en democracia, los viejos y nuevos independentistas de las periferias que estarían dispuestos a asumir eventualmente una República española como “mal menor” y los antiguos juancarlistas que ya no ven motivos para ser felipistas.

_____

FUENTE: El Salto Diario