El mágico voto PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por José Juan Hdez/UCR   
Domingo, 25 de Agosto de 2019 04:03

El mágico voto. El igualador, el hacedor de la democracia.

Lo confieso, sé que mi pensamiento en algunas o en muchas ocasiones se vuelve reaccionario, retrocede a un par de siglos atrás, allá por la primera mitad del XIX, y echa de menos, cuando me aniño y me amulo con el mundo, el sufragio censitario o restringido.

La principal restricción era la económica. Tenía derecho al voto quién tuviera una determinada renta o patrimonio. Quedaba fuera de la participación en los comicios la inmensa mayoría de la población. El miedo guardaba la viña de la oligarquía, protegiéndola de las “sucias manos” de las crecientes masas proletarias, que comenzaban a organizarse políticamente y a las que no parecía muy conveniente (en un fallo de visión por desconocimiento o desconfianza en su poderío ideológico) poner una papeleta en las manos.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, con ritmos diferentes según los estados, fruto de las citadas luchas obreras, comenzó a generalizarse el voto universal masculino. Hasta avanzado el siglo XX, salvo excepciones, no comenzó, lentamente, la inclusión de las mujeres en el sufragio.

Esta exclusión del voto de las mujeres de la que hablo tiene un cierto nexo, es una impresión personal, con uno de los elementos que también se usaban como justificación del sufragio censitario: el nivel de formación (en algunos estados del sur de EEUU, exámenes de alfabetización mediante, perduró hasta los años 60 del siglo XX, pues buena parte de la población negra era analfabeta). Digo que veo cierto nexo entre la exclusión de las mujeres y el voto censitario por motivo de formación, porque en 1931 ciertos sectores de la izquierda, traicionando sus fundamentos liberadores con el frío cálculo posibilista, expresaban cautelas con el otorgamiento del derecho al voto a las mujeres por temor a que estás fueran una correa de transmisión en las urnas, por su menor formación, por su mayor manejabilidad a manos de un clero totalmente aliado y ariete ideológico, sobre todo en la caciquil España rural, de la oligarquía.

Podemos irnos al conocido aserto de José Martí: “Ser culto es el único modo de ser libres”. Sé que desde que Martí escribió esa frase, en el siglo XIX, el concepto de cultura ha variado o quizás sería más preciso decir que se ha ampliado con ramificaciones diversas que lo convierten en un término de compleja aprehensión. Ya la cultura no es solo la adquisición de conocimientos generalmente plasmados en libros. Incluso diría que, en una reacción pendular, hubo, o hay, un cierto sarampión de desprecio, absurdo, a la cultura libresca. Yo, lo reconozco, soy un amante del significado clásico, al que se refería Martí, del concepto de cultura como concepto globalizador, que me permite sacar ciertas enseñanzas universales del devenir de la humanidad, que también permite que te recorra el espinazo una cierta angustia generada por la propia insignificancia, por la idea de que el aprendizaje te acerca, pero también te lleva a darte cuenta de que siempre sabrás casi nada.

El socialismo clásico, allá en el ya mentado siglo XIX, planteaba la famosa tricotomía: 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de ocio y cultura. Seres trabajando para el bien común, alimentados, cultos y por ende libres. Aunque la inmensa mayoría no lo crea, esta sociedad que confío en que a muchas personas le parecería razonable, es el fin de aquellos que, organizados o no, nos definimos como comunistas.

Si estamos cada vez más lejos, o si cambiaremos a la fuerza a causa de un planeta que en cuanto a recursos tiene cada vez más limitaciones, no lo sé, y me parece que atisbar que camino llevará la humanidad es un ejercicio, por incierto, vano.

Hay un pequeño texto de Bertolt Brecht (espero que no sea falsamente atribuido, pues hay personajes, aunque en esto el líder supremo es Groucho Marx, que parecen un imán para las citas o los textos referenciales) que dice lo siguiente:

“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.

La frase que he puesto en negrita me parece la más significativa, por una razón: aunque haya bastantes analfabetos políticos ninguno se reconocerá como tal. Sin embargo, muchos alardean de su odio a todo lo político. Año tras año tengo que explicar en el instituto, a jóvenes de 16, 17 o 18 años próximos a ejercer su derecho al voto y que son, solo describo, verdaderos analfabetos y odiadores de la política, que todo lo que ven a su alrededor o el propio edificio que en ese momento les alberga es fruto de la acción política. Muchos de ellos, siendo posibilista no sé si lamentablemente, ya se restringen, se censuran por si solos el voto ignorando las urnas, sin el deseo pasajero y elitista de un profesor airado.

Toda esta disquisición que arrancó en el voto y empezó a navegar por mis meandros mentales me surgió a cuenta de un personaje votado: el “ínclito” millonario Marcos De Quinto. El fichaje estrella de ese asco hecho partido que responde al nombre de Ciudadanos. Un bebedor de vinos de más de 100 euros que es capaz de hablar refiriéndose a los migrantes que estuvieron en el Open Arms como los “bien comidos pasajeros”. La conciencia de clase de los oligarcas (aunque sean de segundo nivel, pues vivimos tiempos tan atroces en cuanto a desigualdad que un tipo con 50 millones de euros de patrimonio estás muy alejado de los puestos punteros) nunca falla. Apenas un paria come decentemente ya casi lo van a ubicar en la lista de los privilegiados. Y lo más triste y enervante es, como aguas hediondas, la filtración ideológica vertical, constante y exitosa, que impregna a muchos trabajadores. Muchos “votantes” con mentalidad de “mi patrón me da de comer”, lanzan la palabra privilegio como un dardo herrumbroso al corazón de cualquier otro currante con mejores condiciones laborales, quizás porque pertenece a un colectivo o a un sector más unido o más combativo.

Debo estar tan desnortado que no concibo que un individuo con ese orgullo de clase dominante tan acentuado, pueda ser otra cosa que un efectivo repelente de votos para cualquier hijo digno de la clase trabajadora.

Hablando de lo inconcebible y el voto, tampoco entiendo ese miedo atroz entre mucha gente de izquierdas a una hipotética repetición electoral. ¡Qué viene el trifachito! claman los espíritus pusilánimes, que estamos cansados de ir a votar, que es trabajo harto fatigoso, que Podemos aún se hundirá más dicen los desencantados con Podemos en el minuto 5 de juego, prestos a llevarse ofendiditos la pelota, pero que aguantan, en la prorroga de la prorroga de un partido que no tiene fin, franciscanos de la espinada rosa, las marrullerías centro-derechistas del PSOE.

Ni en España ni en ningún país de la UE existe, en proporciones significativas, el pensamiento de izquierdas, aquel que es socialista o comunista (el PSOE solo tiene el socialismo en su nombre, ni en su programa de máximos, cuestiona la sociedad capitalista). Bajo diferentes siglas, tengo claro que, tenues diferencias sociales aparte que nunca cuestionan a los dueños del cortijo, cuando cojo una papeleta mi capacidad de decisión es mínima y, siempre, siempre dentro del campo de juego económico de la oligarquía y político del centro-derecha.

 

Artículo también publicado en  la personal del autor, el Blog de José Juan Hdez