«Tragaderas» PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Julio Anguita   
Domingo, 23 de Junio de 2019 05:07

De los varios significados que el diccionario atribuye a la palabra tragaderas he seleccionado los tres que, a mi parecer, definen la actitud con la que se comportan ante los hechos probados y evidentes, partes muy significativas de la sociedad española, medios de comunicación y personas integrantes de las fuerzas políticas, votantes incluidos. Y esos significados son: credulidad, aguante ovejuno y amoralidad. La credulidad es disculpable hasta que la reiteración de los hechos denunciados la hace imposible. En este caso, y si el sujeto crédulo se resiste a la evidencia, deja de serlo y pasa a estar incluido en cualquiera de las otras dos acepciones.

Los usos espurios y el saqueo del erario público, el nepotismo, el favoritismo y la prevaricación en la adjudicación de contratas por parte de las administraciones públicas, el puenteo descarado de la legalidad o las andanzas y tejemanejes del llamado Rey emérito han sido encajados por las tragaderas de todo tipo: ciudadanas, judiciales, fiscales, mediáticas y políticas. Tras unos días de titulares o de chistoso escapismo, las aguas han vuelto a su fétido estancamiento. Pareciera como si la apropiación del dinero público (el más importante de los dineros), no tuviese más censura que la mala suerte de ser descubierta.

Con las mismas tragaderas ha sido asumido el uso de las cloacas del Estado por parte del Ejecutivo para montar dosieres y pruebas falsas contra fuerzas políticas, instituciones o personas específicas. Un delito que -en las democracias asentadas de otras latitudes- hubiese tenido como consecuencia inexorable la dimisión de los máximos responsables gubernamentales, queda en denuncias minoritarias de algunos medios de comunicación y de las fuerzas políticas damnificadas. El uso despótico y arbitrario de los resortes del Estado queda legitimado por silencios conniventes de la Justicia, la opinión pública y la publicada. A los pocos días de saberse los hechos, éstos quedan relegados por otras noticias cualesquiera.

Los pactos para formar gobiernos municipales, provinciales y autonómicos nos acaban de dar otra prueba de que la coherencia, o al menos la mínima identidad entre el discurso y los hechos, es totalmente inexistente en la política española. La Democracia se asienta no solamente en el origen de la misma -el voto- sino también en el uso y ejercicio de la confianza que el demos ha depositado en un discurso y en unas propuestas, pero sobre todo en el contrato moral suscrito entre el elector y el elegido.

Con estas prácticas, discursos y ejemplos, ninguna institución, ningún pueblo ni tampoco ninguna sociedad, están en condiciones de afrontar los retos del presente y muchísimo menos los de un futuro nada halagüeño que ya se materializa. En Política, como en economía, la perversión de trocar el valor de uso en valor de cambio pulveriza las reglas democráticas, la autoridad de la Ley y la conciencia cívica. Una situación que podíamos definir como de tiranía anónima, compartida, aceptada y asumida consecuentemente en la cotidianeidad. El caos cívico se corporeiza en un opresor difuso y consensuado.

Si no hay una reacción ética basada en valores cívicos, la Democracia española con todo su aparato institucional quedará transformada en una de las llamadas repúblicas denominadas bananeras, aunque en el caso español sea coronada.

 

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Fuente: El Economista